Cuando temblamos es el último libro de Guillermo Saccomano. Se trata de seis cuentos, que tienen un punto en común: el frío, que no es un dato climatológico sino un signo concreto del desamparo y la angustia. Leerlos es recorrer seis relatos diferentes sin salir de la opresiva atmósfera que los hermana.Seguramente, el lector no ha vivido ninguna de las historias de los personajes. Pero no podrá dejar de identificarse con el sentimiento de orfandad que todos experimentamos alguna vez cuando la vida nos pone contra las cuerdas.

-Hay por lo menos dos formas de escribir libros de cuentos. Una es reunir cuentos sueltos. Otra, es sentarse a escribir un libro de cuentos que tenga unidad. Cuando temblamos parece seguir el segundo criterio. ¿Lo escribiste así?

-El proceso fue el siguiente. Después de Cámara Gesell y Terrible accidente del alma quedé como planchado y no sabía cómo seguir. Angie Pradelli me dijo que fuera a Chejov y escribiera, por ejemplo, la continuación de uno de sus cuentos. Le dije que era una buena idea y me contestó, «pero, boludo, si era lo que vos nos hacías hacer en el taller». Entonces me puse a reescribir La dama del perrito y después otro cuento y otro. Llegué a tener unos 50. En un momento Nacho Iraola, de Planeta, me dijo de su intención de publicar mis cuentos completos y eso me pareció algo póstumo. Entonces fui viendo cómo armar una selección de los que ya tenía. Comencé a armarlos por el clima y también a tocar los relatos. Mis dos libros de cuentos anteriores, Animales domésticos y La indiferencia del mundo, un libro que circuló poco por el que me dieron el premio Municipal, fueron armados con el mismo criterio. Creo que un libro de cuentos debe armarse por climas, por atmósferas. Desde hace mucho, vengo escribiendo en libretones tipo Moleskine. Cada libreta de esas equivale a veinticinco carillas. El cuento más largo de Cuando temblamos que es «La cárcel del fin del mundo» lo escribí yendo a París. Empecé a escribir en el avión, en tránsito. Iba en tren y no miraba por la ventanilla, iba escribiendo y escribiendo. Cuando regresé ya lo tenía terminado.

-¿Por qué escribiste sobre esa cárcel?

-Conocía a amigos anarquistas de mi padre que habían estado en la cárcel y me contaban historias. Además, estuvo preso allí un Sacomano. Mi abuelo calabrés insistía en que no éramos parientes. Y era cierto porque su apellido no se escribía con dos «c» y dos «n» como el nuestro. La memoria del Sacomano preso me persiguió durante la infancia porque en la escuela me preguntaban «¿vos qué sos del asesino?» Fue un tipo famoso en su momento. Arlt lo nombra en sus aguafuertes, dice de alguien que «es más ladrón que Sacomano». Leer eso para mí fue como una especie de electroshock. Leí, además, el informe de un diputado socialista publicado como librito sobre las condiciones de los presos en esa cárcel que fue demoledor. De allí tomé algunas cosas que recordaba porque como lo escribí viajando no tenía a mano el libro. Soy un escritor en tránsito. Estuve en Tierra del Fuego en algunas oportunidades y visité esa cárcel de mierda que han convertido en parque temático. Esa cárcel donde se sufrió tanto se convirtió en un lugar donde te venden pines.

-Volvamos a la escritura a mano.

-Muchas veces en Gesell salgo a caminar y me siento un rato a escribir a mano. Creo que esto viene de la idea que uno tiene de que la poesía se escribe a mano aunque seguramente alguien la escribirá en el ordenador. La poesía tiene un tiempo de silencio y de reflexión y escribir a mano te obliga a ser más preciso. Luego, por supuesto, viene el momento de pasarlo en limpio y con él la corrección y los ajustes. Cuando temblamos surge después de haber quemado una novela que no me convencía. Quemé varios cuadernos. Les puse vodka y querosén y los prendí fuego. El cuento o la nouvelle son géneros con los que me siento cómodo. Cámara Gesell, que es una novela ambiciosa, en realidad, está constituida por una serie de cuentos unidos por montaje. Esa es una práctica que me sale de manera natural. El asunto es después qué hacer con esa naturalidad porque no se puede confiar sólo en lo espontáneo. En el armado fue crucial la intervención de Fernanda (se refiere a la escritora Fernanda García Lao, su pareja) y también la de la editora Paula Pérez Alonso, a la que luego de armar el libro le mandé un cuento más que me dijo que no tenía nada que ver con el resto. Preferí tener un libro si se quiere corto, pero contundente.

-Para vos la poesía es una lectura fundamental aunque no hagas poesía.

-Sí, te fijás en las colaboraciones que hago para Radar, de unos cuatro años a esta parte los artículos que escribo son de poesía: Robert Lowell, Mark Strand. Está por salir un libro de Mark Strand prologado por mí. He escrito sobre Alda Merini y también sobre poetas argentinos como Mario Trejo. Te diría que casi no leo narrativa, leo filosofía y poesía.

-De hecho el acápite de Cuando temblamos es una frase de Antonio Gamoneda.

-Si es de El libro del frío. A Gamoneda lo descubrí en España y cuando se lo comenté a Carmen Balcells, la agente literaria, me dijo que lo conocía, que eran muy amigos, que se amaban y eran como enamorados y que me iba a mandar su obra completa.

-¿Y te la mandó?

-Sí, me mandó la obra completa, además, dedicada y firmada por Gamoneda. Me parece uno de los poetas más potentes de habla hispana. Si no existiera El libro del frío, yo le hubiera puesto ese título a Cuando temblamos.

-Me parece que escribiste un libro de cuentos romántico en el sentido más técnico del término, es decir que hay una concordancia absoluta entre el personaje y el entorno. ¿Estás de acuerdo con esa observación?

-Sí, es muy correcto lo que decís. En el romanticismo alemán, todo el tiempo está presente el frío. Además, en el último tiempo estuve leyendo a Lenz, a Robert Walser que muere en la nieve. Mis lecturas van siempre por la poesía y me cuesta mucho leer contemporáneos excepto alguno como Kenzaburo Oe. A diferencia de lo que piensan algunos, creo que la literatura tiene que servir para algo. Por lo pronto, para incomodar o alumbrar alguna zona de la realidad. No te cura ni te salva, pero puede aliviar. Esto sin caer en la literatura pedagógica o de afán gorkiano. Nada que ver con la bajada de línea. Los autores que me formaron, Arlt, Dostoievski, Faulkner no tienen una escritura complaciente sino cuestionadora y los escritores que a mí me interesan son cuestionadores.

-¿Por qué te interesa tanto la poesía?

-Porque creo que, como lo señala George Steiner en La poesía del pensamiento, un solo verso puede contener una visión del mundo lo mismo que un tratado de filosofía. En la poesía la palabra tiene un valor sagrado no en el sentido de feligrés chupacirios, sino de ritual y de revelación. Tiene que producir un insight o, si lo preferís, un satori.

-También te interesa la filosofía.

-Sí, por eso cuando estoy en Buenos Aires extraño como un perro Gesell. Allí tengo un tiempo distinto. Durante un año, por ejemplo, me dediqué a leer Kierkegaard. Durante dos años me dediqué a leer Nietzsche mientras escribía notas de poesía. También me dediqué a leer Dante. Esta preocupación por la filosofía y la poesía me lleva a pensar la literatura de otra manera. La poesía te obliga a un ejercicio de concisión y te lleva a pensar un libro desde otro lugar, por ritmos. No digo que un libro de cuentos es un poema, ni hablo de una prosa poética, sino de otra cosa que tiene la poesía. Si leés Hospital Británico, de Viel Temperley, por ejemplo, te das cuenta de que tiene algo particular. Lo mismo pasa con La visión de los hijos del mal y con El Himalaya y la moral de los pájaros, de Miguel Ángel Bustos. Leer poesía se transformó para mí en algo fundamental. En cambio no me pasa lo mismo con la narrativa. Creo que la última gran revelación norteamericana ha sido Raymond Carver y después no pasó mucho más.

-Otra constante en tu último libro de cuentos es el silencio.

-Sí, está allí todo el tiempo. Este es un libro del silencio, no sólo por los paisajes sino por lo no dicho de los protagonistas. Aun cuando pueda haber una primera persona, es una primera persona callada, corrida hacia atrás.

-También podría decirse que es un libro de la angustia.

-Sí, el angest está. La cuestión del temor y del temblor viene en línea directa de Kierkegaard, y Kierkegaard viene de Dostoievski. Ivan Karamazov dice «si Dios no existe, todo está permitido». ¿Qué pasa ante la ausencia de Dios? La literatura de Kafka es una literatura de pregunta sobre Dios: ¿por qué a mí me tiene que pasar todo esto? y puede ser leída como una modernización del Hobbes. ¿Qué libro vas a leer después de estar sumido en la obra de Kafka o en los Los hermanos Karamazov, Crimen y castigo o El idiota? Esos son mis modelos, claro que lo mío es mucho más acotado y chiquito (ser ríe).

-Cuando temblamos es también un libro del desamparo.

-Efectivamente, sus personajes están en una situación extrema, límite, de no retorno. Frente a la catástrofe se revela algo en cada uno. Fernanda me acercó una conferencia de Derrida que se llama Por qué no temblar. Dice que el temblor es algo propio de la naturaleza humana. Recuerda su niñez en Argelia cuando escuchaba los motores de los aviones. Se venía el bombardeo y ahí estaba el temblor. También cuando se tuvo que someter a un tratamiento quimioterapia. Su temor era no poder volver a empuñar una lapicera. Yo he pasado por una situación parecida cuando hace unos años tuve una meningitis. Estuve internado en el Hospital Interzonal de Mar del Plata, donde me sacaron adelante, a pesar de lo que se diga del hospital público. Un médico joven me rescató. Yo compartía una sala con marginales, había tipos esposados a la cama, delirios nocturnos. A la noche el piso se llenaba de ratas. Yo pedía mi cuaderno para poder escribir, pero no reconocía mi letra. Creo que no hay temor mayor para quien vive de la escritura o con la escritura que ese. Ahí fue que comencé a escribir a mano.

-Saer habla de escribir a mano porque la escritura también es un cuerpo.

-Es que así hay una relación estrecha e indisoluble entre el cuerpo y el texto, una relación que no está mediada por ningún artefacto.

-Volviendo a tu libro, creo que es posible identificarse con sus historias, reconocer en la angustia de sus personajes la propia angustia.

-Sí, hay gente que me ha dicho que lloraba mientras lo leía. Es que creo que es un libro para este tiempo porque en este tiempo estamos azotados. Si miramos del mundo hacia Argentina y de Argentina hacia el mundo, es claro que estamos en una situación de desamparo. Cuántos están aterrados en este momento por la posibilidad de perder el trabajo. Estamos bajo un régimen que hambrea a los sectores populares y a la clase media. No voy a ser Roberto Navarro ni El Gato, pero estamos viviendo un tiempo de zozobra. Si ayer estábamos al borde del abismo, hoy dimos un paso adelante. Europa es víctima del miedo de dónde van a poner el próximo caño. Mirá lo que pasó en Turquía y lo que podría pasar si en los Estados Unidos llegara a ganara Donald Trump. Venezuela está manejada por el monigote de Maduro que evidentemente no es Chávez. Fijate en lo que pasa en Brasil con Dilma. Latinoamérica está jaqueada. En esto son cómplices los medios que responden al poder económico. Aquí montaron la ópera de la corrupción K. Perfecto, estoy de acuerdo con que los que robaron vayan en cana, pero que no encubran el gangsterismo de guante blanco que representa este gobierno. El presidente es impresentable, da vergüenza en todos sus aspectos. No podés rescatar nada de él. También creo que hay un silencio de la intelectualidad y muchos intelectuales que suscriben este proyecto. No me refiero solamente al señor Manguel sino a muchos más. No te olvides que en tiempo de elecciones salió una solicitada de intelectuales a favor del PRO. Firmaban entre otros Federico Andahazi,Santiago Kovadloff, Quintín. Algunos se deben querer matar si es que tienen un poco de conciencia. Ante esto, necesitamos una literatura que no sea complaciente porque estamos viviendo con miedo, con temblor. No se puede escribir sin que la realidad te infecte, te envenene, te amargue.«