Este año, como todos los años desde su creación, las PASO están en discusión. Los jugadores cambian, pero el juego no. Hoy la mayor parte del oficialismo impulsa la «suspensión por única vez» o directamente su eliminación por ley, mientras que la mayoría de Juntos por el Cambio quiere mantenerlas. Hace algunos años, era al revés.

Algunos argumentos se repiten: que cuestan demasiado dinero, que obligan a votar demasiadas veces en un mismo año, que interfieren en la vida interna de los partidos. En este último caso, se habla de interferencia tanto en su uso como no uso: por ejemplo, en Juntos por el Cambio hoy se sostiene que la cancelación de las primarias los afectaría porque tienen muchos precandidatos presidenciales para 2023, y necesitan  la herramienta para resolver la interna.

La relación del cambiemismo con las primarias obligatorias y simultáneas es más ambivalente que la del peronismo-kirchnerismo, que las impulsó por ley en 2010 y tal vez por ese motivo siente un mayor compromiso con ellas. En principio, las PASO fueron una bendición inicial. El sistema fue de gran ayuda para formar el frente electoral entre el PRO, la UCR y la Coalición Cívica en 2015, lo que le permitió a Macri ganar las elecciones sobre Daniel Scioli. Cada uno de estos partidos tenía un precandidato, y gracias a la ley pudieron organizar mejor una alianza que, de otra forma, hubiera sido más difícil de implementar. Aunque luego se notó que las PASO facilitan los frentes electorales, pero no tanto las coaliciones de gobierno: Cambiemos descubrió, ya en el poder, que la alianza no estaba lo suficientemente institucionalizada como para que sus tres o cuatro partidos fundadores acordasen un gobierno compartido; ese reproche de los radicales al PRO perdura hasta nuestros días. Finalmente, en 2019 a Macri le tocó sufrir la «maldición de las PASO», que fue el caso de un presidente que va por la reelección pero pierde las primarias por amplio margen, quedando en una situación de vacío de poder durante una larga y tortuosa transición de gobierno. Pese a ello, Macri hoy defiende su continuidad.

Los que siempre estuvieron a favor de la cancelación de la ley son los gobernadores radicales. Dos de ellos en particular: Gerardo Morales de Jujuy y Gustavo Valdés de Corrientes. Sus razones son las mismas que las del resto de los gobernadores, que en general están en contra de las primarias: sienten que las mismas les impiden «provincializar» las elecciones en sus respectivos distritos.

Los líderes territoriales, tengan o no ley de primarias a nivel provincial, ven a las PASO como un obstáculo. Porque deben coordinar fechas con las elecciones nacionales, o porque «se les mete» una campaña nacional en sus provincias, cuando ellos quisieran que el clima a la hora de votar sea lo más provincial posible. Los gobernadores suelen ganar elecciones provinciales, pero los gobiernos nacionales -en Argentina, en América latina, en el mundo- sufren el malestar económico y social. Por esa razón, no quieren mezclar las cosas.  

No casualmente, además de los gobernadores del Frente de Todos, están a favor de suspender o derogar las PASO el schiarettismo cordobés y los partidos provinciales de Neuquén, Río Negro y Misiones. Y también, lo que es una novedad, se manifestó a favor «el Cuervo» Larroque, oficiando de vocero de La Cámpora y el PJ bonaerense. La dirigencia de la Provincia empieza a razonar con la misma lógica que el resto de los gobernadores. De hecho, todo indica que Axel Kicillof también quiere suspender primarias y desdoblar, aunque no está claro si tiene los votos en la Legislatura para ello.

Para concretarse, el proyecto de suspender las PASO necesita dos cosas: algún mínimo nivel de apoyo en Juntos por el Cambio, que podría venir de los gobernadores antes mencionados, para darle más legitimidad a algo que necesita ser consensuado. Y también, que el presidente Alberto Fernández apoye la jugada. Fernández pudo haber pasado a un aparente segundo plano en un gobierno dominado por Cristina en lo político, y por el superministerio de Massa en la gestión, pero sigue siendo el presidente. Como tal, puede instalar debates y… vetar leyes. Nada menos.

Además de que el presidente es, naturalmente, una parte interesada en semejante debate, toda esta discusión depende de él. Si no opina, no tiene sentido. Así como el nombramiento de tres ministras que él eligió fue una forma de mostrarnos que él preside la mesa, su demora en posicionarse sobre las primarias sirvió para recordarnos el poder de su lapicera.   «