«El argumento del hombre como único frente a los animales es el del racismo.» La frase es de Roger Fouts y la cita Hebe Uhart en su último libro, Animales (Adriana Hidalgo). En él, despojada de prejuicios y con esa mirada curiosa que le es propia, libre de burocracia y dispuesta al deslumbramiento como si viera el mundo por primera vez, recorre el universo animal. 

Busca las fuentes de información en los lugares más heterogéneos: desde los libros de etología hasta los relatos de su pedicura;  desde los dichos camperos sobre animales a los naturalistas del siglo XIX; desde los filósofos de la Antigüedad a las personas que llevan sus perros a una plaza de Almagro, una de las cuales le puso de nombre al suyo Luis Alberto en homenaje a Spinetta. 

Cita libros maravillosos como el Fantástico Aviario de Sir William Crow, donde con rigor ornitológico el autor incluye pájaros imaginarios. Y también cita personajes entrañables por la forma de interrogar los enigmas de la naturaleza animal como Clemente Onelli y Charles Darwin. Los capítulos tienen títulos tan poco ortodoxos como «Los bichos de Azul» o «La perra rolinga».

El hilo que le da unidad al libro –ilustrado con sus propios dibujos– es esa curiosidad nunca satisfecha que la lleva a preguntar lo que nadie preguntaría, ese asombro filosófico que le provoca la existencia y que le hace decir al final de un capítulo: «Hay un oso que come flores y se rasca el cuerpo contra un árbol. Tiene una expresión de gran felicidad, me encantaría hacer esas dos cosas. Tan extraña es la vida sobre la Tierra».

–¿Intentar comprender a los animales cuestiona el lugar central que el hombre se da a sí mismo?

–Que el hombre piense que tiene relación con los animales, que su brazo ha sido aleta o que esta ciudad llena de tormentas de tierra ha sido un lugar de peludos gigantes hace cambiar un poco la visión del hombre centrado en sí mismo. Ya sabemos que es el rey de la Creación y que es el que maneja el planeta, pero esa relación lo hace ser parte de un todo. En eso comparto lo que piensan las comunidades indígenas, justamente que el hombre es parte de un todo, porque lo es. Hoy se habla del «animal humano», lo que indica que el humano es un animal como cualquier otro, sólo que en un contexto cultural se desarrolló de una manera determinada. 

–Freud señaló la presencia de lo inconsciente, de lo no racional. ¿El concepto de «animal humano» sería una vuelta de tuerca sobre ese concepto?

–Bueno, la inteligencia no es más que un instinto refinado. Hay mucha inteligencia en los chimpancés que elaboran lenguaje. 

–Los psicoanalistas dicen que no es un lenguaje porque no es una palabra que pueda reflexionar sobre sí misma. ¿Vos que pensás?

–El hombre tiene un contexto cultural mucho más amplio que lo protege y lo educa desde que es chico. No sucede lo mismo con los animales, pero yo creo que el chimpancé tiene cierto concepto de sí mismo, un protoconcepto  de sí mismo. Cuando una etóloga le muestra a una mona sus hijos y la mona responde mostrándole los suyos como diciendo «estos son los míos, vos tenés los tuyos y yo también tengo”, eso es un protoyo. El yo complejo que reflexiona sobre sí mismo no es algo que vino del cielo, se fue formando. El loro gris de la India sabe los colores. Cuando le preguntan de qué color es se mira al espejo y dice gris. Si se mira al espejo lo que está diciendo es «soy yo». Cualquier bicho que se mire al espejo, y los chimpancés lo hacen no sólo para ponerse adornos, sino también para mirarse si tienen alguna herida pequeña, demuestra que tiene un protoyo, una especie de conciencia de sí mismo. 

–En tu libro hablás de la localidad de Azul y de cómo sus payadores incorporan a los animales en su canto. 

–Sí, la gente de campo tiene otro concepto de los animales. Nosotros hablamos de mascotas. Ellos tienen una idea de afinidad. Un cuidador de un campito me dijo una vez: «El caballo visto de frente es propiamente un cristiano». Creo que en la ciudad se tiende más a proyectar las fantasías de uno sobre el animal, pero en esa charla de Azul tan fructífera luego de la payada, los dos payadores coincidieron en que los animales son curiosos y nos miran a nosotros. «Pienso que los bichos nos miran», dijo uno. «Sí, dijo el otro, si no para qué vienen los caranchos si no es época de cosecha sino de siembra y no se saca nada. Vienen a mirar lo que estamos haciendo.» Además, para cada ocasión tienen un refrán. Por ejemplo, para hablar de una persona muy formal dicen «formal como burro en corral»; para referirse a una persona que no sabe dicen «qué sabe el burro ‘e confites si nunca fue confitero». Dicen «más desconfiado que caballo tuerto». Me interesa conocer lo que piensa la gente que no pertenece a mi área de saber pero que sabe otras cosas. 

–Las ideas acerca de los animales han cambiado mucho desde el siglo XIX a hoy.

–Sí, antes se pensaba, por ejemplo, que el loro repite mecánicamente y no es así. Lo que pasa es que el trabajo en laboratorio hace que el hombre trate de hacerle aprender al animal cosas que quiere él, por ejemplo, los colores. Pero también están las propias urgencias animales. El loro habla cuando lo necesita. Una señora me contó que a la noche el loro pide auxilio porque se asusta mucho de las tormentas. Habla porque es él el que tiene necesidad de hacerlo, no porque lo indujo otro. En general las pruebas con animales son todas inducidas y están en relación con la inteligencia humana. 

–Un acto de soberbia.

–Sí, claro, lo que pasa en que nosotros entendemos a través de nuestra propia inteligencia y no tomamos en cuenta otros saberes.

Quizá en algún momento no fue así. Los animales mitológicos como la sirena y el centauro son una fusión entre hombre y animal.  

–Sí, en Grecia, en la etapa primitiva, había divinidades animales, mezcla de animal y humano. Luego, en etapas posteriores eso se pierde. Los indígenas de la selva peruana, por ejemplo, todos tienen nombres de animales como Ratón Asustado, no el que se les pone en el Registro Civil. También hay otras cosas curiosas que nos pasan como que nos da pena matar a un animal en la medida en que sea grande y parecido a nosotros. A una hormiga, por ejemplo, la matás sin asco. Parece que algo tan chiquito no merece vivir. ¿Por qué? No lo sé, es una cosa arbitraria. Es distinto con el gato, el perro, que se parecen a nosotros. A la mosca, en cambio, hay que matarla. Es un criterio humano, qué se yo. De todos modos, las hormigas perciben cosas, cuando vos llegás, se asustan. Las veo cuando estoy con las plantas. Todas corren.

–¿Vos matás hormigas?

-Personalmente, no. Pero puedo llamar a alguien que lo haga, porque si no, te comen todo. No me gusta poner veneno, no sé si es porque soy buena o porque no me gusta trabajar con algo venenoso

–Además hay animales pequeños que producen mucho asco, como las cucarachas.

–Sí, y yo soy racista con los animales. Por ejemplo, los murciélagos no me gustan, les tengo bronca. No los mataría, nunca he matado a un animal grande, pero no me gustan.Hay muchas cosas que los etólogos no saben. Por ejemplo, cómo se orientan las aves en el vuelo. Sólo dan hipótesis. Es muy interesante el libro Interpretar a los animales de Temple Grandin, la mujer autista que es inspectora de ganado en Estados Unidos para que no  maten a los animales de mala manera, por humanitarismo y por ventaja económica porque la carne de un animal con estrés es más dura. Ella dice que los autistas piensan de forma parecida a los animales, piensan más en detalles y no en conceptos. El animal y el autista tienen como un GPS de todo y por eso las aves se orientan en el vuelo. También tiene la hipótesis de que en un principio el lenguaje fue cantado. Y puede ser. Fijate cómo cantan los chinos. El lenguaje empezó con ruidos, con onomatopeyas. Por eso no es raro que el lenguaje primitivo haya tenido algo de canto. 

–¿Tuviste animales de chica?

–Sólo gatos, perros no me dejaban tener y lo lamento mucho porque creo que para un chico es importantísimo. El gato sabe cuál es el estado de ánimo del dueño. 

–Te interesa mucho el chimpancé, ¿no?

–Sí, el chimpancé sabe muchísimo. El norteamericano que escribió sobre ellos en los ’70 que es uno de los que les enseñaron a hablar, dice que luego de que se va la gente, hablan entre ellos como lo hacemos nosotros después de una reunión. Claro, comentan cosas livianas. Además, a ellos los asustan con el perro negro y si los asustan con algo que no está presente es porque son capaces de imaginar situaciones en ausencia del objeto. Los monos saben el sexo de las personas, de quiénes son los hijos… En el siglo XIX la gente era más cruel que ahora con los animales. En el Zoológico les hacían gestos, se burlaban. Los monos no podían descifrar los gestos, pero sí entendían que eran de agresión. Clemente Onelli, que fue director de Zoológico, cuenta que había un mono que a la mañana se hacía de una provisión de piedras para tirarles a los visitantes y vengarse. Cualquier venganza tiene que ver con la memoria.

–En todas estas historias hay algo de literario.

–El estudio de los animales está ligado a la literatura y a la política. Bonpland y Humboldt tienen que ver con la política. Bolívar va a algunas batallas con cartas geográficas hechas por Humboldt. Sir William Crow que va en busca del pájaro de los mil cantos, ¿es ornitólogo o poeta? Darwin se pregunta por qué el tucán tiene un pico tan grande y McCrow dice que sirve para pintar de colores todos los animalitos de la selva. Es hermoso pero en la Sociedad Científica de Londres dicen que está chiflado. ¿Es chiflado? No, porque si lo fuera no podría haber descubierto especies nuevas. ¿Es ornitólogo? Si es ornitólogo, cómo no va a saber que la Sociedad Científica lo va a rebotar. Él siempre piensa en esa sociedad, pero sus trabajos son  hermosos poemas en prosa sobre animales.  «

Los naturalistas del siglo XIX

«Amado Bonpland viene con Humboldt –explica Hebe–, que es el capitalista de la empresa, el que tiene más dinero. Bonpland es más pobre, es hijo de un farmacéutico de provincia bastante humilde. 

Llega al Paraguay y Francia, que  tenía cierto derecho a pensar así porque en general franceses e ingleses eran espías que andaban mirando la situación para ver si se podían aprovechar de algo, confunde a Bonpland con un espía y lo confina a un campo lejos de Asunción. Pero Bonpland está contento. ¿Por qué? Porque Francia le da una vaca y tiene sus cuadernos para tomar nota. 

Su mujer está en Brasil presionando a todos los gobiernos para que lo liberen y él está contentísimo mirando toda la flora y la fauna de Paraguay. Finalmente se vuelve a casar con una paraguaya y se queda allí como diez años. 

A todo esto, Bolívar presiona y tiene ganas de invadir Paraguay para liberarlo a él, que no le importa ser liberado. 

Luego Bonpland se establece en Corrientes. Sus descendientes viven diseminados por todo el país pero muchos están en esa provincia

Yo conocí allí a Marian Bonpland, su tataranieta, que debe tener unos 32 años. Es muy linda, es ese tipo de mujer de origen paraguayo-correntino que son de ojos claros y piel más oscura. Los correntinos que conocen bien la historia de Bonpland hacen cada tanto un libreto de su vida para carnaval y Marian, en uno de los corsos, se bailó toda la historia de su abuelo. 

Me encantaría escribir la novela de Bonpland, pero no soy buena para la novela histórica.»