Hay una historia de un jugador de fútbol que se quedó sin club, básicamente desocupado, y que salió a buscar trabajo en la Argentina de los dos dígitos de desempleo. Sin demasiadas alternativas, Juan Manuel Trejo, veintisiete años, ex futbolista de Independiente, decidió subirse a su auto y convertirse en chofer de Uber. De futbolista de Primera División pasó a ser un trabajador precarizado de una app. Se entrena dos veces al día y espera volver pronto a las canchas. Se lo prometió a su papá. Trejo no está retirado.

Días atrás, un usuario de Twitter contó que a su hermana la había llevado Trejo en Uber. Mostró el perfil del conductor en la aplicación. Fue ahí que la historia se viralizó. Trejo, un volante que también jugó de lateral, nació en Tucumán y llegó a Independiente cuando tenía veinte años. Debutó en Primera en 2012, vivió el descenso, jugó en la B Nacional, tuvo una lesión de rodilla, y tiempo después se fue a Quilmes a préstamo. Independiente lo dejó libre el año pasado y no volvió a conseguir club.

“La plata se acaba en un punto y hay que salir a hacer otra cosa -le dijo al programa partidario Rojos de Pasión-. Cuando estás arriba tenés un millón de amigos pero después aparece la gente que realmente está siempre». Los haters, ese subsuelo de las redes sociales, hicieron de Trejo un meme. Se burlaron, lo caricaturizaron; la canchereada típica de los ganadores de la virtualidad. Otros, menos crueles, se sorprendían de que alguien que había llegado a hacer un gol en la Copa Sudamericana, en un partido de Independiente frente Olimpia en 2015, haya llegado tener que trabajar arriba de un auto.

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(Foto: Diego Paruelo)

El fútbol está lleno de Trejos. No son los quedaron en el camino, los que no llegaron, son los que llegaron hasta ahí y se cayeron. Los desocupados del fútbol. Todos los días, en una de las canchas del club Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires, el ex arquero Carlos Barisio conduce la práctica de jugadores libres. Es un programa de El Futbolista, la fundación de Agremiados, el gremio de los jugadores. Para entrenarse hay que haber firmado, al menos, un contrato. Ser jugador profesional sin club. Ahí está el ejército de reserva del fútbol argentino, los que quieren reinsertarse. Muchos de ellos, en paralelo, tienen que trabajar. No manejan Uber, pero son los Trejo.

Ahora que Independiente juega este sábado con Racing, la vida de Trejo podría emparentarse con la de Omar Catalán. Es cierto que hace treinta años Catalán fue el autor de un gol indispensable, el que le entregó la Supercopa en el Mineirao frente a Cruzeiro hace poco más de treinta años, el único título de Racing en tres décadas y media. La historia del campeón Catalán, entonces, toma otra dimensión. Después de ese gol, el delantero tenía que negociar su contrato con Racing. Él arregló todo, pero su representante no. Eso cuenta Catalán cada vez que le preguntan por qué se fue. Jugó en Armenio un año, pero la vida futbolística de Catalán, tapa de diarios y revistas deportivas, se apagó en fade out hasta que un día apareció manejando un taxi. Ya tenía 37 años, una edad para el retiro, y no eran años de smartphones ni redes sociales. Hoy Catalán es pastor de la Iglesia Bíblica Presbiteriana. Suele viajar por diversos países con el fútbol y su fe cristiana.

Los Trejo son los futbolistas que desaparecen de las páginas de diarios y las estadísticas del fútbol. Los olvidados. Son los jugadores que a mitad de camino se caen del sistema. Y ese sistema nunca te vuelve a dar la mano. El universo de futbolistas es mucho más amplio que el de las estrellas, es un universo del trabajo. Sólo hay que mirar lo que pasa en el Ascenso y brotan los jugadores que tienen que reforzar sus ingresos con otros oficios y tareas. Más que hacerlo meme, lo que habría que contarle a Trejo, aunque debe saberlo, que también José Pekerman alguna vez manejó un auto para vivir cuando el fútbol le dio la espalda. Lo otro que ya seguro también ya sabe es que nunca hay que dejar de pelear. Y que a la gilada, ni cabida.