«¿Qué cara pondría mi padre cuando le dijeron la verdad? (…)¿Qué palabras escogería Carlota para revelarle al nieto que ella era solo su abuela y que otra mujer llamada Graciela era su verdadera madre? ¿Cómo le explicaría que uno de sus hijos, Pedro, que él pensaba su hermano, era en realidad su padre?».

De esta forma Gioconda Belli aclara en el prólogo de su última novela, Las fiebres de la memoria (Seix Barral), que la historia que va a contar es real: la de su familia.

Sólo de grande pudo saber la razón por la cual, a diferencia de los demás, ella tenía tres abuelas, la materna, la paterna y una cuya relación familiar no estaba clara: Graciela Zapata Choiseul de Praslin, «una mujer encantadora y cariñosa» de una gran belleza que no vivía en Managua como el resto de la familia, sino en Matagalpa, zona donde «floreció el cultivo del café» y «se amasaron fortunas, extranjeros se casaron con muchachas de familias prominentes y allí surgieron las leyendas que hablaban del pasado de aquellos inmigrantes rubios, ojos azules, altos, blancos, peculiares que, llegados de Europa, se reinventaron en la pequeña y emergente Nicaragua».

Charles Choiseul de Praslin era el abuelo de su abuela Graciela y se convirtió en el personaje fundamental de la novela de Belli. En todo momento la autora destaca el carácter verdadero de lo que narra no sólo a través del prólogo, que no forma parte de la ficción novelesca, sino también de fotos incluidas en el libro. Lo histórico está subrayado hasta tal punto, que condiciona la lectura del texto destacando el carácter novelesco de la realidad. Las «pruebas» de la existencia del personaje son tan abrumadoras que es probable que el lector no se pregunte si esa pátina de realidad no es también un recurso literario.

Lo cierto es que la novela resulta atrapante y es imposible dejarla hasta el final. En ella el ancestro de Belli, que pagó muy caro la relación amorosa que mantuvo con la institutriz de sus hijos, despliega una vida singular. De familia de alcurnia, ha sido criado en la inutilidad para los aspectos prácticos de la existencia. Pero la vida lo obligará a reinventarse. Acusado del asesinato de su esposa Fanny, Luis Felipe I de Orleans, rey de Francia, lo rescata de un intento de suicidio, es dado por muerto y recala en la Isla de Wight. Convertido en perseguido, desembarcará más tarde en Nueva York y luego en Matagalpa, donde su vida se enlazará con la de la viuda Margarita Arauz, llamada la Rosa Blanca. Así la autora cuenta cómo los escándalos de la corte francesa del siglo XIX tuvieron eco en la lejana Nicaragua y cómo un noble desterrado y supuestamente muerto le dio un origen novelesco a su propia familia.


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–¿Cómo circuló esta historia en tu entorno?

–La fui descubriendo poco a poco porque mi padre no hablaba de eso. El hecho de que tenía tres abuelas me llevó a querer saber por qué y así comencé a ahondar cada vez más. Por un lado, la historia me atrajo porque es muy novelesca. Por otro, me interesó porque hablaba también de las migraciones que se han dado siempre en el mundo, pero que en este momento tienen una repercusión enorme en la política mundial. Me pareció que era interesante contar esa historia en este momento preciso y me puse a investigar. Me atrapó totalmente porque, además, es la historia de un hombre que se rehace, que pierde el poder terrenal que le da su condición de noble, pero que gana el poder de su propia humanidad. Me gustó el desafío de ponerme en los zapatos de un hombre. Además, me interesó ver la historia desde la perspectiva de las mujeres que aparecen en la historia.

–¿Y cómo surgió el deseo de ponerte en los zapatos de un hombre?

–Son los misterios de la literatura. Nació esa voz, la de mi ancestro CharlesChoiseul de Praslin, mientras estaba en la residencia de escritores que pedí para escribir esta novela. Había leído mucho sobre la historia de Francia y me había gustado un libro de no ficción que hizo un norteamericano sobre el caso, que fue muy sonado, un escándalo. Incluso fue abordado en una película de Bette Davis y Charles Boyer que se llamó Todo eso y el cielo también. Me gustó que este autor cuestionara la culpabilidad de Charles en el crimen que se le atribuyó. No sé cómo, pero ya en el primer párrafo fue Charles el que comenzó a hablar.

–¿Tu papá no te habló de ese secreto familiar?

–Lo hizo cuando ya tenía más de 80 años. Me contó cómo fue el día en que fue a conocer a su madre biológica, Graciela, en Matagalpa, y me contó sin ningún trauma cómo fue descubrir que quien creía que era su hermano era en realidad su padre. Lo raro es que a partir de que lo supo, a los 18 años, desarrolló una relación de hijo con él. Siempre vi a mi padre tratar a su padre biológico como tal, como si durante mucho tiempo no hubiera creído que era su hermano. Era muy respetuoso con él a pesar de que era bastante duro.

–¿Te afectó adentrarte en la historia de la familia?

–No me afectó tanto en lo personal porque considero que es una historia más universal que personal. Habla de la reinvención del ser que no es sólo la de un ancestro mío. Tiene que ver con Nicaragua, adonde en esa época llegaron inmigrantes franceses, ingleses… Muchas personas de mi país descienden de la gente que llegó en el siglo XIX, porque Nicaragua regaló tierras. La industria del café, por ejemplo, comienza con la llegada de alemanes. Por eso, en la Segunda Guerra Mundial Somoza le declara de inmediato la guerra a Alemania, para poder expropiarles las tierras y las haciendas a los alemanes residentes en Nicaragua. Fue algo insólito, pero así era ese dictador nuestro.

–¿Por qué crees que casi todas las familias guardan secretos?

–Quizá porque los secretos tienen que ver con el origen de nuestra identidad. Además, en la época en que no había píldoras anticonceptivas se pagaba un precio bastante alto por las relaciones que no debían ser, pero que igualmente se daban. Luego está el tema de las herencias y los hijos concebidos fuera del matrimonio. Los secretos de familia son una mina de oro para el novelista.

–Tu ancestro, si bien no escribía, tenía relación con escritores como Alejandro Dumas.

–Claro, se relaciona también con el poeta Alfred Tennyson en la isla de Wight, con Julia Margaret Cameron, la fotógrafa,que es una antepasada de Virginia Woolf. Esa era la isla favorita de la reina Victoria y el lugar en que murió. Todas esas son cosas que descubrí en la investigación.


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–En realidad hay muchos elementos que te acercan a tu ancestro.

–Viví muchas de las cosas que él vivió. Cuando estaba en la guerrilla también tuve que cambiar mi identidad, ser otra, algo que no es fácil. Viví también el exilio y sufrí lo que es migrar cuando perdimos la revolución. Me fui con mi esposo a Estados Unidos, un país por el que sentía mucha hostilidad. Fue difícil para mí vivir con otro nombre, otra identidad y otro idioma. Creo que por eso pude empatizar con mi antepasado. Además, las mujeres tenemos mucha capacidad de empatía. Creo que es algo que tiene que ver con nuestra vocación biológica. Esa capacidad empática me ayudó a imaginarme lo que este hombre pudo haber sentido. Es que las mujeres pasamos mucho tiempo pensando en cómo piensan los hombres (risas).

–Sé que estás luchando por la libertad de prensa en tu país. ¿Cómo es hoy la situación de Nicaragua?

–Terrible. Estamos viviendo en un pasado dictatorial que jamás creí que volveríamos a vivir. Lo que ha hecho Daniel Ortega en Nicaragua es imperdonable. Se han perpetrado crímenes de lesa humanidad, estamos viviendo militarizados, sin permiso para manifestarnos en la calle. Sacar una bandera en Nicaragua es suficiente para que te arreste la policía. La bandera se ha convertido en un elemento subversivo. No hay justicia, sino juicios absurdos y culpas inventadas. Llaman a declarar a policías que ni siquiera han estado en el lugar de los hechos. A mucha gente le han hechos cargos de terrorismo absolutamente mentirosos. Han aprobado una ley antiterrorista para poder acusar a los participantes de las protestas. Les han prohibido a los médicos que atiendan a la gente herida en esas circunstancias. Murió un chico de 15 años herido porque no lo quisieron atender en un hospital y a los médicos que violaron esa prohibición los echaron a toditos. Hay un nivel de crueldad y sadismo como no se había visto en América Latina desde las últimas dictaduras militares. He recordado mucho a Videla, los desaparecidos, las torturas. En este momento hay dos periodistas presos, Miguel Mora y Lucía Pineda. Los tienen en una celdita de tres por dos, casi sin ventilación, sin luz y sin libros. Están totalmente aislados y acusados de «incitación al odio». Tenemos, además, una primera dama con un discurso seudorreligioso. Habla todos los mediodías por la radio como evangelista y manipula a la gente para sembrar la idea de que las protestas fueron un intento de golpe de Estado financiado por los Estados Unidos. Ha llamado satánicos y vampiros a quienes han protestado. El derecho al aborto terapéutico regía desde el siglo XIX en Nicaragua, pero ellos pactaron con la Iglesia y lo suprimieron. Han hecho fraude y han comprado partidos. Ejercen el poder como una monarquía. «