En una de sus tantas metamorfosis, Polémica Bar volvió a la pantalla de América TV el pasado lunes 29 de mayo a las 23.15, esta vez con la conducción de Marcela Tinayre y un panel de personajes que continúa la tradición de opinólogos que desde hace tres décadas marcó un giro en el histórico programa. Se trata de Chiche Gelblung, ya contertulio de la mesa en las gestiones de Gerardo Sofovich y de Mariano Iúdica; Marcelo Polino, Flavio Mendoza, Gabriel Schultz, Eliana Guercio, Walter “Alfa” Santiago – exparticipante de Gran Hermano, quien ya se vio envuelto en escándalos y cuya continuidad en el programa no parece del todo asegurada – y Claudio Rico, a cargo de las imitaciones que rotan según el día y el tema de actualidad. Con un pico de 2 puntos de rating alcanzados el lunes 5 de junio, a una semana de su debut y con mediciones inferiores hasta entonces, el ciclo sigue estando muy lejos de sus competidores directos: Argentina, tierra de amor y venganza (de El Trece, que ese día pasó los 6 dígitos) y el imbatible Master Chef  (que consiguió más de 11, por la pantalla de Telefe). En otra vuelta de tantas, Polémica no logra aportar nada nuevo y al igual que en sus largos últimas años, mucho menos consigue acercarse a la gracia que tuvo en los inicios de su creación.

Vale la pena hacer un poco de historia. Operación Ja-ja, el programa cómico de los hermanos Hugo y Gerardo Sofovich, se estrenó en la televisión argentina en 1963. El ciclo incluía una serie de sketches humorísticos que supieron recaer sobre actores como Fidel Pintos, Juan Carlos Altavista y Jorge Porcel (por nombrar algunos) y entre esas rutinas se destacaron dos que, con el tiempo, se autonomizaron como shows independientes: La peluquería de Fidel, luego devenido en La peluquería de Don Mateo; y La mesa de café, más tarde, rebautizado Polémica en el bar.  

Polémica en el bar en sus primeros años. De izq. a der: Adolfo García Grau, Javier Portales, Fidel Pintos, Luis Tasca y Juan Carlos Altavista como «Minguito».

En su versión original, Polémica en el bar estaba organizado como una conversación guionada – con mucho lugar para la improvisación, pero con una base escrita – entre cicno cómicos que se distribuían roles-personajes arquetípicos del imaginario de la bohemia de Buenos Aires: un intelectual (Carlos Carella, luego Javier Portales), un clase mediero aburguesado (Rodolfo Crespi, luego Adolfo García Grau), un “grasa” (Juan Carlos Altavista, quien estrenó su personaje de “Minguito”) y un porteño “tira postas”, cuyo rol estaba en general dividido entre dos tipos, uno más soberbio y otro más atorrante: en el elenco original eran Jorge Porcel y Fidel Pintos, respectivamente. Pero esa distribución de roles también estaba asociada sesgos humorísticos: estaban el serio, el torpe que es objeto de la burla, y un tercero que alternaba entre ambos. En esa primera versión, todo esto estaba atravesado, además, por los estereotipos de varones porteños en la transición entre la Era de Oro del tango de los años ’40-‘50 y la naciente sociedad cosmopolita de los ‘60.

Treinta años y todo igual

En tiempos mucho más cercanos, las entregas se repitieron en la fórmula de acumulación de famosos “polémicos”, más o menos rancios, más o menos de derecha, más o menos conservadores, que marcaron el tono a partir de 1990, cuando el propio Gerardo Sofovich se puso al frente de la mesa y se rodeó de periodistas-opinólogos de actualidad. La idea era darle un giro al programa y convertirlo en un espacio de debate público sobre temas cotidianos, en especial de política; en este caso, se trataba de una verdadera tribuna de doctrina menemista. Ese punto de inflexión del programa tres décadas atrás nos trae hasta hoy. En su modelo 2023, se amontonan personajes “basados”: hay polémica por la polémica misma, no hay humor salvo por casualidad, ni nada mucho más interesante que el consumo de gente discutiendo porque sí. Con producción general de Gustavo Sofovich, hijo de Gerardo, vistos los primeros programas, en general se observa que los “comensales” de esta mesa muestran una superposición de perfiles cercanos-equivalentes, sin mucha organización. Si bien es la primera vez que el rol central está a cargo de una mujer, también es cierto que del programa participan mujeres desde hace 20 años. Por su parte, para la hija de Mirtha Legrand esta tarea implica nueva oportunidad de apropiarse de un ciclo de televisión, un lugar donde nunca pudo consolidar un éxito y en el que sigue siendo “la hija de”.

En la versión de los ’90, la conducción de Sofovich hizo del programa una tribuna doctrinaria menemista.

El programa, hoy por hoy, ostenta una ductilidad que le permite atravesar cualquier temática: la actualidad política (en un año electoral, para colmo), el deporte, el espectáculo –visiblemente sobre representado entre los participantes de este regreso–, pero también hablar de bueyes perdidos, o incluso el imprevisto precio de los tomates puede ser un tema de conversación. Además, puede haber invitados, participaciones especiales, candidatos para inflar o desinflar, y un largo etcétera. Pero en una TV que vive en una especie de espiral de panelismo eterno, este revival del histórico programa no agrega ninguna idea, y es un contenido totalmente repetitivo. El rating, por ahora, va reflejando eso: cómo lo que fue una buena idea original sigue en decadencia. Una pena para un clásico que se merece un regreso a las fuentes, pero que por ahora sólo muestra un rumbo dubitativo.