Hay que conocer la soledad para cantar “I’m a fool to want you” (soy una tonta por quererte) como lo hacía Billie Holiday. De eso trata el relato que da título al primer libro de cuentos de Camila Sosa Villada: una voz desnuda, derrotada, deambula por las calles de Nueva York. La cantante conoce a Ava y María, dos peluqueras en la doble condición marginal de ser travestis y migrantes, en un fumadero de Harlem. Con inmediata simpatía, se vuelven amigas, se convierten en una especie de familia y construyen un refugio frente a la furia heterocispatriarcal de la ciudad. La voz de Billie, por momentos esplendorosa y por otras casi un susurro, siempre suena como una posibilidad, puerta de entrada a otros mundos. María, quien relata la historia, se lamenta una y otra vez por tener un cuerpo que no desea, pero las canciones que interpreta su amiga, con esa tristeza dulce, encienden formas distintas del amor. Al final, en una nota-epílogo del cuento, la autora nos pide que escuchemos Lady in Satin, de principio a fin, en la soledad de nuestra habitación; sólo así la experiencia de María se enlazará con el cuerpo de sus lectores. Si el nombre de este libro es la afirmación de una identidad – “soy una”– , los relatos que lo conforman no hacen más que intervenir ese enunciado: la mezcla, lo indeterminado y la transformación marcan el pulso de los personajes, sus historias y sus paisajes.

En la obra de Camila Sosa Villada hay una exploración del propio relato a través de la literatura, un trabajo que por momentos se aproxima a la ficcionalización autobiográfica. Así sucede en cuentos como “Gracias, Difunta Correa”, el primero de esta serie, donde unos padres van a visitar a la diosa pagana para que su hija travesti consiga un mejor trabajo. “Tres meses después, la hija travesti de Don Sosa y La Grace, o sea yo –en la escritura es inútil disfrazar una primera persona porque los escritos comienzan a enfermarse a los tres o cuatro párrafos-, estrenaba Carnes Tolendas. Porque además de gustarme ser puta, me gustaba el teatro”, dice la narradora. En estas líneas, después de desenmascarar su identidad, la autora filtra un acontecimiento real, el detrás de escena del estreno del primer unipersonal en el que debutó como actriz. “En la obra contaba cómo mis padres y el pueblo habían tomado mi decisión de ser travesti”, dice más adelante. Las decisiones, aunque marquen el camino personal y sean propias, las toman otros. En ese juego sintáctico se cifra una mirada de la identidad que excede lo individual y lo cuestiona como forma posible, o más bien exclusiva, de la existencia.

En los nueve cuentos de Soy una tonta por quererte (Tusquets), Camila Sosa Villada nos lleva a chapotear de género en género, en un viaje donde todo será posible menos las certezas que se metamorfosean como hombres sin cabeza o mujeres con seis tetas. Desde lo más autobiográfico hacia lo más distópico, el libro propone un poderoso recorrido que va dando paso paulatinamente a lo sobrenatural, para hacer de la indefinición un mantra vital. “No te quedes mucho rato en el guadal”, el segundo relato, explora las formas de un realismo desgarrador: un nene desoye la indicación paterna y pierde el tiempo con su perro en el barranco del pueblo para suspender por un rato la violencia que vive en su casa. En “La casa de la compasión”, el séptimo cuento y el que marca un punto de quiebre con respecto a los anteriores por su aproximación a lo fantástico, una travesti se ve envuelta en una suerte de ritual pagano con las monjas de la pampa cordobesa, sus perros y sus accidentes, hasta sufrir una transformación animal. Nos adentramos, poco a poco, en el territorio de lo salvaje para escuchar, como suave alarido, esa canción que desnuda nuestra soledad.