Juan Manuel Lillo aparece en el lobby del hotel del microcentro porteño con el mate y el termo bajo el brazo. Es el verano argentino de 2015. A pesar de haber nacido en Tolosa, en la vasca Guipúzcoa, quiere dirigir en la Argentina. “Me lo pasó Abreu, me lo trasladó el Loco”, dice cuando los ojos del interlocutor de turno observan el mate. Al uruguayo Sebastián Abreu lo había dirigido en Dorados de Sinaloa entre 2005 y 2006. También a Josep Guardiola, antes de su retiro. Pep había ido al futbol mexicano para ser entrenado por Lillo. Durante aquellos días en Argentina compra viejas revistas El Gráfico para su colección y estudio -y enloquece por no encontrar las de 1965 y 1977-, mira partidos en las canchas, cena con César Luis Menotti, diserta para el Grupo Ekipo en Rosario, invitado por Enrique “Quique” Cesana -hoy preparador físico de las selecciones juveniles-, “toma” muchos asados y habla horas y horas de fútbol, con obsesión y amor.

Maestro de Guardiola, su asistente en Manchester City entre 2020 y 2022 y de vuelta desde agosto, Lillo será el entrenador al menos durante un mes. Pep fue operado de la espalda. Su primer partido será hoy, cuando visite al Sheffield por la tercera fecha de la Premier League.

Juanma Lillo, que coincidió con Lionel Scaloni y Matías Manna en el cuerpo de asistentes de Jorge Sampaoli en el Sevilla entre 2016 y 2017, se posicionó en el fútbol de élite cuando ascendió a la Primera con el Salamanca en 1995 (lo dirigió con 29 años, todavía el más joven en la historia de LaLiga). Mezcla de lenguajes, entre el futbolero y el académico, lector de filosofía, física, matemática y neurociencia, Lillo escribió durante Qatar 2022 un par de columnas en The Athletic. “¿Cómo hacemos los científicos de la pizarra para desactivar la ilusión de un equipo que siente que representa a un pueblo desfavorecido?”, sucumbió ante la Argentina de Scaloni y Lionel Messi. Y en la última temporada, a pesar de haber dirigido al Al-Sadd qatarí, viajó para estar cerca de Guardiola en la semifinal de la Champions ante Real Madrid y a la final en Turquía frente al Inter. “Me conoce perfectamente, sabe lo que necesito en el momento justo. Juanma tiene un sentido especial para ver cosas que yo no veo o leer situaciones del partido difíciles de encontrar para mí -dijo Guardiola-. En los malos momentos, me hace sentir tranquilo y hay que encontrar gente cercana en los malos momentos. En los buenos no necesito a nadie, basta con abrir el champagne para celebrarlo juntos. Pero en los malos, Juanma, más allá de sus conocimientos de fútbol, ​​es un ser humano enorme”.

Lillo, como dijo un entrenador, explica con palabras lo que es el fútbol y lo que es, desde su óptica, la belleza en el fútbol. Que no es el “tiki taka”, porque “no es lo mismo jugar a tenerla, que tenerla para jugar”, porque “se juega para generar la mayor cantidad de ocasiones de gol posibles”. Lillo es un libro abierto, más que un “segundo entrenador”. Capacidad de síntesis y definiciones. Algo campechano. “No toques si no buscas generar nada. Toca para superar líneas”, dice. “Lo que pasa antes de que pierdas la pelota -avisa- determina si la podrás recuperar rápido o no. Si no viajas junto con el balón como equipo, no puedes recuperar el balón directamente después de perderlo”. Reflexiona que, como un engaño, “los pases pueden invitar a los rivales a acercarse”. Y que “cuando más rápido va la pelota, más rápido vuelve, y acostumbra a volver acompañada de rivales”. Lillo encaja en el perfil de asistente de DT que no fue jugador -al contrario, a los 17 empezó a dirigir en Tolosa, su pueblo-, con una formación más de lecturas, actualizado y partícipe en la preparación de los partidos, la táctica, las jugadas. “Los que juegan todos atrás y con Dios adelante –dijo en su paso por Buenos Aires en 2015-, no necesitan jugadores, sino un milagro”.

Del Barcelona 2008-2012 de Guardiola, acaso el mejor equipo de la historia del fútbol, Lillo sostuvo alguna vez, no sin provocación y fundamentos: “Iniesta es el mejor, es todo un equipo en un solo futbolista. Messi, el más grande, pero Iniesta, el que mejor juega”. Guardiola adoptó parte de su discurso. Le “robó” letra. En 2003, Guardiola había apoyado la candidatura a presidente de Lluís Bassat en las elecciones del Barcelona. Si ganaba Bassat, Guardiola hubiera sido el secretario técnico, y Lillo, su DT elegido: “¿Creen que no había valorado el riesgo que suponía traer a Lillo, tan impopular y desconocido? Lo asumía. No es mediático, lo sé. Pero rascabas y encontrabas de todo. Tenía muchas dudas sobre mi trabajo, pero si tenía una certeza, era que con él no me equivocaría”.

Lillo asentó las bases teóricas del juego de “posición”: mantenerse en un espacio de la cancha y construir a través de “rondos” y triangulaciones, pasar la pelota en corto “para encontrar libre a un lejano”. “No nos damos cuenta del lío que hemos hecho. Hemos globalizado la metodología hasta el punto de que se ha colado en la Copa del Mundo: si hicieras que los jugadores de Camerún y Brasil se cambiaran la camiseta en el entretiempo, ni te darías cuenta”, advirtió durante Qatar 2022. Son los métodos que pretenden implantarse a nivel global (el City Group es dueño de 13 clubes desperdigados en cinco continentes), olvidando que el fútbol es un hecho cultural y que el juego es un sustrato de su acervo. Las palabras de Lillo fueron una autocrítica. Si cada vez más equipos intentan jugar igual, el juego se torna aburrido y triste porque se unifica. “Cuando regrese Guardiola -ironizó la periodista brasileña Clarissa Barcala-, verá a Grealish haciendo una diagonal, a Foden quitándole el balón a los defensores y a Julián contraatacando con Haaland. Va a ser una típica escena de ‘me voy cinco minutos y todo está en llamas’”. Lillo, en cualquier caso, es el que prenderá el fuego.