Las metaleras Graciela y Susi son amigas desde muy purretas. “Dos brujitas pesadas, compañeras desde las noches en la disco Halley, querido. A Helloween lo seguimos desde los ’80, ni nos preguntes la edad. Hoy queremos metal de la Calabaza, no purecito”, bromean a coro las coquetas señoras ataviadas de estricta etiqueta negra, antes de ingresar al Luna Park.

El telón de la noche cae pesado en el bajo porteño. Entonces, el Palacio de los Deportes abre sus puertas en la velada del domingo al power metal. Aquelarre heavy animado por dos pesos pesados europeos: los alemanes Helloween y los suecos Hammerfall, en el marco de la gira United Forces, producida en estos pagos por NWM. Las hordas metálicas están listas para disfrutar de un infierno encantador.

El regreso de los calabaza al centro porteño.

Repleto. Así luce el estadio parido por Tito Lectoure. En el campo, el pullman y los coditos no cabe ni un alfiler. Hay pibes, pibas, veteranos, veteranas, familias enteras: metal para todes. Sobran tachas, cuero y cuernitos. Un fresco digno de Goya. Leonardo es docente, fotógrafo y heavy desde la cuna. El elegante cuarentón de remera de Judas Priest disfruta una cerveza –¡mil devaluados pesos la lata!-, antes de que los escandinavos de Hammerfall salgan al ruedo. Arriesga el docente de Historia llegado desde Villa Urquiza: “Hace 20 años que el heavy metal es europeo. Los gringos perdieron la brújula, pero les quedan los dólares. Y hablando de verdes, con el lío de reservas que tenemos acá, cómo les pagarán a estos europeos. Por ahí se pueden llevar tubos de gas. Con el tema de Ucrania, está carísimo en el viejo mundo. Putin es heavy en serio.”

Martillos suecos y pesados.

Los Hammerfall te dan un martillazo de  power metal en la cabeza desde el arranque de su show. Nacida en los años noventa, la banda de Gotemburgo supo ganarse su espacio en un país más afecto al paladar negro del death metal. Siguen vigentes: presentan el disco Hammer of Dawn y sus clásicos inoxidables superan el millón de oyentes al mes en Spotify. El guitarrista Oscar Dronjak y el cantante Joacim Cans son una dupla intratable. No son simples teloneros que suben para cumplir. Brillan en sus odas al fiel martillo, la épica vikinga y el más puro metal clásico. El rubio Dronjak termina el recital prendido fuego, en cuero y agitando su guitarra martillo. Conmovedor.

El Luna Park estuvo colmado.
Foto: GENTILEZA–Leonardo-Spinetti

Con puntualidad alemana, a las 21:30 se enciende una calabaza gigante sobre el escenario y los Helloween dan inició a su festín desnudo con la formación que soñaron muchos de sus fans y se hizo realidad en 2017: el regreso de los históricos Michael Kiske (voz) y Kai Hansen (guitarra). Ni krautrock, ni electrónica vanguardista, ni polka, los oriundos de Hamburgo son los padres del power metal, el subgénero que combina dosis desparejas de velocidad, arreglos melódicos y técnica instrumental. Dominan el escenario desde principios de los ochenta. Con “Skyfall”, “Eagle” y “Mass Polution” despabilan al monstruo. Entonces, el campo empieza a sacudirse duro y parejo con el pogo. ¡Ojo con el grandote de remera de Maiden que nos puede noquear!

La despedida de los suecos en llamas.

Le siguen “Power”, “Save Us” y un popurrí de clásicos de clásicos que llevan la voz del mítico Kai Hansen, responsable de las guitarras con el pesado Michael Weikath y Sascha Gerstner. La dupla de cantantes conformada por Michael Kiske y Andi Deris sale siempre bien parada. Camperas de cuero rojo y negro, como la novela de Stendhal, para la dupla de cantores sobrenaturales. Con el cierre llega “Dr. Stein”, “Perfect Gentelman” y esa joyita power titulada “I Want Out”. Lluvia de papelitos, guitarras por los aires y cuernos dibujados con los dedos. Sin dudas, Helloween sigue vivito y coleando. La H no murió.

Helloween fue una fiesta en el Luna.