Los militares y civiles golpistas que el 11 de septiembre de 1973 tumbaron al gobierno chileno de la Unidad Popular, presidido por Salvador Allende, tuvieron algunos rasgos distintivos en su política represiva respecto de otras dictaduras latinoamericanas. Una de ellas consistió en la utilización de grandes escenarios deportivos para alojar a detenidos por razones políticas. Dos de los más importantes fueron los estadios Nacional y Chile, en la capital de Chile, Santiago.

Allí fueron concentrados numerosos prisioneros luego del bombardeo al Palacio de la Moneda y la victoria del alzamiento del general Pinochet. Uno de los más conocidos fue el cantautor Víctor Jara, detenido en el Estadio Chile y fallecido a los pocos días a causa de las torturas que allí le infligieron. En su homenaje, hoy ese estadio cubierto se llama «Víctor Jara».

Sin duda, el estadio más importante en la historia chilena ha sido el Nacional. En estos días se cumplen cincuenta años de su reapertura para las prácticas deportivas, luego de que los presos políticos en él alojados fueran distribuidos en otros centros de detención. Desde su inauguración en diciembre de 1938, el Estadio Nacional había sido la sede de los principales momentos de la historia del fútbol chileno y el principal escenario del Mundial 1962. Allí, la situación en los primeros días posteriores al golpe fue muy grave. De ese período datan los casos de fusilamiento que se conocen. La mayor parte del tiempo, los detenidos permanecían custodiados en las tribunas, mientras que en otras dependencias funcionaban salas de interrogatorio y torturas. La cantidad de detenidos variaba: la Cruz Roja la calculó en 7.000 al 22 de septiembre. Con el correr de los días la cifra fue disminuyendo por los traslados a otras prisiones.

Una de las causas que contribuyeron a que la situación en el Estadio Nacional se fuera lentamente descomprimiendo fue la presión internacional, que en parte vino de la mano del fútbol. Dos semanas después del golpe, el 26 de septiembre, Chile había empatado sin goles ante la Unión Soviética en el Estadio Lenin, en Moscú; ambos pugnaban en un repechaje por una plaza en el Mundial 1974 en Alemania. La revancha estaba pactada para el 21 de noviembre en Santiago. La dictadura pinochetista y la prensa aprovecharon esa coyuntura e instauraron un clima típico de plena Guerra Fría ante el «enemigo comunista».

En efecto, al día siguiente de su regreso de Moscú, el plantel de la Selección fue recibido en el Ministerio de Defensa por la Junta Militar, y su presidente, Pinochet, los felicitó: «Para nosotros es muy grato saludarlos después de su comportamiento en un país con el que no tenemos ningún tipo de relaciones. Pese a los factores en contra, ustedes lograron lo que yo considero un verdadero triunfo».

A fines de octubre, ya arreciaban los rumores de que la URSS no se presentaría -lo que finalmente ocurrió- a disputar la revancha en el Estadio Nacional: “No jugaremos donde se derramó la sangre de patriotas chilenos”. A partir de allí, la dictadura de Pinochet pretendió lavar la imagen del estadio y se aceleraron los traslados a otras prisiones. Mientras tanto, un sector de la prensa atacaba a la URSS con titulares como «Rusia, país sin honor deportivo» y «Basta de maniobras sucias de los rusos».

El 5 de noviembre, se autorizó la visita de familiares a los 1.016 detenidos que aún permanecían allí. La prensa cubrió esa puesta en escena con fotografías y con títulos y epígrafes inverosímiles: «Tierno reencuentro y mucha fe y optimismo entre familiares y detenidos», «El estadio presentaba un aspecto refrescante, decorado por la cancha que está en perfectas condiciones», «Los soldados ayudaban gentilmente a las mujeres visitantes a cargar sus paquetes y niños». Dos días más tarde, el 7, el millar de presos políticos remanente fue trasladado en quince ómnibus a otros establecimientos carcelarios ante una gran cantidad de familiares que se congregaron, pero a quienes se les impidió que se acercaran.

De este modo, el Estadio Nacional se vació para reacondicionarlo de cara a dos encuentros amistosos internacionales que disputó la Selección antes de la malograda revancha con la URSS. También por esos días volvió a utilizarse para competencias escolares de atletismo y para el entrenamiento de la selección de béisbol.

El jueves 15 de noviembre, la «Roja» igualó 0-0 con Cerro Porteño (Asunción), club históricamente vinculado con el dictador paraguayo Stroessner. El DT de Chile era Luis Álamos y contaba con el goleador Carlos Caszely, que recientemente había sido transferido por el Colo Colo al Levante de España y era además un notorio simpatizante del gobierno socialista de Allende.

El domingo 18 se presentó Atlanta, líder del torneo Nacional 1973, de Primera División. El equipo de Villa Crespo venía de una seguidilla de partidos los días previos, que habían dejado varios lesionados, entre ellos, algunas de sus figuras, como Cano, Gómez Voglino, Pichón Rodríguez y Candau. Esta situación hizo que el sábado se anunciara que Atlanta no viajaría, pero finalmente lo hizo el domingo, dirigiéndose directamente del aeropuerto santiaguino de Pudahuel al Estadio Nacional.

Con Pipo Rossi como DT, varios juveniles y apenas cinco titulares, el Bohemio cayó 2 a 0 ante los chilenos.  Alejandro Onnis jugó ese partido para Atlanta y cuenta que «se veían milicos por todos lados. A la noche, paseábamos por el centro de Santiago, y de repente sonó una sirena. Era el toque de queda y todos corrían a sus casas». Onnis recuerda: “Yo era muy joven y no tenía mucha idea de qué pasaba, pero fue muy fuerte enterarse de que donde estábamos jugando pocos días antes era una cárcel y había muerto gente”. El defensor Héctor López coincide también en que su único recuerdo fue la vigencia del toque de queda, que les impidió recorrer la capital chilena.

¿Por qué Atlanta se habría prestado a este intento de la junta militar chilena de lavar su imagen? Seguramente primó un interés económico para continuar solventando la excelente campaña que estaba desarrollando en el torneo local. Silvio Dalman, entonces socio colaborador del área fútbol, afirma que «el presidente del club, José Davilman, era una persona de vocación superdemocrática y opuesta al golpe militar, tanto en Chile como al que ocurrió luego en nuestro país, y por el cual debió renunciar a su puesto en la conducción de la AFA».

La historia que siguió es más conocida: la Unión Soviética no se presentó el día 21 a jugar su partido. Con la complicidad de la FIFA, la Junta Militar y la federación de fútbol chileno festejaron la clasificación para el Mundial por walk over, organizando un partido amistoso ante el Santos, de Brasil, al que se le ofreció 30.000 dólares. La gran estrella, Pelé, adujo una lesión y no sólo no jugó sino que tampoco se hizo presente en el estadio, como había anunciado la dirigencia chilena, que le tenía preparado un homenaje personalizado. Previamente, Valdés había convertido un gol simbólico ante el rival ausente. Sin embargo, Santos, con el argentino Agustín Cejas en el arco, empañó la fiesta posterior, ya que goleó 5 a 0. El diario La Segunda señaló en su crónica: «En la cancha no había cadáveres de patriotas ni sangre de torturados. Sólo había un equipo vestido con camiseta roja y un escudo vibrante en el pecho. Y en las graderías un público entusiasta que quería ver cómo, por encima de las calumnias y las mentiras que confundieron el deporte con la política, su equipo triunfaba».