Negros planeros, bolitas y paraguas, putos, travas, zurdos, kukas, ¡minas! y pobres, desde luego. Los diques del odio parecen haberse roto, aquí y en todo el mundo, y la nómina de sus víctimas no reconoce matices: clases, colectivos, ideologías y géneros, cualquier grupo social que enarbole una consigna democratizante será blanco del estigma. Son esas identidades de frontera, migrantes, disidentes, interculturales, las que investiga desde hace años Alejandro Grimson, preocupado por desentrañar los áridos mecanismos que construyen el odio en esta peculiar coyuntura histórica, y describir los anticuerpos que permitan desarmarlos. En medio de esa búsqueda, se afana por estos días en la organización de un simposio que de martes a jueves reunirá a destacados conferencistas de toda la región (ver aparte), reunidos para consolidar el alerta contra las nuevas manifestaciones del odio.

¿Por qué es hoy, otra vez, tan necesario repensar este huevo de la serpiente que azuza a sociedades cada vez más hostiles, enfermas de odio? Grimson enumera los síntomas.

–Porque a partir de 2015, aproximadamente, se percibe un fenómeno global del odio, que incluye la irrupción de Trump, el Brexit en tanto movimiento antiinmigratorio y xenófobo, después Bolsonaro en un Brasil donde esto ya estaba pasando aún antes de adquirir un nombre propio, y el significativo crecimiento de la ultraderecha en más de una decena de países de Europa, llegando por primera vez en mucho tiempo al Parlamento en algunos casos y en otros directamente al gobierno. Y en América Latina hay un fenómeno similar. En Colombia, por ejemplo, la diferencia entre el presidente anterior, que generó el tratado de paz y que ni siquiera integraba un gobierno que hubiéramos llamado progresista, y este, que lo está desarmando, da cuenta de esa derechización. Aun en una región donde los 25 años de hegemonía global del neoliberalismo, desde la caída del Muro de Berlín, se vieron interrumpidos por seis o siete gobiernos populares, progresistas, de izquierda en algún caso… faltan palabras para definirlos en bloque.

–Bueno, del otro lado usan las palabras sin pudor. Básicamente una: populismo.

–Populismo, que no sabemos bien qué define para ellos, salvo que viene recargado de elementos negativos: demagogia, autoritarismo, totalitarismo, fascismo… términos estigmatizantes que no explican absolutamente nada y cuya única intención es denostar gobiernos electos democráticamente que generaron procesos de redistribución de riqueza y que en algunos casos fueron derrocados de manera ilegítima. Pasó en Paraguay, Honduras, Brasil, o lo que ahora se llama «neoliberalismo por sorpresa»: el caso Ecuador. Volviendo a los discursos del odio, lo que percibimos es una sumatoria de racismo, clasismo como desprecio de clase, xenofobia, misoginia, homofobia y, en general, macartismo, entendido como el conjunto de los procesos de estigmatización política. Y esto a niveles inauditos: en Brasil, caminás con una remera roja y te pegan.

–¿Estos discursos de odio son siempre dispositivos de desclasamiento, o sea, mecanismos socioculturales que escinden los intereses de la clase media de los de los sectores populares?

–En todos los países tenés élites no sólo poderosas sino también conservadoras, que quieren mantener todos sus privilegios: económicos, culturales, étnicos, de género, etc. Ahora, hay en muchos países, y en la Argentina esto es evidente, dentro de una clase media sumamente heterogénea, personas dispuestas a perder plata con tal de no ceder distancia jerárquica con los que están abajo. Nuestro caso es muy simple: el 90% de los argentinos perdieron plata con Macri, y sin embargo va a sacar el 30% de los votos.

–Parece irracional.

–Pero no lo es. Podría serlo en términos económicos, pero hay en esa gente otras racionalidades: quieren estar por encima de los «negros», que no suban; es esa distancia, mantener esa distancia, lo que valoran, y no es cierto ahí que se vote con el bolsillo.

–¿Este odio se gestó como una reacción a la modesta ampliación de derechos que hubo para muchos sectores en el período anterior?

–Habría que ver: en algunas áreas el proceso redistributivo de poder fue más modesto, pero en otras fue muy categórico. El matrimonio igualitario, por ejemplo, no fue nada modesto.

–Digo «modesto» respecto de lo desmedido de la reacción.

–Ah, claro, sí, es una desmesura absoluta, y una absoluta incomprensión. Ahí aparece, por ejemplo, en contra de la educación sexual integral, y en un discurso liso y llano, que «estos comunistas quieren enseñarles sexo a mis hijos en la escuela primaria y yo no voy a permitir que los destruyan». Imaginemos a qué está dispuesto ese señor al que le están por «destruir» al hijo.

–¿Cómo llegaron a naturalizarse discursos tan brutales, y a quién le interesa que se naturalicen?

–A ver. En la región hay gran cantidad de movimientos, indigenistas, de mujeres, de la diversidad, etc., que venían reclamando derechos desde hace mucho tiempo y en los últimos años fueron acentuando su visibilidad y lograron avances más o menos importantes. ¿Cuál es la racionalidad que se opone a estas conquistas? Hay ahora en Netflix un documental muy bueno de Petra Costa, Democracia em vertigem, sobre el impeachment a Dilma, y ahí ves gente que se ha vuelto loca, que quiere matar a Lula, a los petistas, que avala que echen personas de una movilización porque piensan diferente. No podemos no aterrarnos ante eso, porque es el caldo de cultivo de una catástrofe social. Cuando se rompe un cristal, como se rompió en Brasil, esos discursos de odio estallan y se convierten en hegemónicos. En la Argentina, esos discursos también están. Existe Baby Etchecopar. Y hay funcionarios que sostienen esos discursos. Pero aquí, a pesar de todos los retrocesos que hemos vivido en estos cuatro años y de las muchas manifestaciones de odio que observamos, no han llegado a devenir hegemónicos por una profunda razón histórica: el triunfo del movimiento de Derechos Humanos en la Argentina, que impuso un sentido común contra la violencia política. Y eso hay que cuidarlo, es el cristal que tenemos nosotros. Pero los cristales se pueden romper. Estos años hemos escuchado a funcionarios negacionistas, manifestaciones institucionales que conllevan negacionismo, como esa de que los problemas empezaron hace 70 años, que no hace sino negar el golpe del ’76, y políticas concretas que alientan, por ejemplo, que vayas preso porque no me gusta cómo pensás. Entonces, la única forma de construir una sociedad democrática es logrando la articulación y consolidación de todos los contradiscursos que confrontan al odio, a favor de la convivencia y del pluralismo político, cultural, religioso, sexual.

–¿Y estos discursos, son un aval para hacer qué?

–Legitiman políticas neoliberales como las que padece Brasil hoy. Mientras muchos brasileños dirimen a quién odian más, si a los negros, a las mujeres, a los favelados o a los petistas, les quitan buena parte de sus derechos sociales y laborales.

–¿Coincidís en que el gobierno está orientando su campaña en estas últimas semanas a cimentar su alianza con estos sectores «odiantes»?

–Evidentemente, tienen, primero, un objetivo de corto plazo que es preservar la cantidad de votos que sacaron en las PASO. Y segundo, darles densidad ideológica a esos votos, en el fuego de esos valores, alimentando todas las formas del odio, para confrontar con un proyecto democrático con justicia social, que es lo que anuncia el Frente de Todos, y para socavar desde ahora la fortaleza de todos los acuerdos que van a ser indispensables para salir de esta situación catastrófica.

–Hablaste de cristales que no deben romperse. ¿Ves puntos de contacto entre este momento histórico y el del auge de los fascismos en Europa?

–Por supuesto, estos odios empujan a buscar paralelismos con otros momentos históricos. Yo creo que el caso argentino, y acaso otros que aún no están cerrados, muestran la posibilidad de que, quizás, el retorno de las derechas haya sido breve. Por el contrario, en el período de entreguerras hubo un proceso de hegemonía de ultraderechas que se consolidaron y conquistaron una parte del mundo. Yo creo que, desde 2015, la pregunta que se abrió con el triunfo de las derechas en tantos países es si era el inicio de una nueva etapa histórica de otros 25 años, o qué. La hipótesis que sostiene que se trata de un breve retorno se fundamenta en que no tienen estas derechas un proyecto económico sustentable que incluya a la mayoría de los ciudadanos y pueda, por lo tanto, construir una hegemonía duradera. Por eso, entonces, le damos tanta importancia a esta discusión hoy: avanzar en la reflexión sobre los discursos del odio ayuda a reducir su influencia y, al mismo tiempo, dinamizar las potencias democráticas y transformadoras de los distintos sectores sociales. Es decir, si logramos consolidar una cultura democrática basada en lo mejor de nuestra tradición de defensa de los Derechos Humanos, cuando aparezca un tipo en la radio llamando a un pogrom, va a ser un marginal al que nadie escucha. El problema es que, en algunos países, esas voces generaron una minoría muy intensa, y en otros, devinieron mayoría. El desafío es, entonces, construir una convivencia democrática donde las mayorías puedan articularse en toda su diversidad.

–¿No hay un obstáculo semántico en esta disputa? Digo, ¿los discursos de odio son más potentes, permean mejor en esta sociedad, redes mediantes?

–Es así. Y por eso creo que hace falta construir una épica de la templanza contra los discursos del odio, y demostrar que precisamente en esa convivencia en la multiplicidad, con personas que piensan distinto, que sienten distinto, que tienen otra orientación sexual, otra tradición étnica, etc., es ahí donde surge lo más extraordinario de la creatividad humana. «

Tres días de reflexiones urgentes

Grimson es doctor en Antropología por la Universidad de Brasilia, investigador del Conicet y decano del Instituto de Altos Estudios Sociales (IDAES) de la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM). El IDAES es precisamente una de las instituciones que organiza, del 15 al 17 de octubre, la primera Plataforma de Diálogo de la Sede Regional Cono Sur del Centro «María Sibylla Merian» de Estudios Latinoamericanos Avanzados en Humanidades y Ciencias Sociales (CALAS), dedicada a «los nuevos discursos de odio y sus contradiscursos en América Latina».

Será un debate colectivo, interdisciplinario, interregional, intergeneracional y con pluralidad teórica, que se desarrollará en el Campus Miguelete de la UNSAM, en su sede porteña del edificio Volta (Av. Roque Sáenz Peña 832), el Centro Cultural de la Cooperación y el CC General San Martín.

La conferencia inaugural, el martes a las 18, estará a cargo de la antropóloga y activista feminista Rita Segato. Miércoles y jueves, disertarán, entre muchos otros, Gabriel Vommaro («Los desafíos para la democracia y la igualdad en nuestro tiempo: movilizaciones reaccionarias y pánicos morales en América Latina»), Eleonor Faur («Donde hay poder hay resistencia: feminismos, educación sexual integral y la ofensiva conservadora en la Argentina»), Ezequiel Adamovsky («El odio de sí: los discursos de autodenigración nacional en Argentina»), el colombiano Eduardo Restrepo («Cartografías del desprecio: racionalidades y emocionalidades de los discursos del odio y las prácticas del exterminio de la nueva derecha colombiana») y el brasileño Gustavo Lins Ribeiro («La rebelión de los ignorantes y el giro global a la derecha»).