El último libro de Guillermo Saccomanno es de cuentos. Su título es El sufrimiento de los seres comunes (Planeta). Los seres comunes, por supuesto, somos todos. Quizá por eso y porque su escritura tiene una austeridad conventual y el filo de un bisturí, nos interpela sin mediaciones y nos advierte que nuestra individualidad, que creemos única, también es el resultado de la historia colectiva. La sombra de la última dictadura cívico-militar sobrevuela los relatos sin llegar a hacerse explícita, excepto en el primero, el más breve del libro. Por un truco de magia de la literatura, Sensini, un personaje de un cuento de Roberto Bolaño, resulta tan real como Ricardo Ragendorfer, una leyenda viva del periodismo, que también aparece en el libro.

Como lo dice en la contratapa, Saccomanno no cree en los finales felices. «Escribí estas historias –afirma– por necesidad más que por gusto. Sin demasiada esperanza, como decía Karen Blixen, pero sin desesperación». Y podría decirse que las escribió de puño y letra: la tipografía de la tapa la dibujó él. Y su ilustración es un dibujo de Edward Hopper cuando era niño. En él ya pueden intuirse sus cuadros adultos en los que, como en los cuentos de Saccomanno, rodeados de un silencio espeso, los personajes están siempre al borde del abismo, al filo del misterio.

–El primero de los cuentos tiene varios años, el último es más reciente. Sin embargo, hay una unidad que definiría como «balance político y ficcional de la Argentina». ¿Coincidís?

–Sí, esa es la respuesta (risas). El primero, 78, lo hice para Página 12 para un aniversario del Mundial. Si lo rescaté es porque funcionaba como acápite del libro. Vuelvo una vez más a la frase de Todorov: «Un país que ha tenido campos de concentración tiene el corazón comido por gusanos». La dictadura es imborrable aunque se mire para otro lado. Todos los cuentos tienen que ver con una experiencia que es generacional. Están atravesados subterráneamente por lo que pasó. Casi no hay referencias explícitas, no es un libro sobre los ’70, pero sí sobre los efectos de la dictadura que duran hasta hoy. El primer cuento habla del terror, del miedo al otro, de cómo el terror se instaló en nuestra sociedad. El insomnio, por ejemplo, es una marca heredada por los hijos de padres que no dormían temiendo que fueran por ellos. Los fantasmas de la dictadura los arrastramos de por vida. Yo tengo amigos desaparecidos, asesinados. No podemos hacernos los inocentes. Esto me obligó a una escritura más bien seca, precisa. Experimenté con las posibilidades del realismo que va desde la crónica hasta lo confesional, de la entrevista a Ricardo Ragendorfer, pasando por la enseñanza de literatura en un penal hasta llegar a un final confesional que está entre el diario y la crónica.

–Hay, además, una reflexión sobre la literatura.

–Sí, quizá porque tengo 71 años pienso en el sentido de la literatura, en qué sentido tiene escribir hoy y qué es lo que se puede escribir en este momento. Me pregunto si tengo algo para decir y por qué lo voy a decir. Me cuestiono lo básico: el lenguaje.

–Ese cuestionamiento es evidente en el último cuento, que plantea de qué modo la relación con los otros puede convertirse en literatura.

–Bueno, todo lo que toco lo convierto en literatura. No sé si hago buena literatura y mucho de lo que toco no lo escribo porque también creo que hay límites. No me gusta el lugar del escritor como espía, como infiltrado, como agente secreto. Creo que la gran pregunta es qué se hace con el dolor, con el propio y el de los otros. Nadie pidió venir a este mundo, nadie se siente cómodo en él, pero aquí estamos. No me gusta, pero tampoco lo quiero romper. Hace un rato vi en la calle a unos chicos tirados. Pero uno se empecina en buscar la belleza. ¿Por qué le vamos a dejar la discusión sobre la belleza a la derecha? ¿Y por qué no se la vamos a arrancar? Creo que hay una relación entre la precisión, la verdad y la belleza. Quizá mis respuestas sean muy filosóficas, pero paso leyendo a Wittgenstein y Derrida. Hay que deconstruirlo todo. Pero deconstruir no es romper, sino desarmar un andamiaje de sensatez impuesto por este sistema, desmontar la normalidad que te impone el capitalismo. Hay una crisis de representación del lenguaje, las palabras ya no dicen lo que se supone que dicen. Por eso quise ser esencial, contar desde el hueso.

Hay un cuento, «Sensini, una continuación», que remite al cuento de Roberto Bolaño y que, aunque parece que hablara de otra cosa, habla de la dictadura, del exilio, tanto del de Bolaño como del de Antonio Di Benedetto.

–Ese es el cuento de Lao (se refiere a la escritora Fernanda García Lao, su pareja). Se iba a llamar Historia de Lao, porque ella lo conoció a Di Benedetto. Un día fuimos a una feria del libro en Mendoza, donde ella nació, y eso es más o menos lo que cuento. Pero hay una historia anterior que es mi relación in absentia con Bolaño. Él me escribió cuando leyó El buen dolor. Tiene un ensayo en el que nos cita a todos: Lamborghini, Fogwill, Forn, Fresán, yo… No me animé a contestarle el mail o lo fui dejando por mi relación complicada con la tecnología y él murió. Creo que Bolaño, aunque chileno, es un gran escritor argentino, no puedo pensar nuestra literatura sin él.

–¿Cómo continúa la historia de la que nació el cuento?

–Como estábamos en Mendoza le propuse a Lao ir a ver la casa en la que ella había vivido hasta el exilio de la familia porque su padre, compañero y amigo de Di Benedetto, había sido amenazado. La relación entre ellos continuó en el exilio. Lao lo conoció y me contó cómo era y creo que encajaba con el personaje de Sensini. Me parecía que eso merecía un homenaje que en el cuento aparece encriptado aunque no tanto. Lo que no quería era escribir un cuento del tipo «yo conocí a…». No voy por el lado de Recuerdos de la muerte, por la denuncia, me interesa contar lo que está por debajo. Aunque escribí novelas sobre el ’55 y sobre el ’77, y también un libro como Cámara Gesell, siempre le escapé a la bajada de línea. En broma le digo a Lao que soy un escritor social y ella se ríe. Lo que sucede es que me cuesta entender la literatura desprendida de la realidad porque la vivo como parte de ella. No soy Sabato y esto que voy a decir no lo digo en plan Sabato, pero este libro me genera angustia porque está lleno de sombras. ¿Es autobiográfico? Me gustaría que fuera la autobiografía de los lectores.

–Está marcado por el dolor.

–Sí, y me planteo cómo contarlo. Mis modelos para narrarlo son Marguerite Duras y Thomas Bernhard. Claro, si esos son mis modelos y leo a Pizarnik y a Ungaretti, mi escritura no puede ser sino «oscurita». Spinoza decía: «Ni reír ni llorar, sino comprender». Y yo trato de comprender, tanto a los otros como a mí mismo. Por supuesto que la literatura también es placer, juego, distracción y evasión, pero estamos con la mierda al cuello. Nos hablan de las bondades del individualismo, del «emprendedurismo» y estamos sulfatados, cada vez más solos y más quemados. Esta sociedad es un disparate. Nos gobierna la mentira. El sistema capitalista destruye la subjetividad.

–El libro está dedicado a Juan Forn. ¿Por qué?

–Porque a esta altura hemos pasado tantas, nos hemos peleado, nos hemos amigado, vivimos los dos en Gesell aunque ahora él se corrió a Mar de las Pampas. Un día yo estaba en la guardia del Fleni por un problema en la columna. Me estaban pasando suero y algo para el dolor porque no me podía ni mover. Lo llamo a Juan desde la camilla y él me atiende desde otra camilla de un hospital de Mar del Plata porque lo acababan de internar por su enésima pancreatitis. En esa situación nos pusimos a hablar de literatura. En Gesell nos reuníamos dos o tres veces por semana a hablar de literatura. Se lo dediqué por todas esas cosas.

–¿Cómo surgió el libro?

–Lo que tenía en un principio era el título que iba a ser para una novela que no me salió. Lo que quedó de ella es el último cuento, «La búsqueda de Dios». ¿Por qué se llama así? Porque todos estamos en busca de algo que no sabemos cómo denominar. Hoy en Gesell hay una enorme cantidad de templos evangélicos, pero también está el hippie que frota la pirámide, el que confía en la revelación del zen, el new age. Todos tratamos de salvarnos agarrándonos de una soga de esperanza. Pero estamos en el desierto, no hay una verdad revelada, estamos en un mundo sin certezas. Hay que replantearse todo y creo que han sido las mujeres las que en los últimos tiempos han señalado cuáles son los problemas y han dado las grandes luchas. «

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Crónica, género y marketing

En El sufrimiento de los seres comunes te planteás, me parece, no sólo cómo contar, sino también cómo contar hoy, en este momento.

–Sí. Como escritor me planteo cómo contar en un momento en que la crónica parece impregnarlo todo. Yo me pregunto cómo ir más allá de eso.

–¿No te gusta la crónica como género?

–No es que no me guste. No tengo problemas con el género en sí, pero hay que reconocer que no todos los que hacen crónica son Ryszard Kapuściński, eso hay que decirlo. Hay géneros que se ponen de moda por necesidad de marketing o por otras muchas razones. Además, creo que la crónica tiene que ver con la noticia y la novedad, hay que buscar algo que sea mínimamente escandaloso, que tenga un buen gancho para atrapar al lector y a mí me parece que la literatura va por otro lado, va por el lado del lenguaje. Sé que muchos periodistas se van enojar por esto que digo, que me voy a ganar muchos enemigos. Pero yo también soy periodista y me parece que la crónica en este momento ocupa un lugar del que necesariamente va a bajar. Por supuesto, hay crónicas que son muy buenas y que leo con mucho placer. Los miserables de Víctor Hugo, por ejemplo, es una crónica maravillosa de la batalla de Waterloo. También en Guerra y paz, de Tolstoi, hay una crónica de la batalla de Borodinó. ¿Cuáles son los límites entre literatura y crónica? Me parece que, más que marcar diferencias, de lo que hay que hablar es, sencillamente, de escritura.

¿Una gran despedida de la ficción?

«No sé si está bien decirlo en una entrevista –comenta Saccomanno– pero por lo menos por el momento tengo la sensación de que El sufrimiento de los seres comunes es mi último libro de ficción. Ahora estoy por sacar un libro por Edulp que se va a llamar Mis citas con Lao. En él un texto dispara una situación que me hace reflexionar sobre la relación amorosa. Está compuesto por pequeñas entradas sobre el amor a los libros y el amor a la amada. Comienza con el canto V del Infierno de Dante, con la escena de Paolo y Francesca que se calientan leyendo las aventuras de Lancelot y la reina Ginebra y cometen adulterio. Es un librito de cien páginas del que ya estoy escribiendo el segundo tomo. También estoy con un libro sobre Georg Trakl. Me puse a recomponer sus poemas a partir de las traducciones sin saber alemán, para que los traductores me caguen a trompadas. El libro se va a llamar Los días Trakl. Estoy escribiendo cosas que no tienen que ver con la ficción. Creo que con este último libro de cuentos toqué fondo».