Los libros, como cualquier otro objeto, admiten diversas clasificaciones. En Si una noche de invierno un viajero, Ítalo Calvino consigna su propia taxonomía: «(…) los libros que hace mucho tiempo tenías programado leer, los libros que buscabas desde hace muchos años sin encontrarlos, los libros que se refieren a algo que te interesa en este momento, los libros que quieres tener al alcance de la mano por si acaso…». A esta clasificación, tan arbitraria como cualquiera, se le podría agregar, por ejemplo: los libros de los que se conserva siempre su sabor, incluso cuando ha pasado tanto tiempo de su lectura que casi se ha olvidado la trama. A este último ítem pertenece, sin duda, la novela de Mori Ponsowy La nueva vida de Valdi Bonetti. Aunque es de publicación reciente, es fácil presentir que el misterio que destila es una esencia perdurable.

Argentina de nacimiento, la autora vivió en Perú, en Estados Unidos y residió el tiempo suficiente en Venezuela como para que no pueda reconocerse en su novela ninguna marca neta de la oralidad argentina. Ella escribe en una lengua que quizá sea el primer peldaño de acceso al misterio que emana de su escritura y que trasciende más allá de la historia misma.

Luego, claro, está Valdi, un personaje amasado con el barro de la contradicción, la inadaptación y la desmesura. Un talentoso capaz de convertirse en el director creativo de una agencia publicitaria al poco tiempo de ingresar y de ser un actor tan exitoso que se destaca por encima de la obra que representa, por lo que llega a disolverla cambiándola en cada función y produciendo así el desconcierto de sus compañeros de elenco y del director.

Al mismo tiempo, es un mal padre, un hijo desapegado, una pareja inconstante. Tal vez sólo haya sido fiel a la amistad con Catello, un inventor en busca del movimiento perpetuo en el que Valdi ve al padre que le hubiera gustado tener.

La nueva vida de Valdi Bonetti es una de esas novelas destinadas a dejar en la memoria  la huella propia de los descubrimientos o revelaciones luego de las cuales incorporamos algo de un mundo ajeno que se convierte en parte del propio sin que podamos distinguir cuál es el límite entre uno y otro.

–Valdi, el personaje de tu libro, es alguien inexplicable que la novela no trata de explicar. ¿Esto estaba en vos como intención ya antes de escribirlo?

–Lo que estaba en mí como intención era no juzgar, sobre todo las acciones del personaje principal, pero tampoco las del resto. Muchas de las cosas que hace Valdi podrían parecer moralmente censurables a los ojos de algunas personas y no quería juzgar y, como dices tú, tampoco explicar. De todos modos, las acciones del personaje no son gratuitas, no es que aparezcan de la nada, sino que tienen una razón de ser.

–Hay acciones de él que son censurables, sobre todo en lo que se refiere a su paternidad. Sin embargo, el personaje no deja de ser querible. Es que no puede avenirse a ciertas normas. ¿También esto fue intencional?

–Sí, y me alegra que lo digas porque mi intención era ésa, que en los primeros capítulos el personaje enamorara al lector, lo fascinara, para que no lo abandonara después, cuando se va desmoronando y perdiendo mucho de lo que tuvo. De todos modos, eso que te pasa a ti con el personaje, que me pasa también a mí y era mi intención, no les pasa a todos los lectores. En algunos momentos de la escritura de la novela hice unas lecturas públicas organizadas por otra persona, en las que leí el primer capítulo y luego el segundo. Creo que en total leí los tres primeros. Hubo un par de personas que no entendían cómo la narradora podía haber estado enamorada de un personaje así.

–Es que la ficción tiene otras leyes que no son las del mundo «real» aunque definir lo «real» tampoco es sencillo. Pero Valdi es un personaje sufriente que tiene un desajuste respecto del mundo, que no puede responder a los requerimientos que le hace la realidad.

–Es tal cual como lo dices. Creo que la posibilidad de tener empatía con el personaje depende de cómo se lleve uno con el mundo real y qué tanta fascinación tenga con los límites, con las normas sociales. Depende también de cómo entienda la locura y qué fascinación sienta por ella. Digo «locura» por utilizar alguna palabra, pero podría ser «desajuste» que es la que tú usaste. Mi editora decía que mi novela no es un libro para todo el mundo, que aún recordaba el efecto que había tenido en ella La conjura de los necios, cuyo personaje es alguien totalmente inadaptado y que tampoco es una novela para todo el mundo.

–La diferencia es que La conjura… está escrita en otra clave, es risible.

–Claro, está escrita en clave de humor. Pero para mí era importante que los lectores pudieran empatizar con el personaje, no sólo con el principal, sino también con las dos mujeres, que pudiera ponerse en el lugar de cada uno de ellos  y comprenderlo lo más plenamente posible sin emitir juicio.

–Eso está muy logrado. Yo sufrí con el hijo que esperaba inútilmente a Valdi detrás de la puerta, con ese hombre que no podía darle lo que necesitaba, con la mujer que a pesar de todo seguía queriéndolo. Por eso creo que es una novela con misterio porque hay cosas que no pueden explicarse y, en definitiva, la existencia es eso.

–Te iba a decir justamente eso, que el hecho mismo de que haya vida y no sólo minerales, pero sobre todo que exista la vida humana, la conciencia, es algo muy misterioso. Las personas y nuestro propio cerebro son un misterio tan grande… El otro día escuché una entrevista a un científico, un astrónomo de los que estudian los agujeros negros, el principio del universo y ese tipo de cosas. Quien lo entrevistaba, que también era científico, le preguntaba si algún día íbamos a entender el universo y a poder responder preguntas fundamentales como de qué forma empezó. El otro le contestó que le parecía mucho más fácil entender el universo que el cerebro humano, el lugar en que nacen nuestras emociones y decisiones. Somos un misterio. Ni siquiera uno mismo sabe a veces por qué hace las cosas que hace.

–Claro, somos desconocidos para nosotros mismos. No sé si estás de acuerdo, pero creo que lo que hace el psicoanálisis es tratar de darle un sentido a determinados relatos que parecen no tenerlo.

–Sí, tal cual. Y creo que mi novela, y el género novela en general, lo que intenta hacer es poner un orden, crear un cierto sentido, un relato, porque en el fondo hay un montón de cosas que son misteriosas, que son un milagro.

Alejandro Dolina dijo hace unos días que él no creía en Dios, pero que le gustaría creer porque eso significaría que la vida tiene un  sentido. Y la vida no lo tiene. Creo que el sentido es siempre un relato, ya sea personal o literario. ¿Vos como lo ves?

–Estoy totalmente de acuerdo contigo y con lo que dijo Dolina. Si Dios existiera la vida tendría un sentido, las cosas tendrían un valor distinto, aunque también de esta manera son increíblemente valiosas. Nosotros estamos aquí solamente un instante, pero ese instante es milagroso y es, además, lo único que tenemos.

Foto: Alejandra López

–Tu escritura es muy distinta de la que se está produciendo en este momento. Hay en ella cierta extranjería, cierto extrañamiento. Por otro lado, el hijo de Valdi es alguien que tiene un trastorno por el que no puede hablar. Ambas cosas hacen que sea inevitable no hacer foco en el lenguaje. ¿Por qué elegiste que no pudiera hablar?

–Porque quería que tuviera alguna dificultad que hiciera más patente el problema de Valdi para cumplir con su rol de padre. Me puse a investigar, a leer sobre el tema. Me pareció que siendo Valdi un actor y antes de eso alguien que cautivó a todo el mundo con la palabra en la agencia publicitaria, resultaba interesante que el hijo fuera lo opuesto. No soy tan consciente de mi propio lenguaje y de la manera en que escribo, por lo que esa extranjerización no la hice a propósito. Sí, siento que escribo distinto de lo que se escribe en esta época no sólo en Argentina, sino en la mayoría de los países hispanohablantes. Hoy se escribe con un lenguaje más informal, más cotidiano. Creo que el lenguaje, en cierto modo, se ha limitado, como si la prosa o la literatura intentaran emular el lenguaje hablado y dejaran de lado la riqueza de este idioma maravilloso que tenemos. Eso es algo que me da mucha lástima. Yo no sé si esa característica que señalas de mi escritura le juega a favor o en contra a la novela, porque no es una novela que esté en la línea de lo que está de moda, de lo que suele leer hoy o lo que más vende. Pero no podría escribir de otra manera.

Por otra parte, sos poeta y creo que eso se extiende también a la prosa que tiene la novela.

–Sí, para mí lo más importante es encontrar la música en las oraciones. Quizá decir música sea demasiado, pero sí es importante encontrar el ritmo. Uno puede escribir  una oración correcta que diga lo que lo que se quiere decir, pero creo que es el ritmo y la escogencia de cada palabra lo que importa. No es lo mismo un sinónimo que otro, no es lo mismo una oración con un adjetivo que con dos. Y creo que eso es algo misterioso. Esa parte del oficio de escribir no se puede enseñar. Es como una música o una paleta de colores que van con uno. Esa paleta puede cambiar a lo largo de la vida, virar de los azules a los verdes, pero es siempre algo muy interior, es la voz. Escribir es encontrar la voz con la que quieres narrar. Lo más difícil de esta novela y creo que la de cualquier otra, son los momentos en que esa voz se va y tienes que a encontrarla, preguntarte dónde está, a dónde se fue y convocarla para que vuelva y puedas seguir escribiendo en ese mismo registro  y no en otro.

–Justamente lo que le pasó a Valdi cuando interpretó a Napoleón fue que encontró esa voz al punto de ser habitado por ella y convertirse en otro.

–Claro y la voz que encontró le permitió descollar e hizo que esa obra que comenzó en el under lo llevara a un lugar en el que el público ya no se sentía cómodo. Que lo llevara a ese lugar era el desenlace natural de esa voz. 

–Otro personaje misterioso es Catello que sueña con armar máquinas que tengan movimiento perpetuo. Como Valdi, busca cosas que el mundo no le puede dar. ¿Cómo surgió ese personaje ?

–Es que me encantan las construcciones de engranajes, de máquinas que no sirven para nada. Siempre que voy de viaje y hay un museo de juguetes a cuerda o de máquinas raras, voy a visitarlo. Y la idea de alguien que está  y quiere encontrar algo que se está buscando desde la Edad Media me resulta tremendamente cautivadora. Son cosas que a uno se le ocurren y vaya a saber de dónde vienen. Me gustaba la idea de una casa llena de máquinas que se movieran constantemente, de engranajes y bolitas que rodaran, que hicieran ruiditos, de un tubo con mercurio que subía y bajaba. Son elementos un poco oníricos que se filtraron en la novela.

–Lo que hace Catello es tratar de reproducir la vida de manera mecánica y desaparece sin que nunca se aclare qué le pasó.

–Yo sé lo que le pasó y lo escribí. La novela fue en algún momento el doble de larga de la que salió publicada, pero creo que hay que dejar sólo lo que realmente importa para la novela y que queden ocultas un montón de cosas, no porque yo no las sepa, sino porque ésa es la base del iceberg que permite que la historia flote y se sostenga. 

¿Quién toma las decisiones en una historia?

¿Cómo nació la historia de la novela?

–Al principio mi idea era escribir una novela en la que la segunda mujer de un hombre, Azucena, llama a la primera para ver si entre las dos logran entenderlo. Ese fue un primer punto de partida: contar la historia de Valdi a través de ellas. Pero luego el personaje se adueñó de la historia. Y cuando tenía ya mucho escrito, me di cuenta de que el primer capítulo, en el que Azucena llamaba a la narradora y comenzaban a reunirse, quedaba colgado. Prometía narrar la vida de dos mujeres que habían estado con un mismo hombre y ese pacto que se hace con el lector en las primeras páginas no se cumplía. Ahí me di cuenta de que la historia de la novela era la historia de Valdi. También hubo otro punto de partida que era una escena final. Lo imaginaba a él de noche, en un descampado, rodeado de perros callejeros, su única compañía esa noche en que miraba el cielo y decía «mi hijo no me quiere». Pero para que sucediera esto se tendría que haber visto a lo largo de la novela que no le gustaban los perros y que su hijo tenía uno. No hubo forma de poner esa escena. De modo que quité la primera escena y la última. La escritura va pidiendo el material que necesita, que no siempre es el mismo que quiere el escritor.