Todos los análisis y sondeos de opinión daban un rechazo de la ciudadanía portuguesa al oficialismo, o en el mejor de los casos, un “empate técnico”, que es la manera que encontraron las consultoras de decir algo sin decir mucho cuando el resultado parece incierto. Convocadas como reacción a la negativa de las fuerzas de izquierda aliadas del Partido Socialista (PS) a respaldar el presupuesto del primer ministro Antonio Costa para el 2022 -el Bloque de Izquierdas (BI) y el Partido Comunista (PC)- las legislativas anticipadas le terminaron por dejar una suerte de carta blanca al es alcalde de Lisboa, que con el 41,7% de los votos logró 117 bancas de las 230 del Parlamento.

Por lo tanto, ahora Costa tiene las manos libres y ya no necesita de la izquierda para gobernar. La oposición de centro derecha, el Partido Socialista Democrático (PSD) obtuvo 27,8% de los sufragios y 76 curules mientras que en tercer lugar quedó la ultraderecha, del partido Chega! (Basta!), que sorprendió con más de 380.000 votos que le permiten acceder a 12 cargos legislativos, es decir, 11 más que en el comicio de 2019. Todavía puede haber algún cambio ya que se esperan los resultados de los votos emitidos en el exterior, que hace tres años le permitieron a los socialistas contar con dos diputados más.

Para cumplir con los ritos constitucionales, ahora el presidente, Marcelo Rebelo de Sousa, debe invitar formalmente a Costa, que ha liderado dos gobiernos en minoría desde 2015, a formar un nuevo Ejecutivo. “Las condiciones están dadas para hacer inversiones y las reformas para que Portugal sea más próspero, justo e innovador», declaró Costa, tras el escrutinio.

El caso de Portugal es destacable porque con la llegada de Costa al poder inició un camino de expansión económica, rompiendo con los modelos de austeridad dictados desde Bruselas. Con la crisis de 2008, hubo cuatro países europeos que quedaron seriamente comprometidos por la deuda publica en medio de un entorno de guerra de monedas entre el euro y el dólar. Los analistas habían aglomerado a esas cuatro naciones mediante un acrónimo altamente despectivo, PIGS , por Portugal, Italia, Grecia y España (Spain en inglés). La sigla significa «cerdos» en el idioma de Shakespeare.

Los recortes presupuestarios a que los obligaron los organismos regionales -la Troika integrada por el Banco Central Europeo (BCE), la Comisión Europea (CE) y el inefable FMI- profundizaron la caída de ingresos y aumentaron la miseria en todos ellos, sobre todo el la nación helena. Portugal no fue ajena a esta brutal caída.

Hasta que en 2015, junto con la izquierda anticapltalista, Costa armó una alianza que se comprometió a terminar con el ajuste permanente. Y no le fue tan mal. Salvo en 2020, por el impacto de la pandemia, que la economía cayó abruptamente un 8,4%, siempre hubo crecimiento y el año pasado el PBI se incrementó un 4,9%, el mayor repunte desde 1990, gracias al aumento de las exportaciones y a las inversiones, y según el Instituto Nacional de Estadística (INE), impulsado por «la demanda interna (…) con una recuperación del consumo privado y de la inversión». El aumento fue superior a las previsiones del Gobierno.

Con este triunfo inapelable que le otorga una base legislativa determinante, el gobierno está en condiciones de utilizar a piacere el fondo de 16.600 millones de euros (18.700 millones de dólares) provenientes de la Unión Europea (UE), de aquí a 2026, para la recuperación post pandemia.

Si bien aún la economía no llegó a los niveles de actividad prepandemia, la ciudadanía parece haber dado un cheque en blanco a Costa y al mismo tiempo castigó a la izquierda por haber rechazado el presupuesto del oficialismo. El BI y el PC reclamaban más gasto social y un aumento más rápido del salario mínimo interprofesional del que planteaba el PS.