La hecatombe ya se hizo su lugar. Sin que se haya podido precisar con propiedad, o con un algo parecido, quién es Juan Guaidó, si el bufón que extravió el genio y ya no hace reír, si un arlequín sin máscara ni traje de ridículos colorinches geométricos, si un payaso en emergencia comunicacional. O si un pobre tipo, o un pitufo desalojado de su hongo, o un desaforado amante que comparte los viáticos mercenarios con las mujeres de sus socios, sin que haya podido probar en tres años de qué era capaz, Juan Guaidó exhala sus últimos suspiros políticos. Sus mandantes ya lo excomulgaron. Guaidó fue elegido por Estados Unidos y tolerado por la oposición venezolana con el objetivo de desestabilizar hasta voltear, fuera como fuera, al gobierno constitucional y popular de Nicolás Maduro.

Se le dio todo para que arremetiera con todo, y hasta la muerte, contra Maduro y las figuras principales del gobierno bolivariano: amenazas de desembarco de marines, bloqueo económico y sanitario en plena pandemia de Covid19, armas químicas contaminantes, intentos de golpes de Estado, campañas desestabilizantes conducidas por el secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA), Luis Almagro. Se le entregó el manejo de los activos venezolanos usurpados en el exterior por los gobiernos serviles de la Unión Europea (UE) y las falsas democracias americanas, se le urdió todo el tejido diplomático necesario para hacerlo aparecer como la autoridad legítima de un Estado.

Se le confirió el privilegio de autodesignarse algo, cualquier cosa o cargo. Coronarse como emperador o soberano era grotesco, eligió llamarse, modestamente, “presidente designado” y, como tal, fue reconocido por casi todos los países que ofician de laderos de Estados Unidos, en América y en la occidental, democrática y cristiana UE. Será por eso, por el desprecio tardío que sienten por este “sudaca” que les vendió espejitos de colores, que fueron los medios franceses y españoles, las voces de Vox (el fascismo hispánico), los británicos Financial Times y Reuters y los “analistas independientes” de Alemania e Italia, los que ya le pusieron fecha de caducidad al último acto de esta farsa.

Guaidó desaparecerá del mapa político, y con él sucumbirá en enero de 2023, dentro de dos meses a lo sumo, la dirigencia que todavía lo acompaña en la llamada Plataforma Unitaria (PU). Su fin es producto de un pacto no escrito entre Estados Unidos y la oposición venezolana. La agencia noticiosa Sputnik citó al analista Basem Tajeldine, para señalar, muy gráficamente, que “el presidente designado será botado a patadas en el traste porque Washington ya decidió reemplazarlo por un elemento más inteligente”. La fecha, enero de 2023, está dada porque ese será el momento en el que el sujeto debe revalidar su interinato ante el G4, el pleno de la frágil alianza opositora.

La PU está conformada por los partidos sobrevivientes de lo que fue la Mesa de Unidad Democrática (MUD), de efímera existencia, que en 2019 apoyó la aventura pergeñada en Washington por Donald Trump y fielmente seguida por una veintena de partidos locales, reducidos ahora a sólo cuatro: Primero Justicia, Acción Democrática, Un Nuevo Tiempo y Voluntad Popular. En Venezuela, y no sólo desde el gobierno, se dice que la PU sobrevive gracias al factor económico. En buen romance, gracias a la generosidad del Departamento de Estado, acompañada por la entrega de los grandes activos venezolanos –petroleras,

petroquímicas, depósitos bancarios y otros– usurpados en el exterior por los gobiernos que siguen los mandatos de la Casa Blanca y otorgados para su gestión a la oposición, mediante administradores designados directamente por Guaidó.

De acuerdo al Financial Times y los detalles agregados por Reuters, sólo Voluntad Popular, el partido de Guaidó, pero conducido desde su refugio en España por su creador, Leopoldo López, apoyaría la continuidad de Guaidó. Los otros tres partidos del G4 suman los votos suficientes como para darle el adiós definitivo a la criatura surgida de los malos cálculos de los estrategas de Washington. Colombia, el vecino de raíz bolivariana que había prestado su territorio para instalar allí una parodia de gobierno paralelo, cambió radicalmente con la asunción de Gustavo Petro, e incluso le devolvió a Caracas las acciones de la estratégica Monómeros (petroquímica). Los países de la UE ya dejaron de llamarlo presidente interino, aunque los partidos de la ultraderecha europea siguen respaldándolo.

El último día de Guaidó sellará el fracaso de los planes de Estados Unidos para derrocar al gobierno bolivariano. Marcará un terminar y empezar de nuevo, lo que no será nada fácil porque ya ha probado con todo. Además, complicará las apetencias opositoras de mantener el control de los bienes externos de Venezuela, a los que hay que agregar desde junio el Boeing 747 de Emtrasur, retenido en un hangar del aeropuerto de Ezeiza por orden de un tribunal de primera instancia del distrito norteamericano de Columbia. Aunque el rol de Venezuela es clave como actor relevante del mercado energético global, y por tal razón Washington ha intentado acercarse a Caracas, la Casa Blanca ya hizo saber que no desistirá en sus intentos de acabar, sea como sea, con la Revolución Bolivariana.

Gastó fortunas

Para sus patrones, que tantas ilusiones depositaron en él, Juan Guaidó se convirtió en un maravilloso fiasco. Estados Unidos y sus aliados de la Unión Europea le entregaron el manejo de los principales activos venezolanos en el mundo, previamente usurpados por las democracias occidentales. Entre ellos, las refinerías petrolíferas de CITGO en Texas y en la colonia holandesa de Aruba, la petroquímica Monómeros –apropiada por Colombia pero devuelta ahora por Gustavo Petro–, y el oro depositado en Londres. La generosidad de los gestores de la decadencia no tuvo la respuesta imaginada. Desde que en 2019 montó la farsa y se proclamó presidente, Guaidó gasta fortunas para mantener una infraestructura que debería movilizar multitudes pero que no convoca a nadie.

Avanzada Progresista (AP), uno de los partidos que se mantiene opositor pero se retiró de la Plataforma Unitaria enemiga del gobierno constitucional de Nicolás Maduro, divulgó en agosto un informe en el que muestra que en los 24 meses pasados la estructura paralela montada por Guaidó insumió un gasto total en “salarios” de casi dos millones de dólares. El dinero fue destinado a mantener un equipo de cerca de cien personas, entre guardaespaldas, abogados, secretarias, lobistas, gestores de redes sociales y los llamados “periodistas independientes” de adentro y de afuera de Venezuela, unos sujetos fáciles de identificar que escriben para, entre otros, el Grupo de Diarios América.

El aparato de Guaidó también desparrama generosamente decenas de miles de dólares para pagar a unos seis mil militantes del G4, los partidos (Primero Justicia, Acción Democrática, Un Nuevo Tiempo y Voluntad Popular) que justifican la existencia de su gestión paralela. Según AP, 1500 militantes mercenarios de cada partido reciben entre 50 y 350 dólares mensuales, una cifra importante en un país en el que el mercado negro multiplica hasta el infinito el poder de compra de las divisas. Pero todos esos gastos son minimizados si se los compara con los destinados, en blanco, exclusivamente a los andares de Guaidó y su entorno. Los viáticos divulgados por la AP muestran que desde su autoproclamación como “presidente interino”, Guaidó recibió cash y gastó (o escondió) siete millones de dólares.

Una nueva relación

Después de seis años de tensiones en los que más de una vez sus países estuvieron al borde del precipicio, los presidentes Nicolás Maduro (Venezuela) y Gustavo Petro (Colombia), fueron el martes primero los protagonistas del abrazo del reencuentro, sellado en Caracas y llamado a ser el punto de partida de una nueva etapa histórica en la región americana. El mismo día y a la misma hora, 7.400 kilómetros al sur, el dos veces ex presidente colombiano Álvaro Uribe (2002-2010) llegaba en soledad a Buenos Aires, donde un único viajero lo recibió al grito de “asesino”, un repudio que otros enriquecieron con verdades igualmente degradantes: “paramilitar”, “narcotraficante”, “ladrón”.

En la capital venezolana los presidentes acordaron trabajar en común para volver a hacer de la frontera un lugar de encuentro ajeno a los traficantes, para que las venezolanas Pequiven y Monómeros aporten sus fertilizantes al desarrollo agrícola colombiano y para que en la diplomacia y en los hechos ambos países se conviertan en gestores de una Amazonia sana y limpia. Petro se comprometió a impulsar dos ítems de alto valor simbólico: el retorno de Venezuela al sistema interamericano de derechos humanos y a la Comunidad Andina de Fomento. Uribe, mientras, se juntaba con sus amigos empresarios –que tanto tienen que ver con la destrucción amazónica– en un foro reunido por una consultora privada y convocado bajo el lema “Hacemos más real el otro cambio climático”. ¿El de los negocios?