Para Jair Bolsonaro, debe haber sido un trago difícil de digerir. El desprecio que se manifiestan con Alberto Fernández no nació cuando el flamante presidente pidió por Lula Libre, durante su campaña. El mandatario brasileño, como corresponde a un exmilitar ultraderechista, tiene en la lista de sus enemigos cualquier político que huela a populista y el kirchnerismo, y por tanto tenía en el radar de sus enemistades a los Fernández desde antes incluso de que pensara que podría llegar al Palacio del Planalto. De hecho, jugó tods sus fichas por la continuidad de Cambiemos. Del otro lado de la cordillera, el empresario Sebastián Piñera tenía por cuestiones de clase social más afinidades con Mauricio Macri de las que le caben con un gobierno peronista.

En favor de Piñera se puede decir que bancó a la Unasur cuando le tocó gobernar, entre 2010 y 2014. Y que incluso juró como primer titular de la CELAC en La Habana, en 2011. Defensor de procesos de integración a los que había adherido su país, no tuvo empacho en sumarse a esas construcciones ideológicamente amplias en su momento, con Hugo Chávez al lado de Juan Manuel Santos, para mencionar dos opuestos. Y juró en la capital cubana al lado de Raúl Castro.

Pero ni bien los aires regionales cambiaron, fue junto a Macri y Bolsonaro protagonista fundamental de la creación del Prosur, esa organización derechista a la medida del Departamento de Estado y que no acepta disidencias de izquierda.

Desde que comenzaron las masivas manifestaciones populares en su país -un modelo «exitoso» del neoliberalismo hasta entonces- Piñera mostró su pertenencia indeleble a la clase. Con una brutal represión, en ese contexto de reclamos contra la desigualdad, y desempolvando el manual de culpabilidades de la Guerra Fría al atribuir la organización de las marchas que tomaron las calles a agentes de Venezuela y Cuba. Sinprueba alguna.

Bolsonaro amenazó con no venir a Buenos Aires para la asunción, lo que implicaba una fuerte señal contra el principal socio comercial del Mercosur, una organización a la que, por otro lado, el presidente brasileño pretende eliminar. Tampoco iba a mandar a ningñun representante de su gobierno. Se entiende en el contexto de peleas por la suerte de Lula. Pero la relación entre Brasil y Argentina sonaba como para otro tipo de respuesta diplomática.

En estas semanas, representantes de la cámara empresaria de San Pablo viajaron a entrevistarse con Fernández, para calmar las aguas. Macri y Bolsonaro habían acordado una reunión de Mercosur 5 días antes de la entrega del poder en Buenos Aires y estaba latente la posibilidad de una baja en los aranceles externos, como pide el ministro de Economía brasileño, Paulo Guedes.

Luego, estuvo en Buenos Aires Rodrigo Maia, presidente de la Cámara de Diputados brasileña. Se reunió con dirigentes locales en un evidente intento por acercar posiciones. Todos parecen haber caminado sobre el filo de la navaja.

Finalmente en la noche del lunes se confirmó que en representación de Brasil vendría el vicepresidente, el general Hamilton Mourao.

Como miembro de las Fuerzas Armadas, Mourao mantiene un enfrentamiento político con Bolsonaro, que tiene un gabinete poblado de uniformados. Y cayó, en ese sentido, en la mira de los ataques en las redes sociales de Eduardo, uno de los hijos de Bolsonaro, tal vez el más activo en ese medio.

Mourao fue personalmente a China cuando Bolsonaro, que hace “seguidismo” de los deseos de Donald Trump, estaba por sumarse a una guerra comercial contra el gigante asiático, fuerte socio comercial y estratégico de Brasil a través del grupo BRICS.

Piñera, en cambio, finalmente anunció que no podría venir ya que un avión Hércules de la Fuerza Aérea chilena había desaparecido de los radares cuando iba con rumbo al sector antártico que reclama la nación trasandina.

En cierto sentido, la ausencia de Pîñera es un alivio para su figura y también para las autoridades argentinas. Grupos de militantes y residentes chilenos preparaban un escrache contra el presidente en rechazo a la represión feroz contra las manifestaciones.

En su discurso inaugural, Fernández dijo que había instruido al ministerio de Defensa local para que brinde asistencia necesaria para encontrar al avión chileno.