El gol de Racing que mejor define lo que construyó Fernando Gago no fue gol. Pasó contra Unión. La pelota salió por el piso del área, desde el arquero Gastón Gómez, fue para Facundo Mura por la derecha, apareció Leonel Miranda, bajó Fabrizio Domínguez al rescate, tocó para Miranda, que lanzó hacia la izquierda para Tomás Chancalay, centro de Chancalay y Enzo Copetti, el goleador, la desvió al arco. Un offside maldito chequeado por el VAR mandó esa paciencia a la papelera de reciclaje. Pero las jugadas quedan. Un rato después llegó el que valió, también de Copetti.

Tuvimos una sensación en la tribuna, al menos con mis hijos y con amigos, de que habíamos gritado el gol que no había sido con más fuerza que el gol que fue. Como si lo segundo fuera lo que ya sabíamos que iba a suceder, una especie de confirmación. Forma parte de una confianza que no se basa -sólo- en las diez victorias seguidas sino, sobre todo, en el juego de un equipo que dan ganas de ver hasta en repeticiones. A cada partido de Racing se lo espera como se espera una fiesta, la mejor que puede tener un hincha, la que ofrecen los jugadores con la pelota. Nada representa mejor estos días que el “traigan vino, juega la acadé”. Son las cervezas en la calle Palaá, la previa de cada partido en el Cilindro.

A esta euforia la antecedió un estado de desilusión preventiva, la que entregó la salida de Diego Milito como director deportivo a fines de 2020. No sólo por lo simbólico -el alejamiento del ídolo- sino porque a partir de eso se desarmó una estructura -la secretaría técnica- que le había dado dos títulos a Racing, que era ejemplar para el fútbol argentino y que aún con errores ofrecía un método para un plan a largo plazo.

Sin Milito y, mucho peor, sin Milito y su oficina de scouting, que ahora se reparte entre clubes de Argentina y Europa, lo que regresaba a Racing era -como mínimo- la arbitrariedad dirigencial en el mercado de pases, los bandazos en el estilo de los entrenadores y la ausencia de un norte. Aún así, a fuerza de empates y definiciones por penales, Racing llegó a finalista de la Copa de la Liga 2021. Ningún hincha se creyó demasiado esa final con Colón, que celebró con justicia su título. Esta breve historia incluye a Rubén Capria, el Mago, jugador elegante y de pegada hermosa, contratado como manager, un cargo que quedó desdibujado pronto.

Volvieron los silbidos a la dirigencia, los murmullos, dirigentes que se corrieron o que fueron corridos, internas de la barra, y la resignificación del Milito hay uno solo como marcha de la bronca. Ahí puede haber una crónica aparte, las venas abiertas de Racing. En todo caso sigue el debate por el modelo de club, lo que socios y socias reclaman como salto de calidad. Es lo que pasa en las asociaciones civiles que eligen a sus gobiernos mediante el voto.

Gago apareció en medio de esas nubes. Una apuesta de Víctor Blanco, que apeló -sin intermediación del manager- a la voz consejera del empresario Christian Bragarnik, un viejo conocido. Gago, 35 años cuando llegó, 26 partidos como entrenador de Aldosivi, sin pasado vinculado a Racing. La elección llenó los casilleros de la audacia. Un día habría que pensar por qué a Racing le funcionan técnicos de historias lejanas. Reinaldo Merlo, Diego Cocca, Eduardo Coudet. Ahora Gago.

Todavía se puede leer en Twitter el hashtag #AndateGago. Así, a ojo, debe haber aparecido al segundo partido. Ser hincha es ser tajante. Este no puede dirigir nada, tal no puede jugar, el otro no sabe nada de fútbol, aquel se tiene que retirar. No hay matices, tampoco hay dudas. Pero el hincha siempre tiene tiempo para pedir perdón. Bucear en el hashtag #AndateGago en estas horas es encontrar usuarios que ahora lo celebran, que retuitean el video de Antonio, el chico que llegó de Corrientes -dijo en Paso a Paso- para ver a La Gagoneta como no le para nadie.

“Desde hace tiempo he dejado de consumir lo que dice el periodismo y tampoco me fijo en las redes sociales”, le dijo Gago a Juan Manuel Herbella para su libro «No me corten el pie». Como futbolista, Gago mandó en el mediocampo de Boca y en el de Real Madrid, Roma, Valencia y Vélez. Pero además aprendió a recuperarse de las bravas, de lesiones que parecían sacarlo de la cancha y, sin embargo, él volvía. Y de otros asuntos más centrales. “A mí -dice en el libro de Herbella- se me murió mi papá a los 18 años. Fue un domingo a las 16.30, mientras jugaba Boca-Racing. El lunes falté al entrenamiento pero el martes ya estaba de nuevo. Si uno se queda encerrado en el dolor, no gana nada”.

Si alguien había visto a Aldosivi podía advertir que existía una narrativa, la idea de un entrenador, la de Gago. Y tener una idea no siempre da resultados pero es indispensable para que esos resultados ocurran. Gago sabía qué hacer con Aldosivi y sabe qué hacer con Racing porque sabe qué hacer con sus equipos.

Los equipos que juegan bien nos hacen felices. Porque existe una felicidad en el fútbol que no se relaciona con el resultado. ¿Sería lo mismo este Racing si perdiera? Posiblemente no. Pero ya demostró que así puede ganar. La dimensión de este hilo de victorias la entrega el año de su última vez, 1967, un parteaguas para la historia de Racing. En qué puede terminar esta historia con Gago nadie lo sabe. La Copa es traicionera, lo que viene es a un partido y un partido puede ser el afuera. Pero nadie nos quita estos días, esta felicidad, este fútbol.