“Vamos a formar muchas enfermeras para ofrecerle a la Patria mujeres sacrificadas, capaces y dignas del pueblo argentino». Las palabras de Evita aún resuenan en la cabeza de Beatriz Boch, como en aquellos días de 1952 en los que se juró: «Cuando estudie, será Enfermería en esta escuela». El recuerdo hecho carne remite a sus años en la Escuela de Enfermería de la Fundación Eva Perón, una institución de vanguardia creada el 19 de junio de 1948, con el propósito de capacitar a cientos de mujeres tanto en lo sanitario como en formación política y hasta en «defensa nacional y calamidades públicas». Transcurrieron 72 años y, en plena pandemia, aquellos valores recobran sentido.

A medida que se ampliaba la política sanitaria del primer peronismo, surgía la necesidad de formar a diferentes integrantes clave del sector. La Escuela, enmarcada dentro del plan de salud pública integral que lideró el ministro Ramón Carrillo (como en 2020, cuando asumió el cargo, Salud era Secretaría y no Ministerio), apuntó a profesionalizar la Enfermería, área en la que hasta ese momento se priorizaba lo caritativo, sobre todo a través de la Sociedad de Beneficencia. Y dio a las mujeres un rol esencial y protagónico, meses después de que se promulgara la ley de sufragio femenino. Las enfermeras manejaban los autos, las ambulancias, hasta tenían motos, jeeps y aviones con paracaídas por si necesitaban aterrizar en sitios de difícil acceso.

El número de enfermeras pasó de 8000 en 1946 a 18 mil en 1953. En sus folletos, la Fundación Eva Perón (FEP) enunciaba: “No está regida por el concepto liberal que caracteriza al sistema capitalista, no cree en ofrecer la limosna de las almas que se suponen altruistas; no entiende que va a regalar una ayuda a los pobres que se sienten abandonados por incapacidad o por falta de adaptación social”. A Beatriz la deslumbraban los desfiles por la Avenida del Libertador, con las enfermeras de la FEP pasando con sus trajes azules “de un casimir hermoso, con el que no sentías el frío”, describe en diálogo con Tiempo.

Rita Carbajal eligió recorrer el mismo camino. A diferencia de su colega, ella estaba inspirada en su madre, enfermera del Hospital Argerich. Las unían las urgencias económicas y la búsqueda de progreso laboral: ambas trabajaban desde los 14 años y tenían la necesidad de proveer ingresos a sus hogares.

Si bien hubo un punto de inflexión con la escuela de Cecilia Grierson en el Círculo Médico Argentino, en 1886, las escuelas de Enfermería a mitad del siglo XX seguían teniendo un origen religioso. La Escuela creada por Evita “tenía alcance nacional, otorgaba una digna salida laboral a las jóvenes y cumplía la imperiosa misión de proporcionar formación en un área cuyo déficit estructural aún subsiste», relata Federico Pérgola, del Instituto de Historia de la Medicina de la Facultad de Medicina de la UBA en su artículo «Evita y la salud pública: la escuela de enfermeras y el tren sanitario”.

El plan de estudios era de vanguardia. Beatriz y Rita recuerdan materias como Anatomía y Fisiología, Epidemiología General, Hemoterapia y hasta Neuropsiquiatría. Aunque dos asignaturas se destacaban del resto: una era «Formación Política», que pretendía enmarcar las actividades de las enfermeras en la nueva teoría de derechos políticos femeninos. “En cierto sentido, la existencia de esta materia estaba justificada en la idea de que las mujeres trasladarían sus ‘naturales’ condiciones morigerantes a la sociedad», sostienen Karina Ramacciotti y Adriana Valobra, investigadoras del Conicet, que han estudiado las políticas de capacitación de las mujeres durante el peronismo. La asignatura sufrió cambios en el transcurso del segundo gobierno de Perón y pasó a denominarse “Doctrina Peronista”.

La segunda materia política era «Defensa Nacional y Calamidades Públicas». Su objetivo se basaba en que las enfermeras se convirtieran en las nuevas heroínas del orden y la salud del cuerpo social. Rita la recuerda como una materia especializada en catástrofes dictada por un teniente coronel médico muy exigente. Las preparaban para situaciones de inundación, terremotos, guerras. “Las chicas ya estaban preparadas, cualquier accidente o derrumbe que había, era el cuerpo de Enfermería de la Fundación el que iba, incluso en viajes solidarios a otros países, como ayuda social y sanitaria».

Rita hizo sus prácticas en el Hospital Presidente Perón, el ex Finochietto, en Avellaneda. Beatriz solicitó el trabajo por correo. “Le escribí una carta a Apold, el secretario de Eva Duarte; le dije que era pobre y que quería trabajar, entonces me contestaron y me mandaron al Policlínico de Ezeiza”, llamado “22 de agosto”, fecha en la que Eva renunció a su candidatura a la vicepresidencia. “Teníamos un micro todo azul, que nos esperaba en General Paz y Rivadavia a todas las que vivíamos en el Oeste, y nos dejaba en la puerta del policlínico”. Beatriz dice que las autoridades del hospital no toleraban la intromisión de la FEP, y la enfermera principal, que era de la Cruz Roja, sólo la dejaba “tomar la temperatura, la presión y lavar las chatas los domingos”. Y entonces llegó el golpe del ‘55.

“Me agarró en Ezeiza –recuerda Beatriz–. Veíamos cómo caían las balas en la escuela de aviación que había ahí”. La dictadura de Lonardi y luego Aramburu se fijó la misión de “desperonizar” el sistema nacional de Salud Pública, y la Dirección de Asistencia Integral, encabezada por Marta Ezcurra (fundadora de la Juventud de la Acción Católica), se dedicó a intervenir, desmantelar y disolver toda la obra de la Fundación Eva Perón. En ese marco, se ordenó la ocupación militar de cada una de las Escuelas Hogar, entre ellas la Escuela de Enfermería, hasta su cierre definitivo.

Para eso convocaron a miembros de los “comandos civiles” de la Acción Católica Argentina, para retirar y destruir todos los símbolos del gobierno peronista. “Rompieron todo lo que decía Fundación Eva Perón: montañas de jeringas, papagayos, termómetros, todo tirado en el patio de atrás del Policlínico. A las sábanas, frazadas y colchas les cortaban el bordado donde estaba el logo, a todas les quedó el agujero. Y luego hubo carencia de jeringas, carencia de todo”, enfatiza Beatriz.

Rita también debió entregar su uniforme a las autoridades: «Zapatos, gorro, traje, blusa, todo completo. También nos comunicaron que teníamos que presentarnos en las distintas escuelas de Enfermería”. Ninguna institución les reconoció los estudios, y debieron volver a rendir examen de todas las materias. “Nos ponían trabas: que los horarios, que tal cosa, que tal otra, no todas quisieron rendir en tres meses los tres años, y encima sin hacer prácticas, no podían».

A esa altura, ambas ya tenían trabajos paralelos como enfermeras, en los que era cotidiano que sufrieran el destrato o las miradas acusatorias de otras colegas. Habían cambiado los tiempos. «Pero resulta que antes de Ezeiza hay un pueblito que se llama Villegas –relata Beatriz–, que tenía una sala de primeros auxilios. Me sacaron del policlínico y me mandaron a esa salita a trabajar toda la madrugada con un médico y el chofer de la ambulancia. Ellos dormían y cuando yo necesitaba algo, los despertaba”. De nuevo recibida, comenzó a trabajar en el Sanatorio Municipal, al que también llegó Rita al poco tiempo, continuando el legado de la escuela que las había formado años atrás.  «

* Este artículo fue realizado en el marco del Taller de Redacción Periodística de Tiempo Argentino.