Ferro pierde 1-0 ante Riestra. Lunes por la noche en Caballito, fecha 16 de la Primera Nacional. Cuando un defensor de Riestra despeja afuera, Joaquín Suárez -14 años, N° 10 de la Octava- le tira la pelota, veloz, a Hernán Grana, que saca el lateral que deriva en el 1-1. Grana, capitán de Ferro, se da vuelta y lo festeja con Joaquín, que se le sube encima, que llora. En el entretiempo, la platea lo ovaciona a Joaquín, que nació en Venado Tuerto, Santa Fe, y vive en la pensión de Ferro. Y, al final, Grana le regala su camiseta. El 31 de marzo, en la novena fecha de la Liga, Delfina Lombardi -17 años, delantera de la Reserva de River- también había “participado” en un gol, el 1-0 del triunfo ante Unión de Nacho Fernández. Le alcanzó la pelota, rapidísima, a Nicolás de la Cruz, que sacó el lateral y agarró distraído y mal parado al rival en el inicio de la jugada. Era la primera vez de Delfina como alcanzapelotas en el Monumental. Aunque de la línea para afuera, los alcanzapelotas “asisten”, aletargan el juego y hasta pueden dar una mano en una definición.

Los entrenadores y los arqueros son los interlocutores habituales de los alcanzapelotas. En la fecha pasada de la Liga, Ruben Darío Insúa, entrenador de San Lorenzo, apuró a Tobías Fernández, juvenil de Barracas Central, para que devolviese la pelota. “No te enojes, Insúa, mi viejo es de Independiente y fanático tuyo, te abrazó cuando salieron campeones”, le dijo Tobías. Insúa fue campeón como futbolista de Independiente de la Primera División 1988/89: el día de la consagración, metió el primer gol en el 2-1 ante Armenio en Ferro. También en la actual Liga, Lucas Acosta, arquero de Lanús, arremetió contra un alcanzapelotas de Gimnasia La Plata: lo había burlado, dijo Acosta, después de que se comiese el gol. Jonathan Galván, de Racing, fue amonestado por empujar a Martín Germsek, alcanzapelotas de Platense, que buscaba con lentitud un balón. Germsek se dejó caer, simuló como si fuese un jugador. El árbitro lo expulsó. Los árbitros incluyen las “rojas” a los alcanzapelotas en los informes que envían a la AFA, que luego los sancionan con partidos de suspensión en las inferiores.

“¡Esconden las pelotas, cagones de mierda!”, gritó Ángel Cappa, DT de Huracán, en la definición del Clausura 2009 ante Vélez en el Amalfitani. Los jugadores visitantes suelen fastidiarse con los alcanzapelotas que no cumplen su función. Con otros, ni eso: “desaparecen” con las pelotas. Cada club tiene un encargado de darle la “charla técnica” al grupo de alcanzapelotas antes de cada partido. A veces un alcanzapelotas concentrado despierta a un jugador de su equipo, ofreciéndole la pelota. Agilizan. Otras, un futbolista visitante agrede a un chico por la demora. En 2007, el arquero Gastón Sessa, de Vélez, le tiró un pelotazo a un alcanzapelotas de Belgrano en el entonces Estadio Córdoba: Pablo Heredia es hoy el arquero de Unión San Felipe de Chile. En 1987, Daniel Passarella, entonces en Inter de Italia, fue suspendido seis fechas por pegarle una patada a un alcanzapelotas de Sampdoria. Los alcanzapelotas también llevan y traen indicaciones de los entrenadores, se transforman en “ayudantes de campo”. Israel Damonte, técnico de Sarmiento de Junín, les pidió una vez a los alcanzapelotas que, para “controlar el tiempo”, porque “el tiempo no se puede hacer”, les tirasen dos pelotas a los rivales en un córner.

En los largos ocho años de Marcelo Gallardo como entrenador de River, sus hijos Nahuel, Matías y Santino fueron alcanzapelotas en el Monumental (hoy lo es Bastian, hijo de Martín Demichelis, juvenil de la Novena del club). Gallardo fue alcanzapelotas mientras jugaba en las inferiores de River. “Los chicos alcanzapelotas son parte de nuestro brazo de equipo -dijo alguna vez-. Están bien, están metidos en el partido, entregan las pelotas como tienen que entregarlas, lo viven con pasión, porque tienen que tener pasión, seguir el juego desde cerca, estar con la ilusión de algún día estar en ese lugar. Es sentido de pertenencia”. En 2019, los jugadores de River les regalaron sus camisetas a los alcanzapelotas de la categoría 2003: Gallardo se las había prometido como reconocimiento después de que no pudieran “acompañarlo” en la final de vuelta con Boca de la Libertadores 2018, mudada a Madrid. En la pretemporada de 2020 en San Martín de los Andes, Gallardo abrió las puertas de un entrenamiento para los hinchas que se habían acercado a las canchas de El Desafío Mountain Resort. E invitó a un grupo de niños para que oficiasen de alcanzapelotas. Detalles, actos de sensibilidad que marcan la diferencia. En su despedida en el Monumental, Benjamín Krom, alcanzapelotas, rompió en llanto: “Nos hizo feliz, nos pudo levantar. Es único. Nos hizo sentir el más grande del mundo, orgullosos de lo que somos”.

Hay otras historias, como la de Ricardo Caruso Lombardi en San Lorenzo: en 2012 “adoptó” a un alcanzapelotas pelirrojo para que saludase a los arqueros rivales. El fútbol incuba estupideces y discriminaciones: a Franco Robledo -27 años, hoy chofer del micro que lleva a los juveniles de la pensión de San Lorenzo a las escuelas- los propios hinchas de San Lorenzo lo acusaban de “mufa” y le pedían que se tapase el pelo con una capucha. Ayrton Sánchez es el lateral izquierdo de Brown de Adrogué. En 2018 fue alcanzapelotas en la final Boca-River de la Libertadores, el 2-2 de la ida. Era hincha de River. Cuando entró a la Bombonera se hizo de Boca. “Una locura, tiembla, de verdad. Vi a La Doce y me enamoré”, dijo Ayrton Sánchez, a préstamo en Brown, con contrato en Boca hasta diciembre (en la final de la Libertadores 1978 en la Bombonera, 4-0 al Deportivo Cali que dirigía Carlos Bilardo, los alcanzapelotas fueron barrabravas). En el mundo de los alcanzapelotas -nada de ballboys tenísticos y sus desplazamientos geométricos-, hay multas económicas a clubes -y hasta críticas de hinchas en redes sociales- porque chicos se sacan una selfie con algún entrenador o jugador rival. Hay alcanzapelotas que tiran la pelota a la cancha antes de que salga o después de que una jugada termina en gol. Hubo alguno que hasta se metió a jugar, sin poder contenerse. Otro que evitó un gol en la línea del arco. Y hay futbolistas que celebran los goles con los chicos-alcanzapelotas, que los hacen parte del fútbol, porque están más cerca de ser jugadores que hinchas.

“Hay pibes que te ganan partidos”, dijo una vez Bilardo. A principios del siglo XXI, el uruguayo Luis Garisto en Banfield (2001-2003) y Bilardo en Estudiantes de La Plata (2003-2004) les indicaban a los alcanzapelotas que la acomodasen en el córner -que la apoyasen- para que el ejecutante pudiese patearlos de una. Efecto sorpresa. El modus operandi fue más tarde prohibido en el reglamento: los alcanzapelotas debían “alcanzarla”, no “acomodarla” ni “apoyarla”. La alcanzó Oakley Cannonier, un juvenil de 14 años de Liverpool, sentado contra un cartel, en el 4-0 que partió de un córner en la remontada histórica ante Barcelona en la semifinal de vuelta de la Champions 2018/19, en Anfield. “Pase lo que pase en su carrera o en su vida, desde ahora Oakley Cannonier siempre recordará su papel en la victoria más importante en toda la historia del club”, se leyó en The Independent. Liverpool salió campeón. Y Cannonier, que ya firmó su contrato profesional, juega hoy en la Sub 21 de Liverpool.

Anónimo es el chico alcanzapelotas que sacó -literalmente- un lateral, el 7 de marzo de 1987 en el Maracaná, en el Botafogo-América RJ por el Campeonato Carioca: se la puso en el pecho a Vágner Bacharel, sin que el árbitro lo adviertiese (luego aclaró que había cobrado una mano previa). En Brasil, a los alcanzapelotas los llaman “gandulas”. Bernardo Gandulla había llegado a Vasco de Gama en 1939 después de haberse lucido como delantero en Ferro. Pero no le fue bien (en 1940 pasó a Boca: ganó tres títulos). Y entonces Gandulla, desde afuera, corría las pelotas que salían de la cancha y se las devolvía a los compañeros y a los rivales. Es la leyenda, acaso la versión más romántica. En el portugués antiguo, “gandulo” es un perezoso, un callejero, y en la Río de Janeiro de principios del siglo XX ya les decían así a los chicos que miraban los partidos alrededor de las canchas durante horas, sin hacer nada. Pero expectantes, sí, a que saliese una pelota.