El dato más relevante en la investigación por la muerte del fiscal Alberto Nisman paradójicamente no está en la investigación por la muerte del fiscal Alberto Nisman. Parece un trabalenguas, pero no lo es.

Uno de los principales argumentos de quienes sostienen que Nisman fue asesinado radica en afirmar que sus manos no tenían rastros de haber disparado un arma. Ergo, si él no disparó, no pudo haberse suicidado.

La afirmación es falsa. Las manos de Nisman tenían muestras “consistentes” con el disparo de un arma de fuego. ¿Eso alcanza para asegurar que disparó? No; deja un margen de duda. Distinto habría sido si el resultado del peritaje hubiera arrojado muestras “características” del disparo de un arma. En ese caso, no habrían quedado dudas de que esa mano accionó un arma de fuego.

¿Por qué ahora, cuando están por cumplirse siete años del dramático 18 de enero de 2015 se vuelve a hablar de un peritaje que realizó el Servicio de Ingeniería y Química Forense del Ministerio Público de Salta el 10 de febrero de aquel año? Porque en una investigación actual de alto impacto por su crueldad y dolorosas consecuencias apareció un dato que remite directamente a la muerte de Nisman.

Según aquel informe, en las manos del difunto fiscal “se hallaron partículas consistentes con residuos de disparo”. Las partículas “consistentes” –aclara el reporte– “pueden estar asociadas con la descarga de un arma, pero también podrían originarse a partir de otras fuentes no relacionadas con una deflagración de armas”. Es decir: Nisman pudo no haberse suicidado.

En un reciente informe de similares características elaborado en la investigación por el asesinato del joven futbolista de Barracas Central Lucas González, la División Análisis de Residuos de Disparo de la Dirección de Criminalística y Estudios Forenses de la Gendarmería Nacional reportó que dos de los tres policías de la Ciudad acusados, Fabián Andrés López y Gabriel Isassi, tenían en sus manos “partículas características y consistentes con residuos de disparo de arma de fuego”. Es decir, en sus casos, no hay dudas: dispararon.

Pero el tercero, Juan José Nieva, solo arrojó resultado “consistente de residuos de disparo”. Similar a las manos de Nisman.

Esa diferencia respecto de los otros dos acusados por el crimen de Lucas González, siguiendo el criterio adoptado en relación con Nisman, podría haber llevado a intentar una defensa que dijera que “no está probado que Nieva hubiera disparado”.

Nieva prestó declaración indagatoria ante el juez penal de instrucción Martín del Viso el 22 de noviembre de 2021. Elaboró la teoría de haber sido víctima de una agresión ilegítima por parte de Lucas y los tres jóvenes que lo acompañaban, especialmente el que conducía el vehículo. Nieva asegura que se defendió: “Me agrede con el vehículo, me choca, y cuando yo noto que el conductor viene hacia mí (yo estaba a un metro y medio), hace el volantazo en primera contra mí. Cuando me choca repelo la agresión. Yo disparé, me choca a mí, choca la puerta del auto y se va…”. Nieva dijo: “Yo disparé”.

El informe pericial que habla de los rastros solo “consistentes” con un disparo en sus manos fue suscripto por el alférez Fernando Martín Báez y está fechado el 3 de enero de 2022, es decir mucho después del reconocimiento por parte de Nieva de haber disparado.

Un simple silogismo permite inferir que, si las manos del policía de la Ciudad no tenían pruebas contundentes de que hubiera disparado pero efectivamente disparó, lo mismo pudo haber ocurrido con Nisman. Ello tira por tierra definitivamente la afirmación de que no había signos de disparo en sus manos. La principal diferencia es que el policía de la Ciudad está vivo y dio su versión.

Por lo demás, la investigación sobre la muerte del fiscal avanza muy poco.

El fiscal Eduardo Taiano, quien tiene delegada la pesquisa por decisión del juez Julián Ercolini, está esperanzado en que pronto recibirá los resultados de un peritaje de entrecruzamiento telefónico que se viene realizando desde hace unos dos años. Es el tráfico de llamados entre medio millar de líneas telefónicas en la periferia del edificio en el que apareció muerto Nisman. Ya la primera investigadora del caso, la fiscal Viviana Fein (hoy jubilada), había detectado un inusual intercambio de llamados entre agentes de inteligencia, fuerzas de seguridad y funcionarios durante la jornada en la que Nisman no respondía los llamados de sus custodios y finalmente fue encontrado sin vida en el baño de su departamento.

La otra medida de prueba que prometía novedades y hasta ahora no parece haberlas arrojado era el desfile de agentes (actuales y ex) de inteligencia para aportar lo que supieran o hubieren conocido en torno de la muerte de Nisman. De un total de más de 80 previstos, solo declararon unos 30 y ninguno de ellos conmovió a la investigación. El único procesado como partícipe de lo que Taiano, Ercolini y la Cámara Federal consideran que fue un asesinato, el técnico informático Diego Lagomarsino, que ya ni siquiera tiene colocada la tobillera electrónica que controlaba sus movimientos. Si la acusación en su contra se confirmara en un juicio oral, podría pasar el resto de su vida en prisión. Sin embargo, siguió y sigue trabajando de manera privada e incluso como perito en causas judiciales, y cada mes cumple puntualmente con las obligaciones que le impuso la Justicia.  «