Mara Gómez está cansada y ansiosa. Lee apuntes en su casa del barrio La Granja. Es un mediodía de fin de año, época de exámenes finales: la delantera de Villa San Carlos, primera futbolista transgénero en jugar en el fútbol argentino, estudia Enfermería en el Instituto Cassatti de La Plata. “En un cuatrimestre me recibo –dice Mara, 23 años–, así que metiéndole a full”. Lo más intenso y arduo, sin embargo, ya pasó: el 7 de diciembre, después de que fuera habilitada por la AFA, debutó como jugadora en la Primera División profesional del fútbol femenino, lo que ninguna persona trans había logrado en el mundo. A los 15 años, Mara había intentado suicidarse “un montón de veces”, víctima de discriminación y exclusión. No veía un horizonte: en Argentina, el promedio de vida de una trans es de 35 años. Hasta que empezó a jugar al fútbol. Hasta que a los 18 entró en Toronto City, de la Liga Infantil Fútbol Independiente Platense Amateur, su primer club. Hasta que en 2020 logró lo que nunca había imaginado: convertirse, a través del fútbol, en una referente de la comunidad LGTB.

–Después del debut, dijiste: “Estuve al borde de no estar acá”.

–Sí, pensé varias veces en suicidarme durante mi adolescencia. Hoy lo puedo contar mucho más tranquila, pero en su momento fue muy difícil atravesarlo. Fue muy triste, muy duro, fueron muchas sensaciones a causa de la discriminación y del miedo a pensar quién iba a ser en un futuro, si iba a poder tener una vida digna. Fueron muchas cosas que influyeron en lo emocional y que me hicieron creer que no merecía vivir, existir. Fue una de las etapas más duras de mi vida. Hoy tengo la satisfacción de que la vida me demuestre lo contrario, más allá de todo lo que sufrí en su momento. Hoy puedo empezar a verlo, y a lograr todo lo que me daba miedo.

–¿Qué encontraste en el fútbol?

–Fue una terapia, me dio contención emocional, sociabilidad, porque también empecé a tener más conocidos por el deporte. Lo disfrutaba, no solo el momento de jugar, que me hacía olvidar lo que vivía día a día. Encontré la diversión, el saber que en los equipos en los que jugaba me aceptaban, me hacían parte. Siempre estuve contenida y acompañada. El fútbol me salvó la vida, incluso cuando todavía no lo sabía jugar. Sabía lo que todos sabemos, que había dos arcos y una pelota, pero no de posiciones. Jugaba muy mal, no controlaba bien la pelota, le pegaba mal al arco, pero lo disfrutaba y cuando me di cuenta, empecé a buscar equipos. Me costó un montón porque había muchos equipos que no me aceptaban. Pero el equipo en el que empecé a jugar en el barrio siempre dijo: “Si no juega Mara, no jugamos”.

–¿Cómo convivís con los argumentos biologicistas que muchas veces se utilizan para prohibir?

–Siempre vamos a ser motivo para la discriminación y la exclusión. Me toca como jugadora de fútbol. Eso es un paradigma. Empoderar a un solo sexo en el mundo, porque siempre dominó el hombre. Entonces no solo yo, si no la mujer, es inferiorizada con el argumento de que no pueden jugar como los varones de manera profesional y con calidad. Cuando hablan de una ventaja que pueda tener dentro del fútbol femenino, discriminan. Hay situaciones que demuestran lo contrario. Está el caso de Semenya, que consideraban que sacaba ventaja porque su cuerpo producía testosterona por encima de lo que las instituciones consideran normal para una mujer. Eso también es discriminatorio, ella nació y se considera mujer, es una atleta profesional, y no valoran que puede ser una deportista única y se tiene que someter a un tratamiento hormonal para poder seguir compitiendo. Entonces, no es solo que Mara Gómez es una chica trans y saca ventajas deportivas. Hablamos de un deporte en equipo, y así como puedo tener habilidades como tener un poco más de velocidad, hay jugadoras que tienen mucha más velocidad y fuerza que yo y otras cualidades que no las tengo. Hay que ir luchando con estas ideologías que hay en la sociedad. La discriminación no es solo contra mí ni mi colectivo y no solo está en el fútbol.

–¿De qué se trata el acuerdo con la AFA para poder jugar?

–Se tomaron las recomendaciones que hace el Comité Olímpico Internacional con respecto a deportistas trans. De tener que cumplir con un parámetro hormonal de testosterona, de 1 a 10 nanogramos por mililitro de sangre. El tratamiento hormonal es invasivo para el cuerpo porque no es algo que se produzca normalmente, y tiene sus dificultades y sus déficits, no solo a nivel físico, como que te puede agarrar una atrofia muscular, sino que también influye en lo emocional y psicológico, porque a veces estás bien y después, no. Es invasivo y un poco discriminatorio, porque esto no pasa con deportistas masculinos ni femeninos. De a poquito se irá cambiando.

–¿Cuán importante fue la Ley de Identidad de Género de 2012?

–La ley cumple un rol muy importante para acompañar lo que pasa hoy. Tenemos el amparo legal del Estado, un derecho preestablecido que fue una herramienta muy importante para que hoy sea una jugadora de fútbol. Hay que tener en cuenta que no existe en todos los países. Y es un gran paso. En Inglaterra, en España, en Canadá, hay y hubo jugadoras trans, pero no a nivel profesional en la primera división. La que llegó más lejos fue Alba Palacios, que llegó a la segunda división de la liga profesional de España. La mayoría de las jugadoras trans se desarrollan en ligas amateurs.

–Florencia de la V contó que, después de que obtuviera su nuevo DNI, Maradona la llamó para felicitarla. ¿Qué te pasó después del debut?

–Me pasó con jugadoras de la selección argentina, como Ruth Bravo, Belén Potassa y Milagros Menéndez, que tienen una gran trayectoria y me escribieron para felicitarme y darme todo el apoyo. Fue saber que las jugadoras que representan al fútbol femenino no se sienten en desacuerdo o en desventaja por mi participación, y que lo ven como un crecimiento y una evolución social.

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(Foto: Juan Mabromata – AFP)

–¿Es social y colectivo? ¿O es individual?

–Yo puse el cuerpo y la voz, y un montón de cosas. Pero yo pude conseguir esto gracias a la Ley de Identidad de Género de 2012, y detrás de esa ley también hay toda una lucha colectiva por conquistar un derecho, por poder reconocerse dentro de la sociedad. Eso también es el resultado de lo que hoy estoy logrando, y esto tiene que abrir las puertas y dar oportunidades a las generaciones que vengan, porque no pueden pasar todo el sufrimiento que pasé yo para llegar acá, y mucho menos todo lo que han pasado las personas del colectivo años atrás para ser reconocidas por la sociedad. Esto viene de años de lucha, de mucho antes de que yo existiera. Es una conquista no solo personal y colectiva. Cumplir una meta no es fácil para cualquier persona, pero a mí me ha costado cinco veces más, o más también, por el simple hecho de ser una chica trans. Eso también me influía en hacer lo que me gusta.

–¿Creció el fútbol femenino desde la profesionalización?

–Fue una evolución bastante grande porque el fútbol femenino no era reconocido en Argentina y hoy se le da más visibilidad y está creciendo. Al deporte hay que desbinarizarlo, y que todas las jugadoras tengan las mismas condiciones y posibilidades que tiene el masculino. Cuando jugaba en las ligas amateurs pasé por un montón de cosas. Lo agradable es que se sumaban equipos que querían que jugara igual. Pero también me ha pasado en un torneo entrar, meter un gol en contra y en el entretiempo querer que no jugara más porque consideraban que era una desventaja. Me pedían el documento y tenía 15 años. Nada que ver. No sabía jugar. La pasé pésimo y llegué a casa y lloré todo lo que me había tragado en ese momento de sufrimiento. A pesar de todo hay que vivir, estamos de paso por la vida. Es así. No somos inmortales. Llega un momento en que dejamos de vivir pero hay que dejar algo marcado, pensar qué dejamos para todos los que vienen después.

–¿Qué dejaste?

–Una revolución. Una conquista. Una batalla ganada. Pero tenemos que seguir deconstruyendo y construyendo una nueva humanidad.