Cien cuyes mezcla sabiamente lo trágico, lo humorístico y lo tierno como una forma de acercase al tema de la vejez y al tema de la muerte digna. Con esta novela singular, el escritor peruano Gustavo Rodríguez se hizo acreedor al Premio Alfaguara 2023.

Quizá el título no resulte demasiado claro para los lectores argentinos. Cuyes es el plural de cuy, un roedor que forma parte de la mesa de los peruanos y que en la novela tiene una relación directa con su protagonista principal, Eufrasia Vela, una mujer humilde, de una gran sabiduría intuitiva, que destina su vida al cuidado de ancianos.

La novela sorprende por la capacidad del autor para plantear con profundidad problemas y sentimientos que aparecen en el último tramo de la vida, un lugar al que al que a él le falta mucho tiempo para llegar. Aunque el tema es arduo, la novela se lee con fluidez porque sin perder profundidad, Rodríguez se las ingenia para que no resulte agobiante, sino que, por el contrario concite el interés por avanzar en la lectura. El final tiene una vuelta de tuerca inesperada como suelen serlo los hechos más significativos de una vida.   En su paso por Buenos Aires, el autor que presentó su novela en la Feria del Libro.

En dialogo con “Tiempo Argentino” se refirió a la novela que le valió el importante galardón otorgado por un jurado constituido por la escritora argentina Claudia Piñeiro e integrado por Javier Rodríguez Marcos, Carolina Orloff, Rafael Arias García y Juan Tallón, figuras relevantes del mundo cultural de América Latina y España.

Creo que en el nombre de la protagonista de la Cien Cuyes, Eufrasia Vela, está en germen toda la novela. El prefijo “eu” de su nombre, al igual que el de “eutanasia”, en griego significa “bueno”. Además, el nombre Eufrasia, también de origen griego, significa “la que trae alegría”. Eufrasia es, además, quien “vela” por los viejos. ¿Lo pensaste así o no lo hiciste de manera consciente?

-Fue una combinación de factores. Por empezar, mi apellido materno es Vela y yo lo asocio a una constelación de mujeres que siempre han estado prestas a cuidar. Respecto del nombre, el guiño a la eutanasia estaba clarísimo. En realidad fue un nombre que apenas me senté a escribir, cayó sobre el teclado explosivamente. El proceso creativo tiene eso de inconsciente. Luego caí en la cuenta de la etimología relacionada con la alegría. Es uno de los milagros que trae la creación con su componente inconsciente.  

-¿Y cómo nació el personaje de Eufrasia?

– Creo que Eufrasia y otros personajes encarnan la dignidad. Eufrasia encarna también el valor de la empatía. En la medida en que seamos una sociedad más empática, que atienda al sufrimiento de quienes menos poder tienen, vamos a ser más permisivos con la muerte digna de la gente que está sufriendo. Cada vez vivimos más años, ¿pero de qué sirve alargar una vida si en esa vida ya no hay disfrute, sino dolor?

-Hablás de un período de la vida al que te falta mucho para llegar. Saber intelectualmente que vamos a morir es muy distinto de saberlo afectivamente. ¿Cómo pudiste meterte en la piel de los ancianos?

-El nacimiento de la novela parte de una motivación egoísta como ocurrió con todas mis novelas. En mis novelas novelas  he tocado temas que me preocupaban en relación con el momento de la vida en que me encontraba. En este caso, comienzo a hacerme preguntas y a preocuparme por la vejez que se me avecina, por lo que pueden estar sintiendo mis mentores, mi madre y, sobre todo, por lo que puede haber sentido mi suegro, que murió el año pasado.

-La novela está dedicada a él, a Jack Harrison¿no es así?

-Exactamente. Creo que mi ejercicio como escritor de ficción es un ejercicio de empatía, es tratar de ponerme lo más posible en los personajes que quiero plasmar. Tratar de sentir como siente el otro tiene que ver con la empatía. Esto va unido a toda  una vida de observación. Desde pequeño siempre me interesó estar rodeado de personas mayores. Me sentía cómodo con ellas, dese de mi abuela, que me crió hasta mi suegro.  Si uno tiene la sensibilidad de un escritor de ficción no pude dejar de observar ni de preguntarse qué sentirá la persona que tiene enfrente. Creo que eso se ve plasmado en los estados de trance en que entramos cuando nos ponemos a escribir.

-¿En este sentido crees que el procedimiento del escritor se parece al del actor?

-Totalmente. Los escritores de ficción nos parecemos mucho a los actores y las actrices porque por más que el tema nos sea ajeno, echamos mano de nuestros propios recuerdos y de nuestras propias emociones asociadas a esos recuerdos para transmitir esa emoción a los lectores que son los que están sentados en la platea. Es verdad lo que dices sobre aprender, una cosa es aprender nociones  y otra cosa es aprender experiencias.  Creo que el verdadero aprendizaje está ligado a una emoción asociada a lo que estés aprendiendo. Por eso la gente aprende más vívidamente la historia cuando lee una novela histórica que cuando lee un tratado de historia.

Desde muy chicos sabemos que nos vamos a morir, pero una cosa es saberlo y otra es acercarse a la muerte.

-Es interesante que hayas mencionado la muerte y el envejecimiento en la misma oración porque creo que en nuestras sociedades tendemos a negar la muerte como proceso natural. La mencionamos mucho como parte de asesinatos, sicariatos, , como espectáculo, pero no como un proceso natural que nos acompaña. El heraldo de ese proceso natural es el envejecimiento, pero lo vamos negando y eso me parece pernicioso porque cuanto más te niegas a hablar de algo que sabes que te duele, cuando explote en tu cara va a ser mucho más doloroso. Estos fraseos, estas reflexiones tienen que ver con que, aunque no me considero una persona vieja, estoy en un proceso de madurez en el cual creo que tengo que ir despidiéndome de algunas cosas.

-¿De cuáles?

-Por ejemplo, yo jugaba frontón, una actividad de alta tensión y a mis cuarenta y tantos comencé a sufrir de la espalda y empecé a reemplazar esos deportes de alto contacto por yoga o por pilates, por ejemplo, algo que a los veinte no me veía haciendo. Si eres una persona lo suficientemente sensible y perspicaz, creo que aunque no seas viejo, comienzas a hacerte todo tipo de preguntas acerca de cómo será tu futuro. En ese momento comencé a crear algunos personajes de ficción ancianos, escribí un par de cuentos y los tenía ahí dando vueltas. Los últimos días de mi suegro fueron los que hicieron que me preocupe más por el tema.

-¿Cómo lográs tratar el tema del envejecimiento y de la muerte con cierto humor?

 – Es algo que me viene muy bien para tratar temas que suelen espantar a la gente. Si uno escribe “Soledad de los ancianos y muerte digna en Arial 12 en un powerpoint, nadie va a querer asistir a ese seminario (risas). Pero el humor y la ternura hacen que el tema sea más digerible. Son como un caballo de Troya. El humor es una herramienta a la que no le encuentro mérito en mi caso, porque me sale naturalmente desde pequeño. Siempre lo he usado como una herramienta para sobrellevar entornos conflictivos, situaciones complicadas, para romper el hielo e, incluso, para enamorar. Ahora, al escribir una novela como ésta, ha venido en mi ayuda. Por lo general, en mis novelas siempre hay un cruce de humor y ternura.

-Hay quien considera que el humor es el penúltimo peldaño de la desesperación.

-Nunca lo había visto de esa manera. Entiendo también al humor como un elemento al que se le aplaude y, a la vez, se le teme porque así como puede aclarar, también desarma y vulnerabiliza. Cuando hago reír a mis hijas o a mis amigos queridos, sueltan la carcajada e inmediatamente me dicen “pero qué idiota eres”. Creo que en ese insulto lo que se lee entre líneas es “te insulto porque me agarraste con la guardia baja y ahora me estoy mostrando sin ningún tipo de coraza”. Quizá por esta razón en las tiranías el humor es tan combativo.

Foto: Soledad Quiroga

-La descripción de exteriores de la ciudad de Lima y los  interiores, tienen carácter cinematográfico. ¿Esto te lo propusiste para esta novela o salió de manera inconsciente??

-Fue algo intuitivo. Tengo una propensión a usar metáforas visuales y a describir las locaciones, y estoy diciendo “locaciones” a propósito porque no puedo negar que así como me he alimentado de una enorme cantidad de libros, soy parte de una generación que también se nutrió del cine y, últimamente, del streaming. No puedo negar que me impacta la narrativa audiovisual  y eso, cuando escribo, termina surgiendo de manera espontánea.

En tu novela aparecen todas las artes: el cine, la música y también la literatura. Mencionás a Javier Heraud, a  Watanabe, a Vargas Llosa. ¿Cuál es la razón de estas elecciones?

-Son los escritores que me gustan. Espontáneamente trato de establecer una agenda personal a través de mis personajes. Si bien mi voz narrativa jamás debe juzgar a los personajes, como autor puedo meter de contrabando algunas de mis ideas y una de ellas es qué importante es la cultura para unirnos como especie, como sociedad. En Cien cuyes el cine y la música popular sirven para unir generaciones y también extracciones sociales muy distintas. Eso que logra la cultura, en este libro es deseable en la sociedad: que nos unamos en busca de tender puentes, de lograr una identidad colectiva, mientras que, en la vida real, la cultura es desplazada en la discusión pública, en los presupuestos nacionales, en los gabinetes ministeriales , siempre es el patito feo. Solo cuando estamos en situación de vulnerabilidad, como ocurrió con la pandemia, por ejemplo, o como ocurre con los personajes de la novela, nos damos cuenta de que la cultura nos permite vivir y elevar nuestra calidad de vida.

-La escena en que Doña Carmen canta junto a Eufrasia “El mambo de Machaguay” es, precisamente, una de las más emocionantes de la novela.

-Sí, ésa es una de mis escenas favoritas de la novela y creo que grafica lo que acabo de decir de mejor manera, porque yo escribo ficción para hacerme entender mejor.

Es cierto que las canciones que se escucharon de chico pueden ser  un punto de unión entre dos personas que no tienen nada que ver entre sí.

-Mira, pon a dos políticos antagónicos a cantar juntos un karaoke y te aseguro que, al día siguiente, mejora un poquito nuestra política (risas).

Mientras leía tu novela tuve presente todo el tiempo como banda sonora imaginaria de mi lectura  la canción de Serrat Llegar a viejo, que, al igual que sucede con tu novela, no tenía la edad como para que ese tema le preocupara tanto.

Serrat es uno de mis héroes y me complace saber, porque me lo dijo un amigo que lo conoce, que a Serrat le gustó mucho mi novela. Que lo menciones en relación con relación con Cien cuyes me emociona especialmente. Nos hemos convertido en sociedades que cada vez han ido dándole más énfasis a lo productivo en términos de acumulación de dinero, de bienes. Y esa aproximación a los bienes no ha tardado en trasladarse a los seres humanos. Los viejos son menos productivos en ese sentido y, por lo tanto, merecen menos atención, cotizan menos, son como acciones tipo “B”. Por eso dejamos de ver la riqueza o el “activo” intangible de las personas viejas. Se discute sobre los yacimientos de litio, pero no nos damos cuenta de que estamos rodeados de enormes yacimientos de experiencias que convertimos en estereotipo y pasamos de largo de ellos. Las personas mayores suelen tener una riqueza enorme de conocimientos a los que no les prestamos atención.