«Sé todo y no comprendo nada», dice el narrador de la última novela del dramaturgo y narrador suizo Lukas Bärfuss, Halcón, que el autor vino presentar a la Argentina. Quizá él no escriba para comprender, sino más bien para intentarlo. Porque es en ese intento que se plantean las preguntas más interesantes acerca de los enigmas que nos desvelan desde la noche de los tiempos. Una de esas preguntas es por qué alguien decide suicidarse. De su novela anterior, Koala, podría decirse que es un ensayo poético-filosófico sobre el suicidio. Ambas, al igual que una anterior, Cien días, fueron publicadas en Argentina por Adriana Hidalgo con una excelente traducción del alemán de Claudia Baricco.

También en Argentina se está ensayando una obra teatral suya, La señora Schmitz, que aborda el tema del cambio de género y se estrenará el año que viene en Buenos Aires. Es que Bärfus es uno de los dramaturgos más reconocidos en lengua alemana como lo demuestran los múltiples premios que cosechó en los últimos años.

Durante la semana que estuvo en esta ciudad, participó del ciclo Bärfus Sudamérica creado por Cecilia Bassano. El mismo incluyó una charla con el dramaturgo y director argentino Mauricio Kartun en el Cervantes, la presentación de Halcón con la escritora Claudia Piñeiro y una clase magistral sobre dramaturgia en el Centro Cultural Recoleta.

El suicidio también es un tema que aborda en Halcón. El personaje de esta novela, Philip, es el dueño de una empresa que un día, esperando en un café a un hombre para concretar un negocio, decide ir tras la huella de una mujer de la que apenas ha visto sus zapatos azules. Poco a poco, seguirla se convierte en una obsesión que lo devora y que lo expulsa de su vida anterior. El narrador intenta comprender la naturaleza de este acto que desde la lógica de la sociedad sólo puede ser visto como un brote de locura. ¿Pero qué es exactamente la locura? Acaso esta también sea una pregunta de difícil respuesta.

–Su novela Koala está referida al suicidio y es casi un ensayo sobre el tema. Y también aparece en Halcón. ¿Qué lo lleva a indagar en el suicidio?

–No puedo darle respuestas psicoanalíticas. Hay muchas cosas que uno no comprende. Antes de estas dos novelas el suicidio ya era para mí algo importante. Escribí una obra que trataba sobre un periodista que se suicida. En Suiza las leyes permiten que una persona se quite la vida con ayuda médica y cuidados paliativos y la obra trataba sobre eso. La única respuesta racional que puedo dar sobre el tema es que la pregunta sobre el suicidio es uno de los grandes temas de la filosofía moral, de la filosofía de la existencia: a quién le pertenece nuestra vida. Por fuera de lo racional lo que puedo decir es que mi arte es una búsqueda de resistencia contra la muerte. Es también la búsqueda de poder digerir la propia muerte y una pregunta acerca de la libertad. En el capitalismo tardío, con el liberalismo o el neoliberalismo, la libertad se convirtió en algo que tiene que ver, sobre todo, con lo económico. El sujeto debe contar con sus propios recursos y esto significa un gran aislamiento. El suicidio es el máximo acto de libertad, pero también el mayor retraimiento de la sociedad. En mi obra aparece la tensión que existe entre el individuo y la sociedad y creo que no hay nada que pueda mostrar más claramente esa tensión que el suicidio. Hace poco, en mi círculo de amigos se suicidó un hombre de 45 años que tenía dos hijos chicos. Desde un aspecto teórico uno podría decir que lo que hizo fue un acto de libertad, pero si uno lo ve desde un punto de vida social fue una traición hacia sus hijos y su esposa.

–Un hermano o medio hermano suyo, como sucede en Koala, se suicidó. ¿Cómo procesó esa experiencia?

–No hay una sola respuesta para esa pregunta. La primera reacción es la que uno tiene con cada persona que muere, el duelo en sus diferentes fases: no entenderlo o no querer aceptarlo, el enojo, la tristeza… Pero para la pregunta que uno se hace frente al suicidio: por qué, no hay ninguna respuesta. Y que no haya una respuesta creo que es lo más difícil. Cuando alguien se muere de manera natural el porqué no es ningún tema. Se murió porque estaba enfermo, porque tuvo un accidente, porque era viejo. En el caso del suicidio ese porqué nunca desaparece, nunca se va. Hoy ese porqué está tan intacto como en el primer momento de la muerte de mi hermano. Lo terrible es que uno piensa muy poco en eso. Los períodos en que recuerda son cada vez más espaciados. Dicen que el tiempo cura todas las heridas, pero yo no creo que sea así. Hay cosas que no sanan. Uno puede olvidar por largos períodos, pero la herida no sana. Olvidar, sin embargo, es un gran consuelo.

–En Halcón se habla de la culpa. El narrador dice que la culpa no tiene nada que ver con la razón. ¿Se siente culpa ante alguien que se suicida?

–El sentimiento de culpa es la condición para las relaciones humanas. Sólo los psicópatas no tienen sentimiento de culpa. La culpa es la condición para poder sentir empatía. El hecho de que uno no pueda darle al otro lo que necesita, de que uno no alcanza para el otro y también el sentimiento inverso de que uno nunca obtiene lo que necesita y que le avergüenza expresarlo, cosa que sólo se atreven a hacer los que son muy egoístas, hace que uno sienta culpa frente al otro. El suicidio es  una forma más extrema de ese sentimiento. El punto es que uno concibe al suicidio como algo grave, como algo malo. Pero también existe un sinónimo de suicidio que es «muerte libre». Y cuando alguien se suicida uno tendría que poder reconocer que esa persona lo hizo porque lo quiso, porque lo deseó. Tendría mucho más sentido tener estos sentimientos de culpa cuando las personas viven, no cuando mueren. Sería mucho más constructivo porque cuando una persona muere ya no podemos hacer nada. Pero estos sentimientos suceden sin que nadie pueda evitarlo. Todas las personas sienten culpa y vivir con ese sentimiento es algo muy venenoso.

–Tanto en Koala como en Halcón se presentan dos personas que por distintas razones deciden «bajarse» del mundo para observarlo desde afuera. ¿Mirar el mundo desde afuera es necesariamente ver un espectáculo horrible?

–Diría que es el único espectáculo. Siempre estamos fuera del mundo,  a diferencia de los animales que están siempre dentro. La condición para que exista un sentimiento de culpa es la conciencia humana. Por eso pensar nos pone tristes, ya que sólo se puede pensar porque uno está separado del resto. No quiero juzgar si lo que se ve del mundo es terrible o no, pero terrible es el resultado de esa observación, porque podemos hacerla por el hecho de que estamos encerrados en nuestra propia conciencia y absolutamente solos.

–En Halcón pone en escena el tema de la locura. ¿La determinación de que alguien sea loco o cuerdo depende de la cultura en que está inmerso?

–Tengo un amigo psiquiatra que dice que ser considerado loco o cuerdo es una cuestión de éxito. Si una persona loca tiene éxito con su locura, no hay problema. No soy yo quien determina si estoy loco o cuerdo. Creo que estoy bastante loco, pero la sociedad habilita para el escritor esa posibilidad. De no ser por eso, hace tiempo que sería considerado un criminal.  «

El juego de las diferencias

Siempre procuré –dice Bärfuss- que mis obras también se pudieran leer como un texto literario, pero hay una diferencia entre una cosa y otra. El texto teatral tiene otro receptor. Cuando escribo teatro me dirijo más hacia un público que hacia un lector. Llego a ese público a través de los actores y de la dirección. Los actores son los primeros lectores, pero no los últimos. Por supuesto, también hay muchas diferencias formales entre un tipo de texto y otro. Las capas de información en una obra teatral no pueden ser tan elevadas como en un texto de prosa por la simple razón de que en el teatro uno no puede volver a una página para releerla. Hay lectores que leen de manera muy lenta y otros que lo hacen muy rápido. En el teatro, en cambio, hay un solo tiempo que tienen que compartir todos. Otra diferencia esencial es que la lectura es silenciosa, mientras que una obra teatral no es así porque se pone en juego el aparato de fonación de un actor y es muy importante cómo suena. Por eso cobran importancia las vocales, porque suenan más, porque se las puede gritar En el escenario, además, no existe el estilo indirecto libre. Si se trata de un monólogo, nunca es monólogo interior porque debe decírselo en voz alta. Los sentimientos, lamentablemente, son invisibles.