El conejo es el único animal que en situación de peligro es capaz de morir de miedo a morir. El tiempo puede medirse a través de la duración de un quilo de sal. Siempre que se quiere a alguien se imagina su muerte. Estos son algunos de los saberes de Estela García, la protagonista de Limpia (Lumen), la última y deslumbrante novela de la escritora chilena Alia Trabucco Zerán, quien fue  una de las invitadas del Festival Internacional de Literatura de Buenos Aires (FILBA).

El periodismo cultural la ha resumido mayoritariamente como una novela sobre las desigualdades sociales que se expresan a través de la voz de una mucama chilena «cama adentro». No puede decirse que eso no sea cierto, pero tampoco que lo sea del todo. Porque en Limpia, como en toda buena historia, lo verdaderamente importante está más allá de su trama.

Del Quijote podrá decirse que es la historia de un hombre que enloquece leyendo libros de caballería y que, confundiendo realidad y ficción, sale a los caminos junto a su escudero para hacer justicia. La aseveración no falta a la verdad, pero es un reduccionismo.

Quizá ninguna historia pueda narrarse de una manera que no sea tautológica: solo la historia misma puede narrar la historia.

Las tramas quizá sean la parte menos sustancial de una novela o un cuento. Y en Limpia esto queda demostrado desde el principio. No hay enigma alguno que empuje hacia el final. «Y el desenlace de esta historia es el siguiente. ¿De verdad quieren saber? La niña muere», anticipa ya en el comienzo de la segunda página la voz de Estela. La verdadera novela es la que está más allá de los acontecimientos o, quizá el verdadero acontecimiento sea el lenguaje, que con aparente sencillez plantea profundas cuestiones filosóficas, que ejerce la potencia creadora de nombrar corroborando que en el principio fue el verbo, es decir que el mundo es en gran medida una creación lingüística que no está afuera de nosotros mismos ofreciéndose a nuestra mirada, sino más bien dentro, porque hay tantos mundos como personas, tantos mundos como relatos del mundo.

Limpia es, entre otras cosas, una voz encarnada; un banquete de palabras que, sin embargo, no apela a la opulencia ni al barroquismo; un corrimiento de los lugares comunes; una desautomatización de la percepción; una sucesión de revelaciones;  una voz que nos interpela de tal forma que resulta imposible negarse a escucharla.

–Como sucede con toda buena historia, en Limpia lo principal no es lo que sucede, no es la trama. ¿Cómo te planteaste esta novela basada en una voz?

–Me alegra encontrar lectoras sensibles que entiendan que le meollo del asunto no es lo que pasa. Como dices, el libro es muy explícito en su operación. Desde el principio mismo dice esto es lo que va a pasar, en esta historia, la niña muere. El resto es lenguaje, es literatura. En la página dos ya está resuelta la trama, ya está el final que se supone que tanto tiene que pesar. De algún modo, esta era una estrategia. El libro cumple la promesa de llegar a ese final, pero lo que pasa o quizá, lo que no pasa, es que se presenta, se abre una voz. Cuando me preguntan por la trama del libro, yo respondo: la trama es la voz. La trama son las palabras,  el ritmo, es una mirada sobre el mundo, pero una mirada que aparece en una voz. Para mí la voz es el corazón de la novela. Es verdad que es algo avasalladora, tiene una fuerza muy inesperada para un personaje en su posición. Pero para mí esa voz fue el motor de la escritura y surgió muy tempranamente. Limpia es un libro que no pensé que iba a escribir, en el sentido de que no estaba planificado. Nunca me dije «tengo ganas de escribir la historia de una mucama ‘cama adentro'», como dicen en Argentina, o de una «nana puertas adentro», como se dice en Chile. No era ese el punto.

–¿Y cuál era el punto? ¿Cómo surgió la novela?

Surgió de mi libro anterior, que es un libro en el que trabajo en clave de ensayo casos de mujeres chilenas que cometieron asesinatos. Ahí me topé con el caso de una trabajadora cama adentro que mató a los hijos de sus patrones. En ese libro abordé específicamente la violencia, pero lo que se me quedó, lo que no pude concretar en él  fue la posibilidad de trabajar con esa subjetividad. Entonces con eso que no había abordado en ese libro anterior comencé a escribir un cuento y me di cuenta de que no era un cuento, de que era otra cosa.

–¿Y qué era?

–En principio, una voz. La voz que aparece en Limpia me penetró, me persiguió y terminó transformándose en esta novela que para mí es eso, es la voz y es también los recovecos de lo que no se dice, los largos momentos en que guarda silencio. Es también una novela acerca de la mirada que tiene Estela sobre el mundo. Es una mirada que recupera palabras que tienen que ver con su entorno, el campo, que recupera su origen. Nombra cada árbol, cada ave. Ese es su lenguaje y su saber. Para mí todo eso tenía que ver con la construcción de una mirada sobre el mundo de un personaje al que habitualmente le quitamos tanto los ojos como la voz. Estela es uno de esos personajes que a menudo son mudos y un poco genéricos. Lo que intenté fue darle una voz, una fuerza, una posibilidad de que se parara sobre la página y ver qué pasaba.

–Dándole a cada árbol su nombre, lo que redescubre es la maravilla de nombrar. Es a partir del nombre que los seres y las cosas existen.

–Claro, como ella dice varias veces, «lo que no se nombra se puede olvidar. Lo que se nombra, en cambio, sigue existiendo». Una de las cosas que más me gustaba escribir era, precisamente, su relación con ese saber que tiene que ver con lo que tú llamas el entorno, que es su origen, su historia, su biografía, porque su biografía son los árboles, las formas de las hojas, son las aves que aparecen y que la conforman. Eso fue para mí rescatar un saber que muchas veces o lo damos por hecho o, simplemente, no lo consideramos un saber.

–Leí algunas notas sobre tu libro en que se decía que la novela es un monólogo. Quizá lo sea formalmente, porque el interlocutor de Estela no está presente, pero el pensamiento tiene una estructura dialógica. ¿Vos cómo lo ves?

–Sí, es cierto. Además, siempre hay una duda acerca de si esas personas a las que se dirige están o no están y, simplemente, hay un vacío detrás de un muro. 

–Creo que hay un gran tema de reflexión en la novela: la muerte y no solamente la muerte humana.

–Sí, ella cuenta la muerte de distintos seres. De hecho, comienza con la reflexión sobre el conejo, pero también está la muerte de la higuera. Es una muerte que nos habita de manera transversal  y que la habita a ella de una manera horizontal, es decir, que vale lo mismo la muerte de «la Yany» que es la perra, una muerte muy brutal; que la muerte de la higuera, que la de su propia madre. Para ella esas muertes están todas al mismo nivel.

Foto: Random House Mondadori

–Quizá en realidad están. Se considera que el ser humano es el único que tiene conciencia de su propia muerte. No estoy segura de que eso sea cierto. Quizá los otros animales no la racionalicen como los humanos, pero la razón no es la única forma de saber. En situación de peligro, los perros sienten miedo, un miedo que me parece que no es otra cosa que miedo a la muerte.

–Es que tenemos una visión muy antropocéntrica. Desde un punto de vista muy tradicional alguien diría que los perros lo que detectan es el miedo de los humanos, que lo huelen. Estamos tan entrenados en pensar todo a través de nosotros mismos que no concebimos una visión del mundo que no nos atraviese. Y lo que aparece invertido en la novela es justamente eso. Estela ve la muerte de esa manera. Ella tiene una relación afectiva con todos esos seres, con esos árboles, con esa perra. Eso la atraviesa y horizontaliza las cosas. En una conversación muy linda que tuve con un amigo, el escritor colombiano Giuseppe Caputo, autor, entre otros libros, de El mundo huérfano y Estrella madre, me dijo que una de las cosas que le llamaban la atención de la novela era que Estela era un personaje socialmente verticalizado pero lo que ella hacía en Limpia era volver a horizontalizar la mirada. Creo que tiene que ver con lo que tú dices acerca de la muerte, que también fuera de lo humano sigue siendo la muerte. Es la misma muerte la que mata a un árbol que la que mata a su madre. Respecto de lo que decías de la estructura dialógica del pensamiento, me quedé pensando que, en verdad, la novela es muy reflexiva.

–Absolutamente reflexiva.

–Ocurren muchas cosas, hay una trama con acontecimientos, pero lo que en realidad sucede es el acto reflexivo. Estela es un personaje profundamente filosófico. Siempre está reflexionando sobre el paso del tiempo no porque diga «me propongo pensar sobre el paso del tiempo» sino, preguntándose, por ejemplo, cuánto tiempo cabe en un quilo de sal. Para mí esa es su manera de relacionarse también con los objetos, no ya con lo animal, sino también con lo no animado. Y esto tiene que ver con lo que dices de que no hay un monólogo, sino un diálogo. Estela es un personaje que está muy solo y el diálogo en soledad es una manera de revincularse con el entorno, con la naturaleza y también con los objetos de una manera inusual, con cierto afecto.

–Sabe que su día está escandido por los objetos que lava, seca y guarda, las tazas con las tazas, los platos con los platos…

–Es que los objetos son también su forma de medir el paso del tiempo, esos siete años que pasa en esa casa en Santiago, lejos de su lugar de origen. Ella no cuenta esos años en meses ni en días, sino en la cantidad de veces que ha hecho la cama, en la cantidad de veces que ha lavado los platos, los quilos de sal que se han ido acabando y, finalmente, las muertes que van ocurriendo y terminan por confluir en el final de esos siete años.

–¿Qué desafíos te planteó la novela?

El trabajo doméstico es muy difícil de escribir. Todo se trastoca con la repetición de lo mismo día tras día. Es como cuando uno repite muchas veces una misma palabra. Si jugamos tú y yo el juego de repetir tu nombre muchas veces seguidas, cuando lo hayamos dicho unas 60 veces, ya no estaremos diciendo tu nombre. Lo que se repite así pierde su sentido.

–Creo que otro de los cuestionamientos de la novela es el concepto mismo de realidad, ella se pregunta qué es cuando todo el mundo la da por sentado. Estela no vive de acuerdo a un argumento preestablecido, como sí parece vivir «la señora». «El señor» también tiene algo que no muestra en sociedad.

–Sí, y hay algo que a mí me obsesiona bastante que es la irrealidad que aparece en los momentos en que, simplemente, Estela ya no puede estar en la realidad, entonces se sale. Se ve a sí misma desde afuera y se genera así una suerte de doble. A veces, incluso no sabe si sus manos son sus manos o las de su madre. Hay un límite muy poroso entre la realidad y el pensamiento porque todo lo que ella piensa en el transcurso de la novela es la realidad también y eso es la trama, aunque no sea un acontecimiento. En esta novela, los patrones son cáscaras de personas, pero no sabemos qué hay más allá. Son todos marionetas de un guion. Participan de él y luego se salen, como en el caso de «el señor» y también en el de «la niña» que no puede estar del todo dentro del guion y entonces se come las uñas, una forma de comerse a sí misma para no comer nada más.