Si ser técnico de fútbol es vivir bajo el látigo de los resultados, ser técnico de Boca es entregarse a la dictadura de la Copa Libertadores, la vara que manda en el club. Durante los últimos quince años, los que forjaron la obsesión, Boca tuvo once entrenadores. Volvieron técnicos como Alfio Basile y Carlos Bianchi, que en su tercer gobierno no consiguió corona pero ya había acumulado tres copas en las dos etapas anteriores. Volvió Miguel Russo, el último en ganarla. Hubo un entrenador interino que quedó como Abel Alves, tres hombres con historias ajenas al club como Claudio Borghi, Julio César Falcioni y Gustavo Alfaro, y también los hijos y hermanos del bianchismo, Rodolfo Arruabarrena, Guillermo Barros Schelotto y Carlos Ischia, el exayudante del Virrey. En ese grupo entra Sebastián Battaglia, la última víctima de la Copa Libertadores.

«Los entrenadores –dijo el italiano Giovanni Trapattoni- son como el pescado: pasado un tiempo, empiezan a oler mal». Dentro de un oficio donde se viaja a alta velocidad, Boca rompe los límites. «Es como ser técnico de una selección pero todos los días», dijo Alfaro. Sin más experiencia que una temporada en Almagro y luego la Reserva de Boca, Battaglia tenía el sostén de su propia vida como jugador, el más ganador de la Historia. Era, además, parte del proyecto con el que Juan Román Riquelme llegó a la vicepresidencia. Pero nada de eso iba a alcanzar.

«Sabemos que la Copa Libertadores en este club se ha convertido en algo realmente obsesivo», dijo Battaglia el jueves. Ya no era técnico de Boca. No fue sólo la eliminación contra Corinthians lo que determinó su despido. Riquelme usó la lapicera sobre todo en reacción a la última conferencia de prensa del técnico. La historia tenía episodios previos que hasta Battaglia reconoció. Su estadía se estiró gracias al título en la Copa de la Liga, que se le sumó a la Copa Argentina. Tampoco alcanzaron esas estrellas. Su gestión quedó marcada por el tutelaje de un organismo rector, el consejo de fútbol que comanda el predio de Ezeiza.

Todo fue un contexto, las distancias con la zona de mando, las fallas de funcionamiento del equipo aún con buenos resultados, las diferencias en la toma de decisiones, pero el shock lo aplicó la eliminación frente al Corinthians; la fatalidad en los penales de Darío Benedetto precipitó el destino de Battaglia. Y lo que dijo después: no era un técnico empoderado para reclamar refuerzos. No lo era antes, mucho menos lo era en la derrota.

Foto: Alfredo Luna / Télam

Otros técnicos quedaron en el camino durante la semana después de eliminaciones en copa. Falcioni dejó Colón una vez afuera de la Libertadores, Lanús echó a Jorge Almirón luego de la despedida en la Sudamericana. Todo vuela. Marcelo Gallardo es la anormalidad. Lleva ocho años al frente de River. Fue el juego del equipo y también fueron las copas. Una Sudamericana, tres Recopas y dos Libertadores, la última contra Boca en Madrid, el éxtasis. ¿Es posible pensar que la eliminación con Vélez haya iniciado el tránsito final de Gallardo como técnico de River? ¿O siempre habrá algo más?

La Copa Libertadores como único horizonte posible expone, además, una dificultad económica. Competir en la región es cada vez más difícil. Fueron horas en las que se repitió que el Banco Central había aplicado restricciones al fútbol para acceder a dólares. No era cierto. Al fútbol le valían -le valen- las mismas reglas que a otras industrias para importar al tipo de cambio oficial. El fútbol argentino es superavitario. Exporta mucho más de lo que importa. River es una buena muestra. Liquidó casi 20 millones de dólares por el pase de Julián Álvarez al Manchester City, necesita unos seis millones y medio si finalmente quisiera quedarse con Miguel Borja.

No es una cuestión de restricciones, es la economía. Los contratos en el fútbol argentino se hacen en pesos. Los que se dolarizan se pagan en moneda local y tienen topes en el tipo de cambio. Por eso Arturo Vidal elige su futuro en Brasil antes que en Boca, si es que esa disyuntiva existió. Ahí hay una primera desventaja en la competición. Sin Boca y River, de los ocho equipos que llegaron a los cuartos de final de la Libertadores cinco son brasileños. Las últimas dos ediciones fueron con finales brasileñas (y las ganó Palmeiras). Es la economía y es también poder. La discusión sobre lo que ocurrió con el VAR en Núñez puede llevar a miradas conspirativas, las preferidas en el territorio del fútbol. En un partido entre equipos argentinos, el VAR estaba frente a ojos brasileños. Romper con esa hegemonía no parece sencillo. Tres argentinos lo intentarán: Estudiantes, Vélez y Talleres. Son los que quedaron en pie. River y Boca tendrán que esperar.