Sergio Massa está cerca de completar una hazaña política que puede quedar en la Historia. Llegó al Ministerio de Economía en agosto del 2022 en una situación crítica y con una coalición de gobierno que crujía. Tenía en mente desde el principio que esa gestión fuese su trampolín para ser candidato presidencial. Lo mismo pensaba Cristina Fernández, que fue quien respaldó su aterrizaje en el gobierno como superministro.

La estrategia, mirando el mediano plazo, tenía sagacidad. Luego de la derrota en las parlamentarias del 2021, si el oficialismo generaba otra figura fuerte, además del presidente, y si esa figura mostraba resultados de gestión, la posibilidad de ganar las elecciones presidenciales renacía.

Hubo accidentes en el camino. Los resultados de gestión consistieron en evitar que la casa vuele por el aire-lo que es central-pero no alcanzó para revertir el espiral inflacionario y la pérdida de poder adquisitivo de los salarios. Este fue el dilema a la hora de la definición de las candidaturas. Si Massa hubiera logrado bajar la inflación, no hubiera habido ningún debate sobre quién sería el candidato presidencial. Al no poder mostrar ese éxito, su proyecto presidencial tenía un talón de Aquiles. Repasar las idas y venidas, las subidas y bajadas, no tiene sentido: finalmente siguió adelante la misma estrategia.

¿Qué pasó de las PASO hasta ahora?

Hay un punto que se puede analizar de modo muy claro: la campaña de Massa fue la mejor, comparándola con la de Patricia Bullrich y Javier Milei. Lo primero que hizo fue tomar decisiones económicas, luego de que el FMI diera los recursos para fortalecer las reservas del Banco Central. Esa fue una señal de lo que haría como presidente: suma fija para trabajadores registrados, créditos subsidiados para jubilados y monotributistas, el fin del impuesto a los altos ingresos sobre los salarios.

Desde el punto de vista de la comunicación, fue fiel a su estilo de político profesional, medido, consensual, con alto conocimiento del funcionamiento del Estado, buscando el equilibrio en las posiciones. Las mismas señales que brindó en su primer discurso como candidato presidencial más votado en la primera vuelta.  

Milei, en cambio, dejó de lado todos los manuales de estrategia electoral y siguió su instinto. En lugar de correrse al centro y tratar de sumar votantes que no lo habían acompañado en las PASO, profundizó la estrategia de la motosierra. Los mileistas se cebaron. Creían que ya habían ganado (por supuesto todavía pueden ganar). Insistieron con sus mensajes misóginos. Continuaron cuestionando los acuerdos civilizatorios de la Argentina, la educación pública, la política de derechos humanos, la Causa Malvinas. Esos son los hilos que entrelazan a esta sociedad con todas sus contradicciones, diferencias, amores y odios.

Milei no se paró-hasta ahora-sobre esos pilares para construir poder, como sí había hecho Mauricio Macri para poder ganar. Milei propuso dinamitar toda la Argentina moderna. Anoche, en su discurso en el bunker de campaña, ensayó una corrida al centro. Habrá que ver si estas cuatro semanas le alcanzan para que esa estrategia sea creíble.

La sociedad argentina dio a luz a las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo, impulsó el juicio a sus propios militares por delitos de lesa humanidad, produjo a Julio Cortázar y Jorge Luis Borges. Vende reactores nucleares en Australia. Los números de las PASO habían sembrado la sensación de que esa sociedad de pronto había decidido poner de moda lo delirante. Parece que no era tan así.

Esta primera vuelta reconcilia a la Argentina consigo misma. No es un país de mierda, como le gusta decir al aparato de  propaganda a la derecha, dentro y fuera del país. Por supuesto que hay problemas graves. La inflación y la pobreza creciente como consecuencia. ¿Acaso eso se resuelve rompiendo los pactos civilizatorios fundantes de esta nación? ¿Acaso un país es mejor demoliendo los cimientos de su sociedad? ¿En nombre de qué?  ¿De un grupo de extremistas que no pueden soportar vivir en un país latinomaericano con sindicatos poderosos, con una salud pública que no existe en toda la región, con la mejor universidad pública de América Latina? ¿Hay que destruir lo mejor del país para bajar la inflación?

Si fuera así, hasta sería mejor convivir con la inflación, pero es un falso dilema. Hoy la patria respira. No está todo perdido. No es la Alemania de Weimar. Hay problemas serios, pero un piso democrático que hoy le puso un freno a la cría de la dictadura.