Aunque a la hora de las cosas importantes el fútbol suena tan a efecto placebo, tan a poca cosa, la selección une como nada, incluso -para repetir palabras de las últimas horas- a los orcos y a los argentinos de bien. Con un gol imperial de Nicolás Otamendi, reciclado en un salto a lo Daniel Passarella de fines de los 70 o comienzos de los 80, el equipo de Lionel Scaloni -¿en su última función?- ganó uno de esos partidos que quedarán en la historia: por el rival (Brasil), por el escenario (el Maracaná), por lo simbólico (allí, en la Copa América 2021, nació el mejor ciclo de la historia de la selección) y, también, casi al mismo nivel del resultado, por la violencia previa al partido. Pero además, como si faltara algo, por la conferencia de prensa posterior de un técnico que dejó en duda su continuidad.

La policía carioca, que responde a un gobernador bolsonarista -aunque ya en cualquier geografía brasileña el tema parece igual de grave-, reprimió a los hinchas argentinos al comienzo de la noche. Lo hizo como siempre pero a la vez como nunca. Los campeones del mundo parecieron jugar para vengarse de esa ferocidad contra sus compatriotas y terminaron el martes de cara a esa misma tribuna pero en una postal totalmente inversa, cantando «Brasil decime que se siente» y «un minuto de silencio para Brasil que está muerto».

La historia se retroalimenta: Brasil, que quedó sexto en las Eliminatorias, nunca había perdido en el Maracaná un partido clasificatorio para el Mundial -en más de 50 presentaciones-. Y de yapa, Argentina, que mantuvo el primer puesto en el camino al Mundial 2026, se puso arriba en el historial del gran clásico sudamericano, con 40 triunfos contra 39 derrotas y 26 empates.

Pero como si las alegrías no pudieran durar mucho en Argentina, Lionel Scaloni sorprendió ya en los primeros minutos del miércoles al anunciar, en conferencia de prensa, en que piensa renunciar.

«Ahora toca una cosa imporante que quería decir, y es parar la pelota, ponerme a pensar. En este tiempo, estos jugadores me han dado un montón y necesito pensar mucho que voy a hacer. No es un adiós ni otra cosa pero necesito pensar porque la vara está muy alta y está complicado seguir y está complicado seguir ganando, y estos chicos lo ponen difícil. Se lo diré al presidente y a los jugadores después. Esta seleccción necesita un entrenador que tenga todas las energías posibles».

Aunque Scaloni no lo dijo, su relación con Claudio Chiqui Tapia tuvo varios cortocircuitos, en especial antes del Mundial 2022. La renovación del contrato, ya como campeón del mundo, tardó mas de lo esperado por el presidente de la AFA. El misterio es mayor porque el técnico no habló del tema con los jugadores ni con los dirigentes en el vestuario de Río de Janeiro, sino que eligió hacerlo con la prensa, cuando es sabido que suele ser muy medido en sus declaraciones públicas. ¿Por qué ensayó este reclamo público? ¿Por una cuestión económica? ¿O de formas de trabajo? ¿O realmente es un tema de energía, tal como le pasó a Marcelo Bielsa en 2004?

«Nosotros queremos que siga para siempre», dijo Alexis Mac Allister tras el partido. «Intentaremos hablar con él y ver que es lo que pasa. No tengo dudas de que la decisión será de él, pero nosotros intentaremos todo para que siga«, agregó el héroe de la noche, Otamendi, aunque ambos sin poder disimular el impacto por una noticia fuera de los planes.

La noche puede dividirse en tres actos. Si terminó con la declaración de Scaloni, había empezado con violencia y un triunfo. Argentina y Brasil viven horas picantes, y no sólo por la llamada entre Javier Milei y su admirado Jair Bolsonaro que despertó el posterior enojo de Lula, que -dijo- no asistirá a la asunción del nuevo presidente. El tema pasa también por el fútbol: casi todas las visitas de los equipos argentinos -y también de clubes de otros países- a Brasil durante 2023 por Copa Libertadores o Sudamericana tuvieron algún punto de conflicto.

En el recuerdo quedó, lógicamente, el salvajismo de los hinchas del Fluminense y de la policía hacia las decenas de miles de simpatizantes de Boca que viajaron para la reciente final, ya sea en las playas de Copacabana o en las inmediaciones del Maracaná. Pero el tema ya venía de antes: los hinchas de Argentinos Juniors también habían sufrido a la policía carioca ante el mismo Flu, los de Estudiantes la habían parido contra el Goiás y los de San Lorenzo -algunos incurrieron en racismo- ante el Sao Paulo.

Si el Brasil-Argentina de las Eliminatorias anteriores solo duró un puñado de segundos, hasta que los funcionarios de Bolsonaro entraron al estadio de San Pablo para interrumpir el partido en tiempos de pandemia, esta vez casi ni comienza en el Maracaná. La policía local, siempre feroz, reprimió con placer a los hinchas argentinos que habían empezado a intercambiar lanzamientos de butacas con los locales. Teniendo en cuenta cómo terminó Qatar 2022, podría nacer una cábala para 2026 sino fuera porque en el medio hubo dramatismo y heridos.

Como tantas veces, pero esta vez a la vista de todos, la agresividad policíaca brasileña fue unirediccional, repartiendo palazos solo contra los argentinos, mientras mujeres y niños quedaban en estado de shock e invadían el campo de juego para escaparse de una tribuna convertida en un campo de batalla. Recién habían terminado de entonarse los himnos y los jugadores argentinos fueron hacia la tribuna: allí estaban algunos de sus familiares.

El Dibu Martínez alimentó su leyenda al pegar un saltito y tirarle un par de manotazos a un policía que disfrutaba pegando palazos. Messi consolidó su liderazgo al retirar al equipo de la cancha. Enzo Fernández se convirtió en sticker besando el parche de campeón frente a la platea brasileña. Un par de hinchas se fueron ensangrentados, en camilla, y recién media hora después el partido comenzó a jugarse, ya afectado por una previa que, por segunda vez en la semana, volverá a poner una noticia argentina en todos los noticieros del mundo .

En cierta forma, todo ese desastre activó el partido. Sí, Brasil-Argentina siempre es un clásico, Godzilla contra King Kong, pero este formato de Eliminatorias, con seis clasificados y medio, se parece más a una gira despedida de Lionel Messi por Sudamérica que a un torneo clasificatorio al Mundial: que los dos van a jugar en 2026 paga menos que el ajuste inminente.

Entonces empezó un oxímoron: un partidazo feo. Fue como si el fútbol, algo pasteurizado en los últimos años, volviera a un estado salvaje, primitivo, con futbolistas jugando sin mala fe pero al límite, más por el honor patriótico que por el resultado.

Foto: AFP

En su doble fecha más difícil del largo camino a 2026, Argentina volvió a ceder la iniciativa, como el jueves contra Uruguay, aunque en este caso sin ser tan dominado como consiguió el equipo de Bielsa. El primer tiempo, emotivo aún sin llegadas, terminó con una única posibilidad de gol, un remate de Martinelli que el Cuti Romero salvó sobre la línea.

Sin Neymar ni Vinicius por el lado brasileño, Argentina jugó con una suerte de presencia testimonial de Messi, que sintió una molestia en el aductor de la pierna izquierda y, como los elefantes que saben que ya no pueden seguirle el rastro a la manada, se fue a un costado de la cancha. Aún así, Messi no dejó de atenderse por los masajistas ni abandonó a sus compañeros: sabe que también como un holograma les impone a los defensores rivales tanto respeto como un policía brasileño con un bastón a los hinchas extranjeros.

Ya en el segundo tiempo, si las manos del Dibu habían llegado a un policía, las piernas del arquero -de nuevo, como ante Francia- evitaron el gol de, otra vez, Martinelli. Entonces, en el primer momento en que Argentina tuvo el control de la pelota, llegó el cabezazo de Otamendi, que pareció saltar incluso más alto que el Cristo Redentor tras un corner de Giovani Lo Celso y estampó un 1-0 que redescubrió la magia del fútbol, ese espectáculo que en menos de 90 minutos pasa de ser un asunto menor a un fabricante de alegría impar. Como en el Mundial, el grito de gol salió desde los balcones de Buenos Aires y, seguramente, de cada rincón de Argentina.

Foto: AFP

Messi aguantó hasta los 30 minutos del segundo tiempo, cuando se fue aplaudido por los locales. Brasil se quedó con 10 poco después, tras la expulsión de Joelinton por una buena actuación teatral de Rodrigo de Paul. El Dibu atajó los últimos arrestos brasileños y la noche terminó con el «ole, ole» y el «Brasil decime que se siente», como si Argentina se vengara en un estadio reciclado en sinónimo de gloria pero también de violencia.

«Veíamos a la policia reprimiendo, como en la Copa Libertadores. Podría haber pasado una desgracia«, dijo Messi. «Era pegar por pegar, daba mucha impotencia», agregó Otamendi. «Por lo que pasó antes, nos quedó más bronca. Por eso somos la mejor selección del mundo«, cerró De Paul.

Las Eliminatorias más largas del mundo seguirán en ¡septiembre! tras la Copa América 2024. Brasil, que por primera vez sumó tres derrotas seguidas en este tipo de torneos, quedó en un insólito sexto puesto, con un colchón de dos puntos sobre el equipo que iría al repechaje (Paraguay), aunque seguramente no será más que un susto temporario a la espera de la confirmación de un técnico oficial en lugar del interino Fernando Diniz.

Como Argentina y Brasil juegan siempre -y en este tiempo parece que también será a nivel diplomático-, el clásico sudamericano tendrá su capítulo juvenil este viernes en el Mundial sub 17 de Indonesia, por los cuartos de final. Este martes que quedará en el recuerdo por un nuevo Maracanazo había empezado en la mañana con el 5-0 de Argentina ante Venezuela por los octavos de final: los chicos festejaron con una bandera de Diego Maradona, toda una respuesta a la falsa profecía que alguien había dicho en este lado del mundo: «La época de Maradona se terminó».

El fútbol siempre tiene una respuesta feliz, aunque a veces las buenas duran poco: ya en los primeros minutos del miércoles, Scaloni dijo esas dos frases que amenazan con arruinar todo: «Necesito pensar qué voy a hacer, está complicado seguir«. Según Joaquín Bruno, periodista de TyC Sports presente en el Maracaná, un integrante del cuerpo técnico dijo tras el partido, «Vamos a sacarnos la última foto». Y entonces, cuando creemos que vamos a dejar de pensar en el fútbol por un tiempo porque hay cosas más importantes, otra vez estamos ahí, ahora esperando que Scaloni siga.