Al Gordo Dattilo, al Alemán Bischoff

Hola, vos sos…. Sí, claro, y vos…. Cientos de abrazos entre cientos de reencuentros. Interminables sonrisas, lágrimas, barbas blancas, algún bastón, demasiados kilos de más, muchas arrugas que se agudizan con rictus cargados de emoción y nostalgia. Una bandera rojinegra, rescatada de un arcón. El ticket de entrada era una tarjeta, en tal caso, un volante con una imagen que cumplió los 40. Oscar Alende apunta hacia arriba con el índice derecho. Grita ante el micrófono. La foto es de un acto en el Luna, en la campaña del 83. Alende presidente. Para que todo cambie. Firma el Partido Intransigente, la «Alternativa Nacional, Popular y Revolucionaria».

El boliche parecía un centro popular de los ’80. «Una casa chorizo, qué parecida al local de Mario Bravo», dijo Armando, estremecido, vaso de tinto en la mano y el corazón en una sonrisa que explota tras los lentes. Recibió a todos, los abrazó, los condujo por esa noche mágica, como cuando encabezaba los plenarios en el local de Solís. «¿Vos eras de la 8ª? ¡¡Ustedes eran ‘rabanaquistas’!! Si nos habremos peleado«, espetó Cecilia, chiquita y discutidora como entonces, ahora con una enorme sonrisa de abuela. Aquella grieta entre La Banda y el VTR (viejo tronco radical) se fundió con el tiempo y la distancia. «¿Te acordás de Copete? Mirá esta foto: te está abrazando». Copete era Raúl Rabanaque Caballero, exdiputado PI. Luis lo combatió hace cuatro décadas y ahora muestra un ejemplar de Luchar (tan importante como vencer), la revista de la Juventud Intransigente. Horacio llevó uno de Intransigencia (para la liberación nacional). El aporte de Diana fue un ejemplar de Alternativa intransigente, el órgano oficial del partido, que reclamaba por un «no pago de la deuda externa». Todo ese material, y tanto más, irá a un archivo que se congregará en la UNSAM.

No hubo choris ni damajuanas, pero sí pizza, empanada, birra y bastante ensalada vegana. «Nos decían: ‘Uh, sos del PI… ¡Yo los voto!'». Eran tiempos en que el Viejo seducía, caíamos bien, engrosábamos todas las marchas, hablábamos de liberación y de la Patria Grande, pertenecíamos a la resistencia, exigíamos Aparición con Vida. Se nos acercaban de a miles, espontáneamente, en cada acto, cada peña, cada bandera, para alentarnos, sumarse, o llevarse nuestra propuesta. Si todo el que confesó su adhesión hubiera puesto la boleta seis, habríamos desbordado las urnas, pero la fórmula Alende-Viale sólo sacó 2,33%.

Fue un reencuentro para rememorar años de intensa militancia de los ’80. «Teníamos que hacer algo. Pasaron 40 años. Pensamos en juntar a las juventudes de la época. Pero algunos de ellos eran Patricia Bullrich y Jesús Rodríguez. Optamos por juntamos nosotros…», bromeó, aunque no del todo, un cáustico Beto. Gabriel volvió a la carga: «Cuando lo vea a Darío (Díaz, líder de la JI) le voy recordar que en 1983 cerró un discurso con la frase: Felicitamos al pueblo vietnamita que en zapatillas le ganó la guerra a EE UU. Nos reímos y nos volvimos a enlazar

Rojo y negro

Héctor mandó un WhatsApp, lanzando la protoconvocatoria. Las brasas nunca se habían agotado. A pesar de los años. Éramos «la patota del doctor». Los que hacíamos explotar Plaza Once cuando hablaba el Bisonte. Los que respondíamos fervor, amor, idealismo, solidaridad, militancia y convicción, cuando la inolvidable Amanda se calzaba el poncho rojinegro y clamaba desde el escenario que había que parar la lluvia a gritos. Se nos gastaba la voz con el largue todo y venga volando que se está gestando la revolución.

Aquella noche transformamos la garúa gruesa en desborde pasional: muchos recreamos esa imagen este jueves en la plaza de las Madres, integrando el FdT, siempre en el campo popular, vueltos a ser enamorados en la década ganada, reconvertidos pero con la herida de un fallido paso por el menemismo, cuando unos cuantos se refugiaron en su casa y otros torcieron su destino. Aquella vez veníamos de la dictadura, hoy nos vuelve a acosar la derecha.

Estuvieron todos. Susana Sastre, exdetenida-desaparecida en el CCD La Perla, leyó un conmovedor discurso como si estuviera en la casona del Comité Central, de Riobamba casi Lavalle. “Todavía cantamos», dijo con voz quebrada. El «somos la patota del doctor» resonó por primera vez. Aplaudieron en vivo los exdiputados nacionales Luis Manrique (1987-91) y Marcelo Vensentini (1995-99); el actual legislador Luis Di Giacomo (Juntos Somos Río Negro); el Chino Navarro, o al ex-convencional constituyente Pablo Martínez Sameck.

Y llegó la peli. En realidad, un powerpoint, como si hubiera sido hace 40 años. Un par de frases de Alende enardeció a la popu. Volvió a hablarnos de «la socialización de la riqueza, la cultura y el poder«. Hubo ovaciones. Como cuando apareció Willy, invariablemente delante de la abigarrada columna, megáfono en mano. O con las imágenes del exintendente de Neuquén, Martín Farizano, o el Negro Alejandro Barthe, de la JI. Ni qué hablar con el Gringo Lisando Viale y la «Madre de la Plaza del PI«, la hermosa Perla Wasserman. «Ahí estás vos», replicaban por ahí. Ahí estuvimos todos. Acá estamos y homenajeamos a los que ya no están.

El sesentón, uno de tantos, a falta de sillas, se sentó en el suelo para disfrutar del video. Se levantó, acomodándose los huesos. Al darse vuelta, los encontró: ¿Vos sos María Amelia? ¿Y vos Cacho? El abrazo fue infinito. La emoción perdurará por el resto de la memoria. ¿Te acordás del local de Pichincha? ¿Qué será de la vida del Alemán? ¡Qué cuadrazo era la Negra? ¡Nos decían los ‘trosquitos’ de Capital, jaja…! ¿Sabés algo de Mingo? ¡Uh, esa noche que tuvimos que cortar la calle de tanta gente que vino a la peña! ¡Las fiestas con los pibes que hacíamos en la plaza Martín Fierro! ¡El Chavo ahora es dirigente del Ciclón! ¡Vos y yo dibujamos las letras del frente del local, te acordás… Era La 8ª del PI. Con petulancia militante le metimos un nombre que aún nos resuena en el alma: Hasta la Victoria, siempre.

No, la revolución no se gestó, compañeros. Pero él mantiene, inclaudicable, la certeza de que la transformación es colectiva. Y esa noche, aún emocionado, pasó por la puerta del local de Pichincha. Ahora es un galpón. Pero le pareció ver que, en la vereda, aún quedaba algo del ferrite negro y del rojo con que pintaron la fachada.

Hace 40 años. «