Un breve repaso por la clásica fábula. El escorpión necesita cruzar el pantano para seguir su camino y no puede hacerlo sin ahogarse. La rana está a su lado. Puede saltar, apoyándose en las hojas y ramas que flotan en el agua turbia,  hasta llegar a la otra orilla. El escorpión le pide a la rana que lo ayude, que lo lleve en su espalda. Comienza la travesía. El escorpión pica a la rana y la envenena. Ambos morirán ahogados. La rana pregunta: “¿Por qué lo hiciste?”. “Es mi naturaleza”.

El extraordinario cuento describe un aspecto de la naturaleza humana. La derecha argentina está intentando cambiar de piel y cruzar un pantano hacia la próxima elección. Basada en su propia experiencia, sabe que para construir una base de respaldo más amplia tiene que moderar el discurso. Macri ganó en 2015 porque se proponía casi como un poskirchnerista. “No vamos a cambiar nada de lo que está bien”. Con esa frase, en la que cada persona podía depositar lo que quisiera, reconocía el amplísimo respaldo que tenían varias políticas del ciclo kirchnerista. Así fue que ganó. Horacio Rodríguez Larreta y María Eugenia Vidal apuntan a transitar el mismo sendero discursivo. El dilema que tienen, como el de la fábula, es la naturaleza a la que pertenecen, su hábitat.                    

Durante esta semana el diputado Fernando Iglesias volvió a ocupar un espacio central. Sugirió que Florencia Peña, al igual que la periodista Úrsula Vargues y la exmodelo Sofía Pacchi, que trabaja con la primera dama, fueron a la quinta de Olivos para tener «partuzas» con el presidente. Iglesias –se sabe– es un difusor del deseo de muerte hacia el peronismo. El 7 de julio de 2020, mientras se organizaba un cacerolazo contra las medidas de cuidado por la pandemia, publicó un tuit con la foto de una ametralladora. “Es hora de guardar las cacerolas”, escribió debajo. Intentó ser metafórico con la imagen para no completar la frase con “y pasar a las armas”.

El episodio misógino que protagonizaron Iglesias y Waldo Wolf despertó nuevas tensiones en la derecha argentina. Recibió críticas, más o menos explícitas, en los medios del establishment.

Es comparable a lo que ocurrió con la candidata a diputada nacional que está en la misma lista, Sabrina Ajmechet. La historiadora, entre otras cosas, había tuiteado que las Malvinas eran “territorio británico” y que los estudiantes secuestrados por la última dictadura militar durante la Noche de los Lápices tenían “armas y explosivos” en su departamento. Intentó presentar como un supuesto apego al rigor de los hechos lo que fue una justificación del terrorismo de Estado.

Son momentos que parecen inspirados en el disco de Andrés Calamaro Honestidad brutal y que golpean en la línea de flotación de la estrategia de correrse al centro para ampliar la base electoral.

Vidal, para diferenciarse de Ajmechet, publicó a primera hora del 29 de julio un mensaje en sus redes sociales. Fue para recordar y repudiar la Noche de los Bastones Largos de 1966, cuando el gobierno de Juan Carlos Onganía desató su feroz represión sobre la UBA, especialmente en las facultades de Ciencias Exactas y Filosofía y Letras.

La derecha está intentando cambiar de piel. Es una estrategia lógica. El tema es que cada dos o tres saltos en ese sentido le ocurre lo mismo que en la fábula de la rana y el escorpión. Intenta cruzar a caballo de un discurso moderado, que resulta más creíble en dirigentes como Vidal o Larreta. Y en el camino aparece la otra cara de su naturaleza, la que expresan Iglesias y Ajmechet. «