«¿Estás preparado para volver 50 años atrás en el tiempo?». La pregunta no achicó a Jorge Bibbo. El veterano fotógrafo de 64 pirulos se había acercado al Parque Chacabuco para chusmear un ágape que reunía a los fanas de los autitos con masilla y cucharita. Aceptó el reto y un cochecito prestado: rodilla al piso, acarició la máquina con la mano derecha, midió los límites de la recta trazada prolijamente con tiza, respiró profundo y finalmente lanzó el bólido sin escalas. Hacia el infinito y más allá de su infancia.

 «Tiré y aparecí en 1968: Lhoner al 500, una cortada sin salida en Haedo; la pista pintada en la vereda, un patio grande a cielo abierto. Mis amigos y yo: todos de pantalones cortos, agachados, atentos a la carrera. La Chevrolet Trueno naranja y una Liebre-Torino, la que manejaba Cupeiro en el Turismo Carretera. Un sueño en el cual volvía a tener diez años. Desde esa mañana, cuando tiré el autito, vuelvo a esos días felices, a los juegos de mi infancia. ¿Acaso hay edad para jugar?”, pregunta Bibbo y se pierde en el grupete de veteranos y niños que calientan motores y muñecas en la previa de una nueva jornada del campeonato de la Asociación de Pilotos de Autos a Mano Competición (APAMACO). Este sábado de un agosto cálidamente invernal, bajo la sombra de hormigón de la Autopista 25 de Mayo, se disputa la 6° fecha del torneo. El pequeño Gran Premio Guillermo Ortelli de la categoría TC. ¡Tremendo carrerón!

Mi tesoro: los fanáticos muestran sus pequeñas joyas.
Foto: Diego Diaz
El Chevrolet en la verificación técnica.
Foto: Diego Diaz
La muñeca brava de los pilotos.
Foto: Diego Diaz


Emancipación profana

Sin pista no hay carrera. Carlos García y Javier Chapo son los artistas que dibujan a mano los autódromos liliputienses. «Hoy arrancamos a las 6:45 de la matina. Yo trazo el dibujo y Javier es quien le mete magia a los detalles», confiesa el hombre frente a la bella recta Tiempo Argentino. ¿Las claves? Amplias avenidas para facilitar el andar del pelotón, curvas generosas contra las aglomeraciones –ni soñar con las horquillas cerradas del callejero de Mónaco–, las chicanas son mala palabra. García también domina el arte de la impresión 3D: parió a buena parte de los ejemplares que giran en la pista. Si tiene que elegir una de sus obras, menciona el Brabham BT 44 que aceleraba el «Lole» Reutemann en la F1, aunque al final se queda con el Ford salta violeta de Traverso: «Trato de arriesgar como el ‘Flaco’, pero en el campeonato estoy haciendo cola». Según el filósofo italiano Giorgio Agamben, la miniaturización es una emancipación profana, una genuina salvación por lo pequeño. Carlos concuerda: «En el fondo, lo importante es juntarnos a jugar una vez por mes. Imaginate si más gente se diera la chance de divertirse como pibes».

Fabián Mossato es uno de los padres fundadores de APAMACO. La semilla se plantó en el lejano 2005, por un encuentro en el Parque Rivadavia. «Cuando me acerqué, me remonté a cuando tenía 8 años. Ramos Mejía, la calle Oncativo, el baldío con la canchita de fútbol, la casita del árbol, los barriletes y la pista repleta de autitos de plástico soplado», bucea en los boxes de su memoria el hombre ataviado con una remera de Los autos locos. A las nueve en punto encara a los pilotos antes de salir al ruedo. La revisión técnica es estricta. El marco regulatorio determina sin grises: modelos Ford, Chevrolet, Dodge, Fairlane y Torino homologados, sin agregados ni recortes que alteren su fisonomía; altura mínima de 4,5 cm y máxima de 5,5; neumáticos de material plástico o caucho de estricto color negro; y necesaria cuchara para el deslizamiento –de metal o plástico– según marca el sagrado Reglamento Técnico y Deportivo. Mossato tiene fama de bravo: ganó ocho de los últimos diez campeonatos: «No te voy a negar que me gusta subir al podio. Pero lo más lindo es encontrarnos con los amigos y preparar los autos. Las pistas se extienden a nuestras casas».

Otro de los motores de APAMACO es Marcelo Lauría, empleado público de 57 abriles. Sus primeros pasos en el gremio de la cucharita los dio en los campeonatos que se disputaban a principios de los ’70 en el barrio de Flores. Lauría narra las carreras en el cruce de Quirno y José Bonifacio como si fueran aventuras de una novelita de César Aira: «Esto tiene mucho de descubrir tesoros que teníamos guardados en la cabeza y que vuelven a vivir. Muchos pilotos vienen con sus pibes, es lindo trasladar la pasión», confiesa Marcelo, al tiempo que recauda los devaluados 100 pesitos por cabeza para costear los gastos de la organización. Lauría también se encarga de actualizar cada semana el blog de APAMACO. Sus crónicas de las carreras son dignas de la canónica revista Corsa. Una pluma delicada, rápida y furiosa.

El coche listo para rodar.
Foto: Diego Diaz
Adrián García, corredor senior nacido en 1947
Foto: Diego Diaz
Postales rápidas y furiosas del Gran Premio Ortelli.
Foto: Diego Diaz

Pelotón

El momento de la verdad. La carrera a cuatro vueltas está peleada desde el arranque. El Torino de Walter Doria pica en punta con autoridad. Como sombras lo siguen Marcelo Bologna, Mossato, Carlos Blanco y el «Tano» Adrián Gabriele, con gorrita rosso corsa de Ferrari cubriéndole la testa.

En mitad del pelotón anda el Dodge de Hugo Toaldo. El profe de Educación Física puede dar clases soberbios sobre mano-competición: «Tirar arrodillado, con el peso atrás del auto; atención a la dirección del brazo; y fundamental, la suerte. Muchas veces juega la mano de Dios». De la más vieja escuela viene Adrián García, corredor senior nacido en 1947. La flor de lis identifica a su escudería. Esta mañana pelea cerca de la vanguardia. Coqueto, Don García usa rodilleras para no ensuciarse los pantalones: «Una sola palabra para definirlo: terapia. Esto sana».

Con el tiro del final se corona el patilludo «Tano» Gabriele, fanático de Elvis Presley y mecánico de profesión. El ganador deja unas palabras postreras y sube a lo más alto del minipodio: «Por ahí de afuera piensan que estamos locos. Pero no sabés qué lindo es mantener vivo al niño que todos llevamos dentro».

Al dejar atrás a los pilotos y el festejo final, antes de abandonar el parque, este cronista escucha a una señora gris decir al paso: «¿No le parece que estos señores están un poquito grandes para jugar con autitos?». La miro con piedad y pienso: «Usted se lo pierde, vieja vinagre». «

La recta en homenaje a Tiempo y los autos en reposo antes del podio.
Foto: Diego Diaz