Lorena Benítez llega a las 6 de la mañana al puesto 10 de la Nave Nº 6 del Mercado Central, donde vende zapallos y sandías. La acompaña Verónica Rivero, su pareja. Desde el último invierno, antes de que nacieran Renata y Ezequiel, sus hijos mellizos, dejaron de atender al público. Sólo despachan frutas y verduras a mayoristas. Del reparto se encarga el fletero. Pero desde que comenzó la cuarentena preventiva y obligatoria, lo hacen ellas. “Nuestro fletero es mayor de edad; decidimos que se quede en su casa, obvio. Y salimos a repartir nosotras”, dice Lorena Benítez, mediocampista central de Boca y de la Selección Argentina. Esta semana, a través del subsidio del Ministerio de Desarrollo Social a la cooperativa Amanecer de los Cartoneros, fueron a dos comedores y a un hogar de recuperación de adicciones. A Coronel Suárez, Escobar y General Rodríguez. “Les bajamos la mercadería, y la gente se desesperaba -relata la futbolista-. En el centro de rehabilitación había 200 hombres, y nosotras dos solas. En los comedores se veía mucha gente feliz con su bolsa de comida. No importa si dormimos pocas horas, si corremos riesgo. Queremos que los demás también coman. Este es el laburo que amamos”.

Lorena Benítez tiene apenas 21 años. Fue parte de la Selección femenina que disputó un Mundial después de 12 años, el de Francia 2019, y es pieza clave en el equipo de Boca que lidera la Primera División. Además de meter barridas que levantan matas de pasto y cambios de frente que despiertan aplausos, una combinación de esfuerzo y clase a la altura de la historia de Boca, Benítez es una de las mejores jugadoras del mundo de futsal. Ahora juega en Pacífico. En Kimberley, su anterior club, conoció a Verónica Rivero, que era la delegada. Rivero, ahora, es la responsable de Futsal Femenino en la AFA. Lorena se sometió a un tratamiento de fertilización (extracción de óvulos) para que Verónica llevase el embarazo. Así nacieron los mellizos el 6 de mayo de 2019. Los vio sólo un día, antes de viajar al Mundial, y cuando volvió, dice, tuvo un momento de locura: quería dejar el fútbol. “Mis hijos nacieron prematuros -cuenta-. Tenían que haber nacido durante el Mundial. No disfruté ese proceso. Mi idea era dejar un tiempito para estar con ellos. Pero ahora un poco me acomodé”.

-¿No cambió el panorama con la semiprofesionalización del fútbol femenino en la Argentina?

-No mucho, pero no pasa por ese lado. Triplicamos lo que ganábamos pero es nada. O poco y nada. En un día en el Mercado casi que gano lo que Boca me paga en un mes. Sigo jugando porque me gusta y me siento cómoda en el club, pero tengo que cumplir en el Mercado y con mi familia. Obvio que me exigen que me cuide, que me alimente bien, que descanse. Trato de cumplir todo, pero lo entienden.

-Dijiste que para las mujeres que juegan al fútbol es todo muy complicado, y que para los varones es todo muy simple.

-Es así. La realidad es que ganamos poco, y eso que según el club soy una de las mejores y que más me pagan. Gracias a Dios tengo el puesto en el Mercado, que es nuestro. No me quejo. Pero creo que nunca le vamos a ganar al machismo. Es muy difícil cambiarle la cabeza a todos y que el fútbol femenino sea un poco más parecido al masculino. Es el sueño de todas que sea más igual.

Durante su infancia, Lorena jugó al baby fútbol en el Club Defensores de Luis Guillón, con DNI de chicos. Era “Lorenzo”. Hasta hoy se pone mal cuando recuerda al entrenador de su categoría, la 98, que no la dejaba jugar por ser nena. Pero creció, y empezó a jugar con las suyas. A los 13 años debutó en cancha de once, en la Primera de San Lorenzo, ante Huracán, el clásico. Faltaba una semana para que cumpliera 14, la edad mínima reglamentaria en Primera. Perdieron los puntos. Hija de inmigrantes paraguayos (un primo hermano de su padre tiene el récord mundial de goles en un partido: 35), Lorena le sacaba la cabeza a las muñecas y las usaba como pelota. “No duermo ni como para jugar al fútbol”, dice desde su casa en Pablo Podestá, donde vive con Verónica y los mellizos, y donde ahora también cumple la rutina de ejercicios que le envía el preparador físico de Boca. En el Mundial Francia 2019, sólo cuatro de las 522 futbolistas que participaron tenían hijos. Dos eran argentinas: la arquera Vanina Correa y Benítez, que rechazó ofertas para jugar en España (Tacón) y Brasil (Corinthians y São José). Ella, de momento, elige la familia.

-¿Se juega como se vive?

-Creo que algo de eso hay, sí. Cuando juego, trato de buscar todo el tiempo la pelota, de distribuir, de que se vea más lindo el jugar.

-¿Alguna vez te faltó la comida en la mesa?

-Cuando era chica, sí. Éramos ocho hermanos: cuatro grandes, que nos llevamos uno, dos años entre sí, y cuatro chiquitos, que también se llevan un año, dos. Mis padres vivían con ocho hijos, no con dos. Viví un poco todo eso, no tenía mi propio botín. Ahora, durante estos días, pienso mucho, y por eso me pongo en el lugar del otro todo el tiempo. Tranquilamente podemos cerrar el puesto de trabajo y quedarnos en casa, pero también tenemos empleados que tienen familias con muchos hijos, y también le ponen el pecho. Nos ponemos en el lugar de ellos, también.