Luego de muchas y exitosas novelas, Claudia Piñeiro, la autora de Las viudas de los jueves, publica su primer libro de cuentos, Quién no (Alfaguara). Se trata de 16 relatos que hacen caer la máscara que, sin advertirlo, todos usamos en la vida cotidiana para permitir ver esas «rarezas» que también son inherentes a todos, aunque no siempre seamos capaces de reconocerlas y aceptarlas.

Si cada uno de los cuentos resulta inquietante es porque desnuda ese núcleo secreto que revela que no siempre somos quienes creemos ser.

–¿Cómo te decidiste a publicar tu primer libro de cuentos?

–Es mi primer libro de cuentos, pero no los escribí específicamente para este libro. Mi cabeza está formateada para la novela. En mí el cuento nace siempre a pedido porque para escribirlo necesito tener la «orden» de contenerme sin irme en digresiones ni líneas secundarias porque eso sería una novela. Me pidieron cuentos para Verano/12, para El País de España, para algunas publicaciones el Alemania, para una antología. El cuento de terror que figura en el libro («Alquiler temporario») fue para una antología de terror, si no, no me hubiera animado a escribirlo. Me parecía que no era un género que yo podía dominar, pero sin embargo me encantó escribirlo y hasta pensé que escribiría otro.

–¿Y los más viejos cómo surgieron?

–Son de la época en que iba al taller de Guillermo Saccomanno. Incluso Las viudas de los jueves, que escribí en el taller de Saccomanno, comenzó siendo una serie de cuentos.

–¿Cómo se transformó en novela?

–Había un patrón común entre todas esas historias y comencé a eliminar personajes, transformé distintos protagonistas en uno solo y terminé dándole forma de novela. El primero de esos cuentos que escribí era de un piletero al estilo de Félix Bruzzone. Saccomanno me dijo: «¿Cómo vas a escribir con el punto de vista del piletero? Vos tenés que hacerlo desde el punto de vista de la señora que vive ahí.» Yo lo amo a Saccomanno, pero lo que me dijo era algo bastante prejuicioso. Me fui llorando. Pero para conformar al maestro escribí toda una serie de cuentos de señoras que vivían cerca del piletero. Así surgió Las viudas de los jueves. En realidad, esa novela tiene la estructura de las viejas miniseries que tenían 13 capítulos que se cerraban y, a la vez, avanzaban y se integraban a la historia.

En Las viudas de los jueves se nota que conocés muy bien el ambiente de los countries.

–John Cheever es un escritor que vengo leyendo hace mucho, desde la época de Saccomanno, que es un ferviente admirador de él, de Carver, de la cuentística norteamericana. Cheever escribió una serie de cuentos sobre ese tipo de lugares porque vivía allí. Él decía que se sentía un espía en esos ambientes. Creo que lo que yo hice fue también contar lo que veía desde la extranjería.

Es que si no tenías actitud de «espía» no lo hubieras visto.

–Claro. A alguna gente que vive en esos lugares le pareció que los cuentos eran sólo descriptivos, pero para mí eran terribles. Por ejemplo, hay un señor que les vende seguros de vida a personas que están enfermas y saben que se van a morir. Se los descuenta y luego espera que se mueran para cobrar ese descuento del seguro de vida. A mí me parecía terrible, pero una señora que vivía en ese ambiente me dijo «qué bien explicaste cómo es ese negocio, porque es lo que hace mi marido y yo nunca lo supe explicar bien». Otras personas que no vivían en esos ambientes decían cosas como «decime que esto no es cierto».


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¿En este libro de cuentos encontrás un hilo conductor? Quizá la clave esté en el título.

–Sí. Creo que los personajes están en el borde de un abismo y que si lo pasan quizá cometen un delito, hacen algo que es poco ético que uno cree que nunca haría. Pero si uno lo mira desde afuera, puede pensar que nunca estuvo en ese lugar y que si lo hubiera estado, a lo mejor habría hecho lo mismo. Cuando comencé a pensar el título siempre aparecía la palabra «raro». Tiene que ver con un parlamento del cuento del terror en que la mujer le dice al marido que los vecinos son raros y él le contesta «quién no». Pero la palabra «raro» hacía ruido porque podía interpretarse como freaky o queer. Julia Saltzman, la editora del libro, sacó la palabra «raro» y dejó el resto y me parece que fue un hallazgo. 

El libro me hizo pensar en esa frase que dice que visto de cerca nadie es normal. Sin embargo hay gente que cree que existe un patrón de normalidad.

–Exacto, y eso me perturba mucho no sólo respecto de la literatura, sino también respecto de lo que pasa en el país ahora. Hay gente que considera que «lo normal» es esto y lo demás es anormal. En este momento hay mucha gente con el dedo acusador levantado.

¿A qué te referís?

–A muchas manifestaciones homofóbicas y misóginas que aparecieron después del debate del aborto. Luego de esa discusión se abrió una tapa y apareció mucha gente que dice que lo normal es el bigénero, que sos hombre o sos mujer.

El diputado Olmedo se cree el representante de la normalidad.

–Sí, pero todos somos raros y el diputado Olmedo, también. Escuchás hablar a cierta gente y sentís que algo le patina, que no está en sus cabales, pero esa es hoy la normalidad.

Nadie se escandaliza porque una ministra diga que Argentina es un país libre y que el que quiera andar armado, que ande armado.

–No, no produce escándalo. Vivimos en la época del lugar común. El presidente dijo que un piloto de avión se tiene que sentir mal con lo que cobra porque entre todos le pagamos el sueldo y la mayoría de la población no toma un avión. Si a alguien esa frase lo toma distraído puede pensar que es lógica. Pero uno paga cosas que a lo mejor no usa porque eso es un país, eso es el Estado. La frase es un lugar común con mucho de falacia, pero la gente no tiene la energía de ponerse en un lugar crítico. Me parece que se corrieron quienes pueden desarmar eso. Antes había un periodista que, si alguien decía algo así en un reportaje presentaba, un contraargumento. Hoy se ha perdido ese ida y vuelta capaz de desarmar ese discurso falaz. Se acepta el lugar común como una verdad. Hay temas de género o del matrimonio igualitario que parecían discusiones ya saldadas y de pronto sale gente a decir cosas que dan la impresión de que volvemos hacia atrás.

Lo sufriste en carne propia.    

–Sí. Los calificativos que más se repiten con respecto a mí como insulto son abortera, lesbiana y judía. Ninguno es un insulto y no soy ninguna de las tres cosas. Lo grave es que se usan como insultos palabras que no lo son.

Volviendo al libro, en él hay dos cuentos referidos al mundillo literario. Vos te colocás afuera de él para criticarlo, pero como escritora estás dentro de él.

–Creo que tenemos que ser capaces de criticar, de reírnos y de ver las fallas del mundo al que pertenecemos. Además siento que tengo más posibilidades de hablar de ese mundo que de otros a los que no pertenezco. Criticar el mundo editorial en un cuento es hacer literatura. Pero en la vida personal pertenezco a la Unión de Escritores, donde estamos tratando de mirar la situación de un escritor que trabaja dentro de una industria que no te paga lo que corresponde, que como sos un «artista», sos el último al que le paga. Para hacer eso también tenés que ser capaz de mirar desde afuera porque si no, te quedás con que «soy un artista, las musas y qué se yo, no me pagan pero no importa porque yo escribo» y, mientras tanto, hay una industria que se reparte la plata, que no es mucha. Vos sos el motor, pero no sos parte.

–Se dice que el cuento no vende. ¿Te fue más difícil publicarlo que una novela?.

–No. En mi caso fue al revés. La editorial me venía pidiendo desde hace mucho que reuniera los cuentos que tenía y yo me resistía porque no me gustaba la idea de juntar lo que tenía y sacar un libro. Necesitaba tener una cantidad de cuentos para poder elegir y saber cuál era el hilo conductor y eso recién se dio este año. Creo que la editorial sabe que hay gente que sigue lo que escribo y lo compra sin que tenga nada que ver el género. De hecho, está entre los diez libros más vendidos. También en el mundo editorial hay que desarmar lugares comunes. No necesariamente es cierto que un libro de cuentos no vende, depende del autor. Los cuentos de Cortázar y de Borges se siguen vendiendo lo mismo que los de Lucia Berlín, Samanta Schweblin, Mariana Enríquez o Guillermo Martínez. Suelen instalare conceptos que no están medidos. Se dice que en la Argentina cada vez se lee menos. ¿Sabemos realmente si se lee menos? –¿Sos metódica para escribir?

–No siempre puedo porque los viajes y las entrevistas no me lo permiten. Lo que sí tengo es mucha contricción al trabajo. Puedo levantarme a las 4 o a las 5 de la mañana y trabajar muchas horas. Mi método es sentarme y escribir. «