Boca venía de anunciar a Edinson Cavani como flamante refuerzo. Los flashes, las ovaciones. River, último campeón con una holgura sobre sus rivales que hacía tiempo no se veía, había quedado en el silencio mediático. Volvió la Copa. Un triunfo difícil frente al Inter de Brasil. Y horas después, el presidente Jorge Brito da la noticia: regresa al club Manuel Lanzini.

Días antes, ya había hecho lo propio Ramiro Funes Mori. Más allá de las negociaciones particulares, y seguramente sin ser algo buscado explícitamente por la dirigencia, hay un hilo conductor. Los dos fueron los autores de los goles en la Bombonera cuando el River de Ramón Díaz le ganó a Boca 2 a 1 en la Bombonera durante el torneo Final 2014. El empate transitorio lo había hecho Juan Román Riquelme.

No fue un partido más. Fue un triunfo clave para que el Millonario fuese campeón, tras 6 años. Pero sobre todo, fue el germen del “renacer” de River tras la debacle institucional y futbolística que lo llevó a la B. El trampolín para ese tsunami que luego fue el gallardismo. Es contrafáctico, pero posiblemente sin ese equipo sólido que había formado Ramón, no hubiese existido el ciclo del Muñeco. Y Lanzini y Funes Mori, fueron dos referentes icónicos de ese símbolo. Los chicos de la tapa.

«La cancha de Boca es muy difícil para jugar, pero tengo la suerte de venir y ganar», declaró Ramón Díaz después del 2-1. Bianchi, el DT de Boca (sería el último semestre que rivalizarían los dos enemigos íntimos que habían signado el fútbol argentino de los últimos 18 años) lo resumió en otra frase icónica: “No fue córner”. Ese tiro de esquina pateado por Lanzini e inmortalizado por el cabezazo de Funes Mori.

La realidad marca que ambos vienen de presentes disímiles. El enganche tuvo pocos minutos en el West Ham de la Premier League inglesa. Y las pocas veces que participó supo hacerlo más de doble 5 (un anticipo de lo que podría hacer en reemplazo de Nicolás De La Cruz, posiblemente el primero que deje el club este semestre). El central zurdo de 32 años jugó casi todo el Clausura con Cruz Azul, y luego los Cementeros quedaron afuera de la Liguilla del Repechaje. El fútbol argentino, se sabe, es distinta a cualquier otra liga. 

Foto: AFP / Charly Diaz Azcue

Padre e hijo

El domingo 30 de marzo de 2014 River no solo cortó una racha de 10 años sin ganar en La Bombonera, sino que además, con 17 puntos, quedó a un punto del líder Colón de Santa Fe. A la postre saldría campeón de local en una goleada contra Quilmes, con el “Lobo” Ledesma como una de sus figuras. Junto con Lanzini, resultó de los pocos que dejó el club al cabo de ese Torneo Final (aunque se jugó en el primer semestre).

Hacía casi dos años que River había ascendido. Y su rumbo había sido un poco errante. Primero con la continuidad de Matías Almeyda como DT, y luego la llegada de Ramón. El referente riojano había regresado en la gestión de Daniel Passarella (históricamente distanciados) pero su campeonato de 2014 se dio con el primer semestre de la nueva gestión que hoy ya es parte de la historia moderna riverplatense: la presidencia de Rodolfo D’Onofrio.

Estaba claro que Ramón no era el estilo de DT joven, medido, perfil bajo y «moderno», trabajador meticuloso y con futuro, que buscaba la flamante dirigencia. Pero no podían echarlo. Menos después de que el equipo saliera campeón. Fue el propio Díaz el que dejó el club a mitad de temporada, de manera inesperada.

La tarde del 27 de mayo (dos días después del aniversario de la institución) terminó el entrenamiento matutino con el plantel, subió al primer piso del Monumental, ingresó a la oficina presidencial. Iban a hablar del plantel y la pretemporada de cara al segundo semestre que tenía campeonato y Sudamericana. Esa que luego sería famosa por el penal atajado de Barovero a Gigliotti y el primer título de Gallardo. El encuentro duró cinco minutos. Llegó y les dijo al presidente, al vice Matías Patanian, y al manager Enzo Francescoli: “Ya cumplí con los objetivos, salí campeón, renuncio”.

«Se fue solo, yo no lo eché», respondería el mandatario del club cuando en los instantes posteriores le reclamaban por cómo iba a dejar irse a la entonces máxima gloria del club.

Su ayudante era Emiliano Díaz. El hijo. Hace poco declaró a TNT Sports en Casa que en ese momento «se hablaba mucho. Se le estaba buscando algo. Y era simplemente que Ramón dijo basta. La sufrimos. Yo no me quería ir. Eso lo decidió él».

Recordó cómo lo criticaban por poner al hijo de ayudante: «Ahora soy padre y realmente me doy cuenta por qué tomó esa decisión. No debe ser nada fácil que critiquen a un hijo tan fuerte de la forma en que lo habían hecho en ese momento. Me pongo en el lugar de él y salgo a matar gente«.

Y apuntó a que la decisión de Ramón Díaz de irse de River se debió a un cúmulo de cosas: «Éramos muy cuestionados. Ramón, a esa altura de su carrera, de su vida, después de estar 25 años en esta profesión, teniendo no sé cuántos títulos con distintos clubes de distintos países ¿Cómo puede pasar que se sienta cuestionado? Porque en algún momento (en Argentina) cuestionamos a Messi. Después de eso decís ¿hasta cuándo? En otras culturas no pasa eso, el que gana es respetado. Después, las formas o los métodos los podés compartir o no«.

Jugadores

Ramón se iba ganador. Como siempre le gustó. Los instantes siguientes son conocidos. Gallardo, que estaba a punto de arreglar con Newell’s, recibió el llamado urgente de Enzo. No le podía decir que no. El debut del Muñeco sería la despedida de Lanzini, contra Ferro por la Copa Argentina 2014: tiempo después, el técnico más ganador del club lamentaría que sólo pudo dirigir un partido al futuro volante de la selección argentina.

Pero si bien el cambio de estilo de director técnico era rotundo, el equipo tuvo un ADN que vino del último semestre de Ramón. Ese campeón contra Quilmes, de Ramón, había formado con: Marcelo Barovero; Gabriel Mercado, Jonatan Maidana, Éder Álvarez Balanta, Leonel Vangioni; Carlos Carbonero, Cristian Ledesma, Ariel Rojas; Manuel Lanzini; Teófilo Gutiérrez y Fernando Cavenaghi. De ellos, se irían a mitad de año Ledesma, Carbonero y Lanzini (que, ya dicho, llegó a jugar sólo un partido con el Muñeco). Ya con Gallardo regresarían Mora y Carlos Sánchez, vendría Pisculichi, y se asentarían Kranevitter y Funes Mori.

Ocho años después el dólar pasó de 11,80 a 560 pesos, culminó el gobierno de Cristina, pasó el de Macri, está a meses de finalizar el de Alberto Fernández; la Argentina fue campeona del mundo, ya no están ni Grondona ni Maradona; y se podrían seguir enumerando efemérides redundantes. Algo está claro: los equipos ricos son cada vez más ricos, y los otros luchan con lo que pueden.

Mientras los llamados equipos más grandes de la Argentina viven sus eternas regeneraciones en un fútbol de exportación, el de la Ribera optó por mezclar refuerzos internacionales con una juventud sólida, y el de Núñez apeló al pasado, a un mercado de fichajes revisionista. Quizás, cual Delorian de Volver al Futuro, sus dirigentes siguieron inconscientemente la clásica sensación de que para mirar al futuro primero hay que mirar atrás. A ese primer amor donde todo comenzó, tal como la frase que acompañó ese momento del club: «River vuelve a ser River».