Claudia Piñeiro es conocida como narradora, guionista y dramaturga. Pero su último libro, Escribir un silencio (Alfaguara)hace evidente otro tipo de escritura que, por ser periódica y en consecuencia, dispersa, no suele pensarse como un corpus.

Sin embargo, sus artículos publicados en diarios y revistas así como sus discursos pronunciados en distintas ferias del libro y sus intervenciones públicas, como su alocución en la Cámara de Diputados a favor de la sanción de la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo, ocupan más de 400 páginas que operan como una suerte de «ventana indiscreta».

A través de ella es posible asomarse a aquello que no está en sus ficciones o que no puede reconocerse en ellas: sus recuerdos de infancia, su forma de leer, sus preocupaciones de madre, el detrás de escena de sus viajes, sus reflexiones sobre la mujer, su manera particular de mirar el mundo…

Sus textos recorren un amplio arco que va de lo íntimo a lo social, de la literatura al Mundial de Fútbol de Qatar, artículo que publicó, precisamente, en Tiempo Argentino.

Por otra parte, cuando decidió abrirse un espacio en la escritura lo hizo a través del periodismo, primer trabajo que ejerció luego de decidir que no quería ser contadora, la profesión que había estudiado y en la que trabajó durante diez años.

Destino o caprichos de la lengua castellana que utiliza el verbo contar para referirse tanto a números como a palabras, lo cierto es que siguió contando de distintos modos. Escribir un silencio reúne esos modos particulares de contar que son la nota periodística y el discurso público. 

–En uno de tus artículos decís que no te gusta releerte porque solés encontrar cosas que en el presente escribirías de otra manera. ¿Cómo fue releer tus artículos para publicar, algunos de los cuales tienen mucho tiempo?

–En este caso hice una revisión. En el artículo que mencionás me refiero a textos que tienen que ver con la ficción. Quizá hoy escribiría de una forma muy distinta una novela, por ejemplo, porque cambiaron muchas cosas desde el momento en que la escribí y la publiqué originalmente. En los textos de Escribir un silencio, que fueron escritos en distintos momentos y en diferentes circunstancias, lo que tuve en cuenta es si le seguían hablando al presente. Los textos periodísticos como los que escribí para Tiempo Argentino suelen pedírtelos con mucho apuro y una escribe con todo el amor y lo mejor que le sale, pero no tienen el mismo tiempo de revisión que los textos que no son para un medio periodístico.  Además, del otro lado hay un editor periodístico que se fija, justamente, en la cuestión periodística, no literaria. Por eso me pareció que todos esos textos necesitaban una mirada literaria y menos apurada. Algunos más y otros menos, todos fueron revisados. Los discursos sí requieren más tiempo de elaboración.

–¿Cómo fue el reencuentro con esas notas?

–Sumamente interesante. Cuando mi editora, Julieta Obedman, me propuso hacer el libro me pregunté si serviría algo de todo eso que escribí, con qué me encontraría.

-¿Y con qué te encontraste?

–Me encontré con cosas ante las que dije «me encanta esto que se me ocurrió en aquel momento» y también con otras cosas que sentí que me representaban menos. Pero sí noté una coherencia. Por suerte, no hubo nada que me hiciera decir «pero cómo escribí esta barbaridad». Creo que muchos de los textos de no ficción que están en el libro dialogan con mis textos de ficción, es decir que tenían una ficción paralela que estaba dando vuelta por distintos lugares en el momento en que los escribí.

–Leyendo Escribir un silencio recordé que Juan José Millás dice que se suele pensar que un texto periodístico tiene un peso específico menor que, por ejemplo, una novela. Sin embargo, mucha gente le mostró una nota suya del diario El País que guardó por años porque en su momento lo impactó de un modo particular.

–Es así. Cuando entró a la Academia Argentina de Letras Jorge Fernández Díaz dio un discurso sobre el articulismo. Me aclaró mucho porque entendí que la escritura de artículos era algo en sí misma, no un desprendimiento de otras cosas, que hay un don del articulismo. Lo que decís me pasó muchas veces. En «Mujer a los 60», una actualización de «Mujer a los 50», cuento que cuando fui a la Bienal Vargas Llosa, la escritora española Olga Merino me dijo «cómo disfruté ese texto de ‘Mujer a las 50′». Por otra parte, una vez Juan Villoro me contó que le habían pedido escribir para Mundos Íntimos, la sección de Ulanovsky Sack en Clarín. Le habían mandado como ejemplo algunos escritos de la sección que le resultaron demasiado tortuosos y él sentía que no podía escribir algo así. «Al poco tiempo –me dijo– me encontré con  tu texto sobre la mujer a los   50 y pensé que algo así sí podría escribir». Quizá Villoro no había leído una novela mía, pero ese artículo lo leyó. Cada tanto, además, aparece alguna amiga que me dice que le mandaron mi nota «Hijos en tránsito» que es  un texto que escribí hace unos seis años. Se ve que van cambiando las edades de los hijos y el texto sigue circulando. Eso es algo muy mágico.

–En los escritos periodísticos que compilás en el libro hay algunos que aluden a tu vida privada, como «Los que me vieron llorar» o algunos en los que hablás de tus hijos o de la relación con tu papá. La ficción, en ese sentido, es más protectora. ¿Te sentís más expuesta, más desnuda, cuando escribís ese tipo de nota?

–No tengo dudas de que son textos mucho más íntimos. Ese «desnudarse» quizá me produce más pudor ahora que soy una autora más conocida que en el momento que escribí algunos de esos textos.  «Escribir un silencio» era una nota que había salido en la revista La mujer de mi vida en la sección «Te cuento mi análisis». Contar tu análisis es algo bastante íntimo, privado. Pero en ese momento no lo tomé como algo que tenía que ver con desnudarme porque recién empezaba a escribir, no me conocía mucha gente. La mujer de mi vida era una revista extraordinaria pero no era masiva. Entonces no sentí que ese texto era de riesgo. De todos modos, de los artículos que están en el libro no hay ninguno que me haga pensar «esto tendría que habérmelo guardado». Sí siento que son cosas mucho más íntimas en relación con la ficción. Una periodista que me entrevistó por Escribir un silencio me dijo el otro día «no sabía que habías trabajado tanto de madre». Claro, la ficción no informa esas cosas y si no me conocés y no sabés que tuve tres hijos muy seguidos, no podés saber que «trabajé» tanto de madre. Cuando hablo de mis hijos me cuido mucho más que cuando hablo de mí misma, pero no creo haber contado nada de lo que pueda arrepentirme. Evidentemente sí son textos mucho más personales porque el otro día alguien que me conoce me preguntó si Escribir un silencio era una autobiografía, pero yo no soy muy consciente de esas cosas.

Foto: Pedro Pérez

–De todos modos, una nota periodística en la que contás algo personal también participa de la ficción. Ya en el ordenamiento de los hechos, en el punto de vista, en la actitud de procurar que le resulte interesante a quien lo lea hay algo ficcional.

–Por supuesto, también la no ficción tiene algo de ficción. De eso se trata un poco el título del libro porque lo que sucedió es un silencio justamente porque no lo podés contar tal cual fue. Cuando pasan los años encontrás las palabras que en su momento no encontraste para contarlo tal como era. Entonces, ese hecho evocado, repensado, es traído al presente de otra manera. Hay que buscarle la vuelta a algo que, si bien es preciso, no te permite ir directo hacia allí, hay que dar un rodeo. En alemán, las palabras aglutinan muchas otras, en castellano hay que usar muchas palabras distintas para contar lo que querés contar.

–Existe la creencia generalizada de que una novela, un poema, un cuento nacen de  una motivación propia, íntima que forma parte del valor que tienen. Cuando se trata de una nota periodística que, en general, un escritor hace por encargo, parece que ese valor disminuyera. Sin embargo, creo que libros como Escribir un silencio dan por tierra con esa teoría. A veces el «encargo» le hace pensar al escritor en cosas en las que quizá no hubiera pensado de no mediar ese pedido. ¿Vos cómo lo ves?

–Creo que es así. Por ejemplo, la nota en que hablo de las gorras de baño forma parte de un pedido que me había hecho Matilde Sánchez. Se trataba de hacer una serie de notas sobre objetos. Existen miles de objetos, pero un  escritor o escritora elige sólo algunos, por ejemplo, los de su infancia, los que tienen que ver con su mamá o su papá. En el libro incluyo un discurso que di en la Feria del Libro de Rosario en el que me pregunto sobre qué tengo que escribir. Entonces me planteo que si voy a ir a Rosario y se están quemando las islas, probablemente tenga que hablar sobre eso y no sólo de literatura. Pero eso lo pienso a partir de que me encargan que escriba un texto para esa feria. Otro escritor a partir del mismo pedido podría escribir algo diferente.

Foto: Mariano Martino

–De alguna manera el encargo es una restricción como las que plantea la Oulipo, el grupo al que pertenecía Italo Calvino o como las consignas que se imparten en algunos talleres literarios. Al acotar un terreno que es infinito, la restricción se vuelve productiva.

–Yo no concuerdo mucho con el método de las consignas porque pueden parecerse a «composición tema: la vaca» y si no te interesa la vaca, el texto puede ser fallido. Pero si sirven para ayudar a alguien que quiere escribir y lo que logra a partir de ellas es verdadero, seguramente el texto va a estar bien. La cuestión es llevar verdad a la consigna.

–Otra cuestión que plantean los artículos a pedido es cómo lograr que una experiencia personal les interese a los lectores, que se involucren con esa experiencia.

–Sí, creo que eso pasa con artículos del libro como «Hijos en tránsito» o «Mujer a los 50».Con esos textos hay una identificación bastante rápida de las personas que están dando vuelta por esos lugares. Lo mismo sucede con las notas de evocación, por ejemplo, de la infancia, del lugar de pertenencia. Quería que el libro arrancara con «De lo que soy» pero que contara también de dónde vengo, porque lo que soy tiene que ver en parte con el lugar del que vengo.  

–Recuerdo especialmente el artículo en el que hablás de tu abuelo que era cazador, un personaje muy vituperado en los cuentos infantiles y sobre todo hoy. Vos contás que lo ayudabas con las municiones. Lo increíble es cómo lográs que en ese recuerdo, que tiene que ver con la muerte, pase a primer plano la comunión que sentías con tu abuelo en esos preparativos para la caza.

–Hay una contradicción que no sé si percibe en el texto: mi abuelo cazador era buenísimo, el más bueno de la familia.

–Sí, se percibe. Eso es lo interesante.

–Mi abuelo era, como se decía antes, «un pan de Dios». Pero cazaba liebres y perdices como tantas otras personas y a mí, que era una niña, me hacía llenar los cartuchos con pólvora. Eso, en el mundo  de hoy, sería muy mal visto. Sin embargo, lo que sucedía entonces era algo de una gran inocencia. Era una ceremonia hermosa entre mi abuelo y yo, aunque yo estuviera llenando de pólvora cartuchos para matar animales. Mi abuelo era un hombre buenísimo que salía a cazar perdices y liebres. En ese momento, hechos que hoy parecen muy graves y que seguramente lo son, eran hechos inocentes. Desde lo políticamente correcto yo podría pensar que sería mejor no contar que mi abuelo cazaba animales. Pero me parece que hay que hacer todo lo contrario, hay que contar estas cuestiones y reflexionar sobre ellas. Aunque no pasó tanto tiempo, si hoy tuviera un hijo o una hija de la edad que yo tenía entonces, no le permitiría llenar municiones para ir a matar animales. Escribir algo así ayuda a ver cuánto hemos cambiado, cómo se ha modificado nuestra visión del mundo.

De objetos, encargos y narraciones

Volviendo al tema del encargo que te hicieron de escribir notas acerca de objetos, recordé que hay un hermoso libro de Fernanda García Lao que se llama Autobiografía con objetos. ¿Los objetos pueden ser grandes disparadores de ideas?

–Sí, totalmente. Recuerdo que cuando iba al taller de Guillermo Saccomanno él se refería aun libro de Tim O’Brien que se llama Las cosas que llevaban los hombres que lucharon. El libro hablaba de los soldados de Estados Unidos que iban a la guerra a partir de lo que llevaban en sus mochilas. Contaba quiénes eran a partir de objetos.

–Eso se emparenta con las listas de cosas, como la lista del supermercado. Perec trabajó mucho sobre eso. Algo aparentemente tan anodino como una lista de objetos dice mucho de una persona. 

–Sí, es así. Yo no me hubiera detenido a reflexionar sobre estas cosas, si no me hubieran encargado una nota. Por eso estoy muy agradecida a la gente que me encargó artículos. Sí Télam no me hubiera pedido una nota semanal sobre el back stage de mis viajes, por ejemplo, nunca habría escrito sobre eso, aunque es algo que me encantó hacer. Pienso incluso cuántas cosas me estoy perdiendo de escribir por no detenerme a hacerlo.