Viktor Orbán espera conseguir este domingo un cuarto mandato consecutivo al frente de Hungría. El primer ministro se mide con el conservador Péter Márki-Zay, respaldado por la alianza opositora Unidos por Hungría, que nuclea a socialistas, liberales, ambientalistas y los neofascistas de Jobbik. Y si bien el oficialismo lidera la intención de voto en las encuestas, para Orbán son las elecciones más inciertas desde que llegó al poder en 2010.

En realidad, el primer ministro había gobernado entre 1998 y 2002, cuando Hungría se unió a la Otan y todavía faltaban años para consolidar la “democracia iliberal” en Hungría, como él mismo describe el sistema de persecución a las personas migrantes y LGBTIQ, propagación de fake news por parte del Estado, combate a supuestos complots contra el país –Orbán fue el creador de la caricatura de George Soros como financista de las causas progresistas en el mundo– y rechazo a todo aquello que no encaje con lo que considera la tradición húngara.

En los últimos 12 años, Orbán construyó un modelo que ha inspirado a la extrema derecha europea y al trumpismo, abrazó la victoria de Jair Bolsonaro y se acercó a Vladimir Putin mientras confrontaba con la Unión Europea, a la que pertenece Hungría. Pero ahora ese modelo está en juego. Se trata de la primera elección en un país del bloque desde el inicio de la invasión a Ucrania, y Orbán ya perdió el apoyo de Polonia por las diferencias con respecto a la guerra. Márki-Zay, por su parte, promete a los húngaros mejores relaciones con Europa y respaldar al presidente ucraniano Volodimir Zelensky.

“Orbán es uno de los primeros ministros con más años en funciones. No hay posibilidad de cuestionar ni la popularidad de sus políticas, ni su popularidad personal. Es importante entender que recuperó el poder después de la crisis económica de 2008, que tuvo un impacto severo en la economía y el pueblo húngaro. Luego empezó a construir una retórica crítica con el papel de Bruselas. Y terminó desarrollando una mezcla de políticas sociales generosas con una visión muy conservadora de la sociedad”, dice Arthur Kenigsberg, director de Euro Créative, un think tank que estudia la política de Europa Central y del Este.

Fue un proceso paulatino pero sin freno. Orbán obtuvo más tarde una mayoría de dos tercios que le permitió “atacar el sistema de control y equilibrio, incluida la independencia de la prensa o la Justicia, y desarrollar esquemas de corrupción generalizados”, dice Kenigberg. “Sin embargo, la inflación está aumentando y Márki-Zay también le habla al electorado conservador moderado. ¿Será fatal para Orbán? Nadie puede predecirlo, pero su sistema está potencialmente en peligro, sin importar el resultado de la elección”, afirma el analista.

Fidesz, el partido de Orbán, aprovechó su mayoría parlamentaria para rediseñar las secciones electorales en 2011, un factor que juega a su favor. Por eso la oposición unificó candidaturas en cada uno de los distritos. Con todo, Márki-Zay se aferra a lo que las encuestas apenas pueden predecir: el clima social. Si el primer ministro gana por menos de lo esperado, el proyecto político de Fidesz podría entrar en crisis.

Para Kenigsberg, “podrían reunirse las condiciones para el apaciguamiento” de Orbán. “Fidesz podría ganar con un estrecho margen que obligaría al partido a regenerarse internamente. En este caso, sería necesaria una relación menos controvertida con los aliados occidentales. Podemos imaginar un ablandamiento de la retórica anti UE desde Budapest y el nombramiento de personalidades menos vehementes en puestos clave”, apunta.

La UE le retiene a Hungría los fondos de recuperación pospandemia hasta que Orbán garantice la separación de poderes y derogue las leyes contra la diversidad sexual. Ahora ni siquiera cuenta con la solidaridad de Polonia y del resto del grupo de Visegrado, que integran también República Checa y Eslovaquia. La alianza había nacido en 1991 para empujar la integración a la UE, pero una vez adentro sus gobiernos la fueron transformando en una trinchera conservadora y ultranacionalista. La guerra en Ucrania los volvió a unir con Bruselas, excepto a Hungría.

Orbán condenó la invasión, aunque rechazó las sanciones al Kremlin por la fuerte dependencia que el país tiene del gas ruso. Tampoco aceptó el paso de armas hacia Ucrania por su territorio. Le dijo al presidente Zelensky que no lo arrastraría a la guerra: “Hungría es lo primero”. El primer ministro dice defender una posición neutral, pero la UE, Visegrado y Márki-Zay la entienden como una postura pro Rusia.

“Orbán se ha pronunciado durante años sobre el apoyo a Rusia y creo que tiene que ver con la proximidad ideológica. Desde su regreso al poder ha estado desarrollando una retórica antioccidental, o más precisamente una retórica contra la democracia liberal. Aquí la Rusia de Putin representa un contramodelo, especialmente cuando se trata de la defensa de los valores tradicionales. Además, ha formado con Rusia nuevos contratos importantes, especialmente en el sector energético”, destaca el especialista en política centroeuropea.

El primer ministro también vetó “algunas declaraciones más o menos consensuadas” de la UE y la Otan que apuntaban a Rusia. Por otro lado, Kenigsberg afirma que “las relaciones entre Budapest y Kiev han sido terribles durante años debido a la situación de la minoría húngara en Ucrania”. Un mes antes de la invasión, el canciller Péter Szijjártó destacó las “relaciones pragmáticas y basadas en el respeto mutuo con Rusia” y negó el apoyo a Ucrania en el conflicto a menos que respetara los derechos de los húngaros en su territorio.
Orbán está cada vez más aislado dentro de Europa. Ya no hay gobiernos afines que lo avalen, solo socios periféricos como Marine Le Pen, quien acaba de recibir un préstamo de un banquero amigo del líder húngaro para financiar su campaña a la presidencia de Francia.

Es un mal momento para los llamados euroescépticos. Aunque es difícil imaginar a Orbán volviendo a los comienzos de Fidesz, la Alianza de Jóvenes Demócratas, el partido liberal y antisoviético que fundó en 1988 a sus 25 años, cuando prometía que el futuro de Hungría estaba en Europa.