Más de 9 mil chicos crecen separados de sus padres en la Argentina. Casi todos han sido víctimas de violencia física, abuso o abandono durante su infancia, y el Estado se hizo cargo de su cuidado para garantizarles los derechos esenciales. El sistema de protección, sin embargo, finaliza legalmente a los 18 años, y los adolescentes que han atravesado una situación de vulnerabilidad deben conseguir un trabajo, una vivienda y seguir estudiando por su cuenta.
“Ningún chico, aun con redes de contención, está listo para vivir solo a esa edad”, reconoce Yael Bendel, titular de la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia (SENNAF). Un grupo de jóvenes que logró superar el escollo se organizó para acompañar a sus pares en el proceso e impulsa una ley de Egreso Asistido que contempla una ayuda económica y un mayor seguimiento de lo que pasa después, algo que el Estado no ve y la ciudadanía no conoce.
Cristian Guarasci ingresó a la Fundación Alborada a los 14 años. Allí lo envió un juez junto a uno de sus siete hermanos tras pasar una semana en un instituto para chicos en conflicto con la ley penal (dicho sin eufemismos: una cárcel infantil). No habían delinquido, pero no había otro lugar con vacantes tras constatar la situación de abandono en la que vivían.
“Llegar al hogar fue un cambio bueno. Teníamos las cuatro comidas, ropa y apoyo escolar. Antes íbamos a la escuela sólo a comer y nos costaba estudiar por el contexto en que estábamos”, cuenta Cristian a Tiempo. “Ahí terminé la primaria y la secundaria, y me fui. Había conseguido mi primer empleo en blanco como cadete en una pyme y junto a un amigo nos alquilamos un PH cerca del hogar”, recuerda mate en mano uno de los integrantes de Guía Egreso, un colectivo de jóvenes que atravesaron experiencias de institucionalización y hoy ayudan a los que están ahí y ven con temor su salida del sistema de protección.
Su caso entra dentro del 12% de chicos que egresan “con un proyecto autónomo”, según un relevamiento realizado por UNICEF y la SENNAF en 2014. “Cuando egresan –señala Bendel–, muchos vuelven a casa de sus padres porque no consiguen trabajo ni tienen ahorros ni adónde ir. Eso es volver a lo mismo”. La fría estadística, sin embargo, ubica a esos chicos dentro del grupo de egreso por “revinculación familiar”, una realidad que según el estudio mencionado viven dos de cada tres institucionalizados.
“Lo de la revinculación es mentira. El que vuelve lo hace por necesidad”, confirma Tatiana Lustig Da Silva, de 22 años, sentada al lado de Cristian. Ingresó a los 14 al hogar María del Rosario de San Nicolás, junto a su hermana, y retornó a la casa de su madre dos veces: primero de adolescente (“pero me encontré con lo mismo”) y luego a los 19. “La estaba pasando muy mal. No conseguía un laburo estable, y no quería volver con mi vieja, pero entre dejarme abusar por mi mamá o un por desconocido, elegí Guatemala a Guatepeor”.
Las presiones para egresar suelen deberse al hecho de que a los 18 el Estado deja de aportar económicamente a los hogares, aunque los chicos no estén listos para salir. Ellos tratan de estirar su permanencia, pero chocan con las limitaciones del sistema. 

Un hogar que no es propio
“El niño es la víctima y también el que echan de casa. Es triste, pero es preferible”, destaca Tatiana. Hoy, aclara, “agradezco haber estado en un hogar, pero creo que no tenemos que conformarnos con decir que al menos teníamos un techo y una cama. Ellos tienen la responsabilidad de prepararnos para nuestro futuro”.
El mate circula y llega a manos de David Paredes Cortez, 25 años. Ingresó al hogar Fundación Juanito con apenas seis años y sus dos hermanos pequeños. El motivo legal también fue el abandono. “Para mí fue genial: tenía más gente preocupada por mi salud, mi educación y por lo recreativo. Antes tenía que hacerme cargo de mis hermanos y fue como sacarme un peso de encima”, dimensiona, pero marca la falta de acompañamiento que hizo que muchos de sus compañeros egresaran sin terminar la secundaria y con mala perspectiva laboral. David también critica la disciplina excesiva: “Reclamábamos que no nos pusieran horario como si estuviéramos en una cárcel y les preguntábamos si en sus casas ellos vivían así. Decían que esto no era nuestra casa sino un hogar”.
En ese hogar los chicos recibían un peso por día para sus gastos. David recuerda que ahorraba tres semanas para ir a bailar. En el de Cristian les aumentaban el importe si les iba bien en la escuela o no fumaban. A Tatiana, en cambio, le pedían comprobantes de sus gastos. Se vestía con donaciones y la heladera, entre comidas, estaba cerrada con llave.

Egreso incierto
Los recuerdos de las dificultades y limitaciones de la vida cotidiana afloran, pero los tres jóvenes insisten en hacer foco en el momento de egreso. “Pretenden que uno salga sin problemas, pero salimos igual o a veces peor, porque cuando entrás sos chico y la sociedad te mira de esa forma. Pero cuando salís te obligan a que te manejes como un adulto responsable, mejor todavía que los que ya están afuera”, marca Tatiana.
“Seguimos en desventaja en relación a otros chicos que se criaron con sus padres”, añade David. “¿Cuántos a los 18 se van a vivir solos? Le estás exigiendo a un pibe que vive en un hogar y que la pasó mal, que trabaje y estudie, y es muy dificil”, reflexiona un joven que se ha acostumbrado a superar obstáculos. “Si no laburo, no puedo alquilar ni comer. Pero a la vez quiero seguir estudiando”, destaca antes de contar que trabaja siete horas por día en una cadena de cafeterías para sostener la casa donde vive con su hermano y para tener tiempo de estudiar Derecho en la UBA. “Va a ser nuestro abogado”, dice Tatiana y se le cuelga del brazo con cariño, haciendo que los tres rían y que la sala de la Asociación Civil Doncel, donde conversan, desborde alegría.
La organización que los reúne y los ayudó a armar la Guía Egreso nació en 2004 por iniciativa de la psicóloga Mariana Incarnato, quien detectó la necesidad de armar una ONG que ayudara a los chicos a desarrollar su autonomía cuando trabajaba en el Hospital Infanto Juvenil Tobar García. Doce años después, además de reunir este grupo, la organización logró promover cambios en las políticas públicas del área a través de sus programas de capacitación de funcionarios, directores y equipos técnicos de los hogares; así como de inserción laboral de los adolescentes sin cuidado parental.
“Armamos una página en Internet para ayudar a pibes que están por pasar por lo que pasamos nosotros. Porque lo más probable es que no tengan ayuda del hogar o de sus familias”, cuenta David. “Nosotros sabemos cómo es y vamos a los hogares a hablar con los chicos porque entre pares ellos se pueden relacionar con comodidad”, añade Cristian. “Si no lo hacemos nosotros, volvemos a depender de la suerte”, finaliza Tatiana. Y ninguno está dispuesto a hacerlo. «

«Los más grandes casi no tienen chance de adopción»

“Todos los sistemas hay que mejorarlos. Sobre todo los de protección, porque las necesidades son muchas”, aclara Yael Bendel, secretaria de Niñez, Adolescencia y Familia. Consultada por Tiempo sobre la situación de los niños bajo el sistema de protección, explica que apenas el 0,5% de los casos que atiende el área que coordina termina en una “medida excepcional” (como se denomina a la institucionalización) y que, en la mayoría de los casos, pasado el plazo legal la justicia decide la revinculación del niño con la familia antes que la adoptabilidad.

–¿Y qué pasa con los chicos considerados adoptables?
–Si uno mira los registros de adopción, verá que entre el 95 y el 98% quieren chicos de hasta tres años. De esos, un 30% aceptaría adoptar dos hermanos, un 20% tres o más, y menos de un 1% a un chico con alguna discapacidad. Entonces, como los chicos que quedan en los hogares no son generalmente bebés, van a tener pocas chances de ser adoptados.
–¿Qué puede hacer el Estado para mejorar su situación?
–Las funciones de protección son locales, pero desde Nación queremos darles una política que trate de igualar las oportunidades. Darles herramientas para que puedan salir a estudiar y trabajar. Puntualmente, lo que hicimos al llegar fue sentarnos con Doncel y Unicef y conveniar que de 13 a 18 los chicos cumplan con un programa de tres etapas, que incluye: capacitar a los cuidadores en los hogares; dar herramientas para trabajar con computadoras en lo que llamamos inclusión digital; y armar una red de empresas y emprendedores para garantizarles que salgan con trabajo.

El proyecto de Egreso Asistido

En octubre de 2015, la diputada Ana Carla Carrizo (UNEN) presentó en la Cámara Baja el proyecto de Egreso Asistido, que estipula el acompañamiento de los chicos que están en el sistema de protección en su proceso de salida. Comprende una serie de actividades y garantías a cumplir por todos los hogares desde los 16 y hasta los 21 años de los jóvenes, establece el derecho a cobrar un subsidio que les facilite la vida en los primeros meses de egreso y crea la figura del referente de egreso, entre otras cosas. «Estamos muy orgullosos del proyecto. Fuimos comentando en su elaboración las cosas que nos parecían bien y mal», cuenta David Paredes Cortez, integrante del equipo de Guía Egreso. Hoy ya se debate en comisiones y se espera que se pueda tratar sobre tablas este año.