“No sabemos cuánto durará este escenario de volatilidad”, dijo el jefe de Gabinete, Marcos Peña, en una conferencia de prensa donde ofreció más dudas que certezas. Rara manera de llevar “tranquilidad a la gente” en un país hundido en la incertidumbre provocada por la intensa corrida cambiaria de las últimas dos semanas y, sobre todo, por la decisión oficial de acudir al Fondo Monetario Internacional.

La exposición de una hora y media pretendió mitigar la “angustia” -Peña dixit- que provoca en los argentinos la sola mención del FMI. No es para menos: la historia muestra que ese organismo, creado en la posguerra, fue una herramienta crucial de saqueo y dominación que el capitalismo financiero aplicó sobre países como la Argentina. “La historia no siempre se repite del mismo modo”, replicó a esos antecedentes Peña, sin ofrecer mayores detalles sobre por qué, ahora, sería distinto.

La base de esa corazonada, dijo el ministro, es que hoy gobierna “el cambio”, que el Fondo y el país “aprendieron de sus errores” y que la presidenta del organismo, Christine Lagarde, mostró simpatías con el modelo macrista. Los último, a diferencia de lo que cree el ministro, es un pésimo indicio: nadie elogió tanto el modelo menemista como el FMI. ¿Es necesario recordar cómo terminó esa historia?

Por lo visto, sí: con 50 muertos en la calle y el país incendiado.

En la previa de aquella explosión se firmó un blindaje como el que ahora se propone rubricar el gobierno para frenar una sangría que el propio oficialismo alimentó echando nafta al previsible recalentamiento del contexto internacional.

¿O acaso no fue el Ejecutivo quien fomentó la fuga de divisas dando vía libre a la remisión de utilidades de las firmas extranjeras, el carry trade de los fondos especulativos golondrina y levantando la obligatoriedad de liquidar divisas a los agroexportadores, entre otros beneficios? Y todo regado con una toma de endeudamiento externo que marcó un récord mundial.

Frente a la crisis por mano propia, el Gobierno recurrió al manual del gobierno acorralado. Cargó culpas en la “volatilidad de los mercados por decisiones que no tomamos” y en “la oposición, que impulsa medidas irresponsables”, puntualizó Peña, en una conferencia que contó con el seguimiento presencial de algunos custodios del relato oficial, como el filósofo mediático Alejandro Rozitchner y el tuitero Hernán Iglesias Illia.

El equipo de comunicación tomó medidas adicionales de precaución para garantizar que el mensaje “tranquilizador” no se saliera del cauce. Recurrió a un mecanismo habitual para estos casos de respuestas limitadas: manipuló la lista de periodistas habilitados para preguntar.

La nómina, como es usual, surgió de un sorteo donde participaron todos los periodistas asistentes. Pero durante la conferencia, parece, hubo un repechaje privado que habilitó a unos y descartó a otros. La colega mexicana y columnista de Tiempo, Cecilia González -que estaba séptima en la lista original- se quedó con sus interrogantes en la boca, mientras que la pregunta de cierre quedó en manos de una panelista afín al oficialismo que no había surgido del sorteo original.

El dato es un síntoma de la profundidad de la crisis que afecta a un Gobierno desacostumbrado a lidiar con una opinión pública -y sobre todo publicada- que contraría el relato oficial.