“Me gusta lo que mi editora escribió en la contratapa –dice Ana María Shua refiriéndose a su último libro de cuentos, Sirena de río (Emece)- que el libro es ‘un conjunto de relatos agridulces, crueles y divertidos’”. Y en realidad, aunque divididos en tres ejes temáticos distintos, todos los cuentos tienen en común estas cualidades que son un sello de la escritura de la autora. Quizá podría agregarse que todos desdibujan el contorno de lo que suele entenderse por realidad cuestionando los límites que la separan de la ficción.

Por sus páginas desfilan desde un hombre maduro que se cuestiona su pasada vida de militante político, hasta un anciano que cavando en la arena para construir un castillo para su nieto se reencuentra con su infancia; desde un pescador solitario que se topa con una sirena de agua dulce, hasta una chica que puede transformarse en cactus. Todos, incluso aquellos personajes que protagonizan los cuentos más “realistas”, caminan por ese borde incierto que divide precariamente lo ordinario de lo extraordinario. 

Sirena de río reúne cuentos de distintas épocas y está dividido en tres unidades temáticas. Pero creo que hay algo en común que lo recorre y que tiene que ver con el cuerpo. ¿Acordás con esto?

-La verdad es que no lo había pensado de ese modo, pero me gusta que me lo digas porque una de las dudas que tenía con este libro era el tema de la unidad. Yo no la busqué, sino que quise sorprender al lector haciendo que ante cada cuento se encuentre con algo inesperado, pero me gusta que alguien al leerlo haya encontrado ese elemento común. Creo que, además del cuerpo, también hay un cierto humor y una cierta ironía, pero es cierto que el cuerpo es también protagonista.

-El humor y la ironía son algo muy propio de tu escritura.

-Sí, es muy propio de mi escritura porque es algo de mi personalidad. Con el tiempo aprendí a canalizar la ironía a través de la literatura y así no molesto al prójimo y la gente me quiere más (risas).

– ¿Y antes lo molestabas?

-Sí, cuando era jovencita usaba mucho más la ironía en mis relaciones con los demás y, por supuesto, a nadie le caía bien. Una ironía cruel con un interlocutor no es precisamente una forma de ganarse amigos. Pero puesta en la literatura está bien, es una manera de ver el mundo.

-Un escritor es un observador y cuando se mira el mundo desde afuera es difícil no ser irónico.

-Exacto, por eso suelo decir que el escritor es como un vampiro de la vida. Lo que uno ve en la vida es la yugular donde va a clavar los dientes y a absorber lo que le sirva en ese momento. Uno constantemente está viviendo y mirándose vivir. En el escritor hay un desdoblamiento. Vive una realidad y, al mismo tiempo, la mira desde afuera.

La portada del libro de cuentos de Shua.

– ¿Cómo fue el proceso de gestación de este libro?

-Los escribí en distintas épocas. Hay un grupo que fueron escritos para la revista Viva. Esos cuentos tenían que adaptarse a las características de la revista, un poco en el tono y, sobre todo, en la extensión. Cuando los retrabajé pensando en el libro lo hice con la más absoluta libertad en todo sentido. Entonces pude ser todo lo mala onda y negativa que tenía ganas de ser (risas), porque ya no tenía que mantener un tono festivo de verano y la extensión era la que a mí se me diera la gana. Los cuentos crecieron, creo que se enriquecieron y se volvieron más interesantes de lo que eran en la revista.

-En la primera parte hay un cuento, un hombre que fue un militante político y que se encuentra con una mujer en Mar del Plata. Es un cuento del desencanto en el que se cuestiona si su juventud revolucionaria fue como la veía en ese momento. ¿Creés que hay un desencanto generacional o tiene que ver con la forma en que a cada uno lo afecta el paso del tiempo?

-Las dos cosas son ciertas. En términos generales, el desencanto es propio de la edad. Uno se va desencantando de sus propias ilusiones de juventud. Sobre todo, uno se va desencantando de uno mismo. Cuando uno es joven y fuerte tiene una alto consideración de sí mismo (se ríe) y eso le permite ser muy duro con los demás, observar muy claramente los defectos de los otros y no perdonarlos. Con el tiempo, uno no solo se va desencantando del mundo y sus posibilidades de cambio, sino de uno mismo, se va dando cuenta de cuáles son sus límites, sus trampas, cuáles han sido sus agachadas en la vida, que todos las tenemos. Ese desencanto es también el que tiene el personaje que no solo ve lo que pasó en el mundo, sino que se compara con ese otro que él creía que iba a ser y que no es. Mientras lo estaba escribiendo, me pesó el recuerdo de uno de los cuentos de Puerca tierra de John Berger. Lo volví a leer y me sirvió mucho. El personaje de mi cuento tiene la sensación de haberse reencontrado con un amor de juventud y de que esa era la mujer que él debió tener, que ese debió haber sido su destino.  En realidad, el cuento va más allá de la mujer.

-Va más allá de la mujer, pero ella parece detectar que a cierta edad hay un lugar vacío que se puede llenar.

-Exacto. No vamos a contar el final pero, por supuesto, ella sabe que ahí hay un lugar donde ella puede acomodarse.

– ¿Estos cuentos tienen elementos autobiográficos?

-Sí, creo que casi por primera vez trabajo en algunos cuentos con muchos elementos autobiográficos.

Me parece que debe ser más difícil trabajar con elementos de la propia vida que partir de cero. ¿Es así?

-Uno nunca parte de cero, siempre inventa recortando y armando elementos de la realidad que no necesariamente tienen que ver con cosas que le sucedieron. Creo que la imaginación es un arte combinatorio. Del infinito caos de la realidad uno recorta pequeños pedacitos y los rearma de otra manera. A eso se le llama imaginación. Uno puede escribir de cualquier cosa que no tenga nada que ver con su historia personal. Sin embargo, siempre va a haber elementos autobiográficos porque uno no sabe qué sabor le encuentra el otro al helado, qué siente exactamente el otro cuando siente dolor, ira o alegría. Uno sólo sabe lo que le pasa a uno y entonces con esos elementos tiene que cargar a sus personajes. No importa si hay elementos autobiográficos o no en lo que se escribe, siempre va a haber elementos de uno mismo y de su personalidad. Pero más allá de eso, en este libro hay mucho de mi historia personal. Para mí llegar al realismo y lo autobiográfico fue un trabajo muy lento y difícil porque me formé como lectora de literatura fantástica. Cuando comencé a escribir, lo que me salía naturalmente era lo fantástico. Recuerdo que cuando era chica y en la escuela  nos hacían escribir lo que se llamaba en esa época “composiciones”, a mí no se me ocurría nada. Si las consignas eran, por ejemplo, una escena callejera, mis vacaciones o el último día de clases, tenía la mente vacía. Pero si me decían “los caballos de fuego corren hacia el mar”, guauuuuu, ahí se me encendía la lamparita. Venían en mi auxilio mis lecturas y enseguida se me ocurrían un montón de cosas.

– ¿Y qué leías de chica?

-Lo mismo que leía toda mi generación, libros de la colección Robin Hood. Me gustaba muy especialmente El príncipe valiente, que unía aventuras con elementos de literatura fantástica y eso me encantaba. Pero era muy chica cuando encontré un libro maravilloso que es Antología del cuento extraño. Muchos años después me enteré de que ese libro había sido compilado por Rodolfo Walsh. Yo solo me acordaba del título porque lo leí a una edad en la que uno no se fija ni el nombre de los autores y mucho menos quién es el compilador de una antología. Lo leí de la mejor manera posible que es leyendo los textos como si fueran árboles que crecieran del suelo.

La escritora cultiva diversos géneros.
Foto: Mariano Martino

Eso me recuerda la antología de Brasca y Chitarroni sobre cuentos breves y ocultos.

-Son incrustaciones.

Sí, en una receta de doña Petrona descubrían una parte que, por separado, era un relato breve. En cualquier tipo de texto pueden encontrarse elementos narrativos. 

-Claro, es uno de los elementos que siempre comento cuando hablo del microrrelato. Además, la primera antología de microrrelatos que se publica en América Latina, que es la de Borges y Bioy Casares, que es Cuentos breves y extraordinarios, tiene muchas de esas incrustaciones, pequeños textos que sacaron de otro lado, los vieron como relatos y los publicaron. También hubo muchos otros que inventaron y fingieron que eran incrustaciones.

La literatura manipula esos elementos, no creo que la ficción sea una mentira pero…

-…es una ficción. Juega con la realidad y a veces es más verdadera que la realidad. En ocasiones, a través de la ficción uno le da al lector una sensación de una cierta cualidad de verdad que en el relato verdadero no está.

Volviendo a tu libro en que los cuentos tienen que ver con el cuerpo, recordé que yo te hice una entrevista por Soy paciente, tu primera novela. La enfermedad reaparece también en Sirena de río. ¿Es una constante?

-Sí, vos me hiciste una de las primeras entrevistas que me hicieron en la vida, pero en ese momento no lo sabía. Hoy, mirando hacia atrás, veo que sí, la enfermedad es un tema que me interesa literariamente.

-¿A qué atribuís ese interés?

-Me gustaban mucho los libros de aventuras y la enfermedad y el amor son aventuras que puede tener cualquiera. En el mundo de hoy no es tan fácil encontrar selvas que nadie haya recorrido, trepar montañas a las que nadie haya subido, pero el amor y la enfermedad son aventuras que compartimos todas las personas.

-¿El relato de la enfermedad tiene algo épico?

-Claro, la enfermedad exige el relato.

Pero tiene algo épico, como la narración de los partos.

-Sí, las mujeres que se reúnen y hablan de sus partos es algo muy típico y tiene algo épico.

-A veces, los relatos sobre la enfermedad compiten en crueldad, son concursos de sufrimiento.

-Claro, eso es lo que le da interés al relato. Por eso mi libro anterior se llamaba Que tengas una vida interesante, porque cuando peor lo pasás, más interesante es tu relato. El cuento final de Sirena de río, “Un canto a la vida”, es totalmente autobiográfico. El texto que está en bastardilla lo escribí cuando estaba enferma. El resto, el cuento tal como está publicado, lo escribí durante la pandemia. Retomé ese texto que nunca me había animado a publicar.

-Por la ironía es difícil pensar que estabas enferma.

-Sí, eso fue al principio, antes de que la quimio me barriera la personalidad. Luego ya no podía escribir nada, me la pasaba llorando todo el día, tenía miedo de morirme y nada más. Pero al principio había entrado en una especie de euforia. Las primeras dos semanas de la quimio aún podía escribir con esa ironía, con esa burla, porque me resultaba muy disparatado todo lo que la gente con buenas intenciones me proponía para curarme. Desde la crotoxina a comer gorgojos vivos, cada uno me traía su receta.  

¿Un género se te impone o lo elegís?

-Lo elijo ordenadamente: microrrelato, cuento, novela. Sigo ese orden. Es algo que me impongo. Hay autores a los que la literatura y las historias los persiguen y los desbordan. A mí eso nunca me pasó. Siempre sentí la necesidad de escribir, pero una necesidad abstracta, general. Yo había venido a este mundo a escribir y tenía que escribir. Pero luego tenía que sentarme y obligarme a mí misma a pensar qué iba a escribir. Nunca me persiguieron las ideas. Siempre tuve que salir yo detrás de ellas con una red para cazar ideas, perseguirlas y atraparlas.  «

Un trabajo cotidiano

¿La literatura es para vos un trabajo como cualquier otro?

-Sí, es un trabajo, un oficio. Es muy lindo y agradable en algunos momentos. En otros, es angustioso. Lo primero que tengo que decidir cuando me pongo a trabajar es el género, porque hacia allí se va a dirigir mi mente cuando piense en lo que quiero escribir. A veces me piden microrrelatos inéditos y nadie me entiende cuando digo que no tengo porque no se me ocurre escribirlos si estoy escribiendo otro género. No se me ocurren porque mi mente no se está enfocando hacia ese rumbo.

¿Te ponés en modo novela, cuento o microrrelato?

-Claro, si no estoy en modo microrrelato, no aparecen. Terminé hace unos cuatro años mi último libro de microrrelatos, La guerra y desde entonces no se me ocurrió ni uno. Es como lo cuenta Fontanarrosa en un cuento. A un tipo se le da la oportunidad de presentarle una obra de teatro a un productor, pero no la tiene escrita. Cada vez que le llega la inspiración con un coro de ángeles agitando sus alas, él está haciendo otra cosa, tomándose un vinito con los amigos, comiéndose una picadita… La inspiración siempre lo encuentra en otra y se va. Finalmente, se cansa y le dice “vamos, a trabajar”. Y él dice «no, justo ahora …» Y la inspiración le dice «sí, ahora, porque mañana tenés que entregar la obra, así que hacé una jarra grande de café y yo me siento a tu lado». El hombre le pide que le dicte, pero ella le dice que no, que lo van a pensar entre los dos. «¿Y si no se nos ocurre nada?», dice el autor. Y ella contesta: «Si no se nos ocurre nada, nos copiamos, qué vamos a hacer». 

 

Una escritura fuera de programa

Como un deportista de alta competición, Ana María Shua se mantienen siempre en estado de escritura. “Estoy escribiendo haikus”, dice como si esta forma no intercediera con el riguroso orden de los géneros que se autoimpone para trabajar.

“El haiku –afirma– es como el microrrelato de la poesía.”

Y agrega: “Hace muchos años que escribo haikus, desde el 2000. Este año pude escribir unos cuantos. Me da por épocas. A veces, por un tiempo, escribo uno por día y después se seca el pozo y tengo que esperar un tiempo. Esa sí es una escritura fuera de programa. Supongo que en algún momento voy a hacer una selección muy rigurosa y saldrá un libro de haikus. «

“Yo comencé escribiendo poesía –dice cuando se le pregunta por el origen de su interés por esta forma–. Hoy no me considero una buena lectora de poesía-pero el haiku tiene algo especial. Los que yo escribo no son haikus en sentido estricto porque los verdaderos tienen que tener un sentido muy fuerte de la naturaleza, de las estaciones, que yo no tengo, pero sí tienen 17 sílabas y la arbitrariedad de esa métrica me da mucho placer.”