Nació en Banfield y a los 15 años entró a la escuela de teatro de Lito Cruz, quien también dirigió sus primeras obras. De a poco fue haciéndose su lugar en el medio y en 2005 llegó a la televisión, en la tira de Polka ½ falta. Rápidamente se destacó en ciclos como Son de fierro, Dulce amor y Señores papis, donde el rating acompañó. También integró el elenco del unitario Socias en la pantalla de El Trece, y luego ofició de la contrafigura de Celeste Cid en Las estrellas.

Pero es en el teatro donde su carrera ganó mayor profundidad. En 2008 le llegó su primer protagónico, en El diario de Anna Frank, cuya actuación le valió el Premio Clarín como revelación femenina y excelentes críticas. En 2009 participó de Agosto: Condado Osage, donde compartió escenario con Mercedes Morán y Norma Aleandro.  Allí fue dirigida por Claudio Tolcachir, quien la convocó luego para Todos eran mis hijos, obra en la que también participaron Lito Cruz, Ana María Picchio, Federico D’Elía y Esteban Meloni. Por esa labor obtuvo el premio ACE a la mejor actriz de reparto. También se destacó en versiones de clásicos de William Shakespeare, como Macbeth y junto a Guillermo Arengo en Otelo. “El teatro es mi lugar, es donde realmente disfruto de jugar”, afirma.

Por estos días protagoniza Jauría, en el Picadero, una obra comprometida contra las violencias machistas, basada en un hecho real.

–¿Cuándo te diste cuenta de que ibas a ser actriz?

–Desde chiquita. Me acuerdo de ver películas y actuar al lado de la televisión, a mi manera. Como una necesidad de poner el cuerpo a lo que me imaginaba. Ese era mi juego. Sola, muy concentrada.

–¿Se dieron cuenta tus padres?

–Obvio, además a cada rato les decía que quería actuar, al pensar que iba a vivir de esto me daban cosquillas en el cuerpo. También cada vez que interpretaba un personaje, suena trillado pero es verdad. Siempre me gustaron esos nervios previos a entrar en personaje o salir a escena. Siempre tuve mi vocación bien clara.

–¿Hay artistas en tu familia?

–No, ni actores o actrices, ni pintores, ni músicos. Nada. Se me dio a mí. Era lo que más me ocupaba la cabeza y lo único que me interesaba. Desde que tengo memoria juego a ser alguien más.

–¿En la escuela te iba bien o estabas distraída imaginando situaciones y personajes?

–Odié el colegio. Me pareció un espacio sin ningún tipo de atractivo. No me causaba ningún interés. No encontraba mi lugar, no logré generar una relación fuerte con mis compañeros y compañeras. Como que no me interesaba nada.

-¿Qué sentías al entrar al aula?

–Me parecía algo tedioso. Un embole, un plomo. Las aulas eran un lugar donde se alentaba la discriminación si no se aceptaban las reglas dominantes. No se daba lugar para las individualidades y para aportar una mirada creativa. Era un espacio de soledad extrema si no encajabas en los estándares. No había amor. La educación en mi época era una formula. Terminé esa etapa, sabiendo que mi mundo estaba en otro lado.

–¿Cuándo encontraste tu norte?

–A los 15 años entré a la primera clase de teatro y sentí que había algo para lo que yo servía. Donde me sentía cómoda, donde todo tenía sentido. Era lo que estaba buscando sin saberlo.

–¿De dónde sentís que surgió la sensibilidad artística en vos?

–Creo que fue la libertad que me han dado mi mamá y mi papá. En todo aspecto. Mis elecciones siempre eran respetadas. Mis decisiones en general eran tenidas en cuenta, desde chica. Yo me sentía diferente a mi familia, por mis gustos, y siempre pude elegir de qué modo quería ser o cómo comportarme. Ellos hacían hincapié a que aprenda a estar sola, para vincularme con mis propios intereses.

–¿Que supieras aburrirte?

–Claro, para encontrar una manera propia de dejarlo atrás. Y eso me estimuló creo. Porque así sola me di cuenta que me gustaba hacer deporte, lo mismo me pasó con la alimentación o los cuidados de la salud. Creé mi propia disciplina para tener hábitos que me hagan bien, a cuidarme, haciendo lo que me da satisfacción. Como actriz lo agradezco.

–¿Esa autodeterminación te ayuda a elegir papeles?

–Hay algo de esa educación de mis padres que me obliga a solo aceptar lo que me hace bien o me gusta. Aunque no significa que no me he equivocado con algunas decisiones laborales.

–¿Es inevitable?

–Y sí. He hecho varias cosas que no me han gustado,  y me han hecho mal, afectando mi salud. Pero son errores que te enseñan.

-¿Qué actividad deportiva hacés?

–Voy variando. Hace seis años soy fanática de la máquina elíptica: cada vez que voy le dedico 50 minutos. También ahora hago un estilo que se llama funcional, para meterle ritmo, para limpiar la cabeza.

–¿Es como meditar?

–Son actividades meditativas, sí. Te ayudan a mantenerte creativo, a reflexionar. Siempre después de entrenar vas a estar mejor, aunque dé fiaca empezar o ir. Pero saber que al hacerlo vas a sentirte mejor, en este mundo, es un montón.

-¿Y el descanso?

–Es clave. Me encanta dormir. Tengo una vida social intensa, la paso de puta madre, pero me gusta tener rutina. Dormir temprano, tomar dos litros de agua por día. De hecho en todas las fotos salgo con mi botellita en la mano.

–¿La alimentación es importante?

–Si le presto atención. Pero no me obsesiono. Me encantan las milanesas de carne con puré, soy fanática y me gustas mucho las pastas. Soy clásica, fideos con tuco y soy feliz.  Cuando voy a comer estos platos obvio que siento que es lo mejor que te pueda pasar en la vida, pero tranqui. Hay que ser equilibrada. «