Por tercera vez el legendario Luiz Inácio Lula da Silva será presidente del Brasil. Venció a la extrema derecha, venció al lawfare. La segunda vuelta de la elección presidencial en el país más grande de la región repitió signos a los que hay que prestarles atención. Sería muy extraño que en la Argentina esas corrientes no estén fluyendo de un modo similar para el próximo año electoral.

Desde la Victoria de Alberto Fernández, en 2019, hubo una seguidilla de triunfos de gobiernos progresistas, por usar un término aplicable en varios países que tienen culturas políticas distintas. Las excepciones fueron Uruguay, en la que se impuso Luis Lacalle Pou, y Ecuador, con el triunfo de Guillermo Lasso.

En Chile llegó a la Casa de la Moneda Gabriel Boric; en Colombia, quizás el caso más excepcional luego de décadas de gobiernos de derecha, se impuso Gustavo Petro; en Bolivia, el MAS de Evo Morales, con la candidatura de Luis Arce,  retomó el poder luego del golpe de Estado que había puesto a Jeanine Áñez en la presidencia.

Hay otro signo de estos procesos que también replicó en Brasil. Es un síntoma central de estos tiempos: la polarización extrema. Con el 99,9% de los votos escrutados, Lula le ganaba a Bolsonaro por 50,9 a 49,1. La sociedad brasileña, en términos políticos, quedó como una naranja cortada en dos mitades casi iguales.

Este rasgo del balotaje brasileño es algo que también se vio en las otras contiendas regionales. Las derechas se corren al extremo, polarizan a la sociedad, y en las elecciones ya no se repiten aquellos triunfos aplastantes que caracterizaron las victorias de la izquierda nacional popular latinoamericana en la primera década del siglo 21.

¿Qué señales envía este proceso a la Argentina?

La primera: un triunfo de Bolsonaro hubiera implicado un espaldarazo para el ala dura de Juntos por el Cambio que considera que tiene casi ganada la elección presidencial del año que viene. La victoria de Lula, aunque fue ajustada, pone paños fríos sobre el triunfalismo de la derecha argentina.

El otro punto es la polarización. O mejor dicho, como señalan varios análisis, el corrimiento de la derecha hacia posiciones extremistas. Esto provoca que posturas moderadas, como la de Lula, parezcan la otra punta de una batalla de fuerza con la soga. Las terceras vías ya no existen en ninguna parte.

Es un elemento del que ha tomado nota el expresidente Mauricio Macri. Sus posiciones actuales, proponiendo una vuelta recargada a las políticas de la década de 1990, son una expresión más honesta de su pensamiento. Sin embargo no deja de ser una lectura que parte de la base de que la derecha se fortalece si extrema posiciones. No es negocio para los conservadores la moderación, al menos en este tiempo.   

El Frente de Todos debería tomar nota de esta corriente de época. A pesar de las enormes dificultades que pone en el camino la alta inflación, para lograr una buena performance electoral, los procesos de polarización construyen bloques en los que las posiciones ideológicas se imponen sobre el voto útil. No hay otra forma de explicar que Bolsonaro haya sacado el 49%, luego del modo en que manejo la pandemia, el crecimiento de la pobreza y del hambre. Fue, en gran medida, un voto ideológico, cargado de prejuicios, puede ser, pero ideológico.

El efecto paradojal, dialéctico, del proceso extremista que impulsan las derechas, es que también se cristalizan las posiciones de la vereda de enfrente. Como el yin yang, la otra cara de la polarización que recorre la región puede no ser tan malo por el FdT.