“Nosotras, las enfermeras militares, somos asistenciales en tiempos de paz y operativas en tiempos de guerra”, define Alicia Reynoso. Ella es una de las 14 enfermeras que se ocupó de recibir y curar a los soldados que combatieron en la guerra de Malvinas de 1982. Porque la guerra no es sólo cosa de hombres.

Tenía 23 años y hacía dos que había ingresado a las fuerzas armadas como profesional. “No tenía mucha idea de lo que era la política ni nada en ese momento. Vivía mi juventud a pleno y bueno, me llamaron y me dijeron ‘te tenés que ir’. Y nos fuimos. Me busqué cinco compañeras y marchamos a hacer lo que nos habíamos preparado fuera de la institución como profesionales”.

Durante los meses que duró la guerra, las mujeres brindaron servicio en el Hospital Reubicable, que por cuestiones técnicas se instaló en Comodoro Rivadavia. Hasta hace 30 años, la historia de las mujeres no se conocía. A pesar de que habían recibido diplomas y medallas en el Congreso de la Nación, las mismas fuerzas armadas no las contaban como parte de una dolorosa guerra que fue mucho más que soldados y tenientes en la línea de fuego.

A partir de 2009, fue Alicia quien se planteó recuperar esa historia negada como enfermeras y sobre todo como mujeres. Solicitó ser reconocida como veterana de guerra y el pago de una bonificación especial. Ambos reclamos le fueron negados y debió acudir a la Justicia de la Seguridad Social cuya Cámara finalmente, el 7 de mayo de 2021, falló en forma favorable.

Aun así, gran parte de la historia que se escribe sigue ignorando la participación de las mujeres. El 22 de febrero en el edificio Cóndor se inauguró la sala Gesta de Malvinas “Sentimiento Vivo” donde no hay mención a ellas. Tampoco en el Museo Malvinas. “Como si no existiéramos –se lamenta–. Quiero creer que es un error porque es muy triste que en tu propia casa te sigan negando”.

Reynoso volvió de Malvinas y guardó todo en un caja sellada. Siguió trabajando en las fuerzas armadas, al igual que sus compañeras, e integró otros equipos con el hospital reubicable en Haití y en Panamá. Después de una situación personal extrema, decidió hacer psicoanálisis y allí descubrió que cargaba una angustia enorme por haber negado su propia historia.

–¿Cómo recordás esos días que estuvieron cumpliendo funciones en el hospital?

–Me acuerdo que implementamos unos alambres y ahí colgábamos todos los sueros con calmantes para esperar a los heridos. Todo eso fueron preparativos hasta que llegó el 1 de mayo a las 4.40 cuando se inicia el bombardeo y al poco tiempo empezaron a caer los heridos. Yo tenía 23 años, tenía dos años de experiencia como personal militar y los que venían eran soldados de 18 años la mayoría, en un servicio militar obligatorio. Como instrumentadora no me asombraba todo lo que venía llegando, lo que sí tuvimos que implementar en ese momento fue curar las heridas del alma que traían los chicos. Aparte del dolor que tenían en el cuerpo, ellos llamaban a su mamá, “mamá, mamá”, “dónde está mi mamá”, “avísenle a mi mamá”, eso nos marcó como mujeres. No en ese momento porque no lo medíamos. Después cuando fuimos madres, fuimos abuelas entonces nos pusimos en el lugar de esas mujeres que dieron sus hijos para la guerra. Creo que las fuerzas aéreas estuvieron muy acertadas en poner en esa línea a sus mujeres porque era ahí donde teníamos que estar. Era ahí donde ellos necesitaban que nosotros le tendamos una mano diferente, un olor diferente, una voz diferente, un trato diferente.

 –¿Pero creés que ellos lo pensaron así?

¡No! Salió y les salió bien. Si lo hubieran pensado no nos mandaban. Hicimos todo lo que teníamos que hacer: atender a los heridos que llegaban. En mi caso, atendía y como instrumentista, cuando algunos de los médicos me decían que iba a cirugía me sacaba la ropa verde e iba a quirófano y nos preparábamos para la cirugía. Y después hacíamos las evacuaciones aeromédicas, todos los días había evacuaciones y el hospital tenía que tener las camas libres. No sabíamos cuándo venía el próximo con más heridas. Así que a veces salíamos en los aviones, cada una tenía un grupo, un médico una enfermera y a veces salíamos para un lado y terminábamos yendo a uno u otro. Así lo hicimos y convencidas de que ese era el lugar donde teníamos que estar. Lo que pasa es que nunca nos imaginamos lo que iba a pasar después, en la posguerra. La desmalvinización para nosotras vino de nuestra superioridad. Nos olvidaron durante más de 30 años.

-¿Cuándo tomaron conciencia de la invisiblización?

–Estando acá en Buenos Aires (Alicia vive en Entre Ríos) mientras cenaba con un compañero, me dijo “yo en una charla las voy a nombrar”. Ahí nos empezamos a enterar, con las chicas que vivían en Buenos Aires, que había muchos que estaban cobrando. Ahí nos dimos cuenta que había un manejo oscuro, pero de todos modos nos convocaban a los actos, mientras éramos adornos. Hasta que yo empecé a exigir y empecé, para ellos, a ser la mala, la problemática. Un quiebre fue en 2019 cuando nos habían vendido el uniforme uno o dos años antes. Ese año fuimos al desfile del 9 de julio, invitadas por la Fuerzas Aérea. Cuando llegué me dijeron que no podíamos desfilar. Nos querían sacar con la fuerza pública. Yo estaba con mi otra compañera y los enfrentamos. Nos dejaron desfilar pero nos pidieron que lo hagamos sin bandera.  Entonces dejamos los palos y me escondí la bandera en la ropa, ahí salimos y cuando empezamos a marchar, saqué la bandera y nos ovacionaron.

–¿Qué te pasó con esa situación?

–Yo dije que no iba a usar más el uniforme, porque fue una farsa que nos lo vendieran como veteranas y después nos mandaran a echar. Ahora, allí había hombres que estaban en iguales condiciones que nosotras, pero ninguno levantó la voz. Esos se arrastran, porque si están atacando a un camarada yo voy y lo defiendo. No  quiero estar con estos en una trinchera porque me matan por un pedazo de pan. Es muy feo ser NN, yo me jubilé el año pasado, todas estamos vivas, con voz para contar la historia que no tiene un color político.

-Hubo una construcción mediática de la guerra, ¿cómo viste eso al volver?

-Nosotras lo vimos desde un principio. Cuando empezaron a llegar los soldados, antes de los bombardeos y después del 1 de mayo nos decían: nos están matando, nos están cagando de hambre… Y te digo la verdad, volvían muy desnutridos los chicos, con hambre, con frío y muy golpeados.

-¿Cuándo entendieron lo que estaba pasando allá?

-Tomamos conciencia con los años. En ese momento, no sabíamos realmente que estábamos escribiendo una parte de la historia de Argentina. Siento el gran orgullo de haber levantado la bandera por la visibilidad de las mujeres que en el 82 dijeron sí a la Patria. Con los años, no se puso en claro todo lo oscuro que fue Malvinas. Se contó una media historia, falta contar otra media historia. En esa media historia, estábamos las mujeres y están los soldados que todavía falta reconocer. «

El triunfo después de 11 años

Después de 23 años de batalla legal, Alicia Reynoso consiguió que le otorgaran el nombre de “Veterana de Guerra”, junto a una bonificación. El pedido de la mujer había sido aprobado pero luego las mismas Fuerzas Armadas apelaron el fallo. Finalmente, el 7 de mayo de 2021, la resolución de la Sala II de la Cámara de la Seguridad Social firmada por la jueza Nora Dorado y los jueces, Walter Carnota y Juan Fantini, determinó que le corresponde el plus salarial aprobado en 1998 para los ex combatientes.

“Es un juicio con perspectiva de género y hoy es un fallo que se estudia. Cuando gané el juicio, después de 11 años de pelearlo, muchas otras compañeras se animaron a hablar a partir de eso. Porque te lavan tanto la cabeza que hasta pedís disculpas por hablar, por lo que te corresponde”, dijo Alicia.