“Para los alemanes la máquina de asesinar del nazismo era una máquina de rutina que tenía las formas más brutales del sadismo. Pasaban por ahí y le disparaban a un judío en la cabeza porque sí, porque podían. Se preguntaban cuántos judíos cabían en un vagón de los trenes que los llevaba los campos de exterminio. Si eran 77 ponían 79. Sabían que dos o más iban a llegar muertos, asfixiados, hambreados. Otro cálculo: cuántos trenes podían  mandar sin que estorbaran  la guerra en el frente oriental. Era algo absurdo, loco, perverso disponer de dos trenes diarios para matar gente. Todo es irracional y, al mismo tiempo, todo es maquinado. Detrás de esto está el pensamiento fascista de la limpieza étnica.”

Esto le dice a “Tiempo Argentino” Paco Ignacio Taibo II en su paso por Argentina para visitar la Feria del Libro, dar una conferencia en Proyecto Ballena, y presentar su libro de no ficción “Sabemos cómo vamos a morir”, una personalísima historia no del Holocausto, sino de una parte de él, específicamente la “de los muchachos rojos, socialistas judíos del gueto de Varsovia” haciendo foco en la figura del joven Mordejái Anilevich. Los habitantes de ese gueto eran llevados al campo te exterminio de Treblinka.

Autor prolífico de más de 70 obras de distintos géneros, es el actual director general del Fondo de Cultura Económica. Además, fue el impulsor de la Semana Negra de Gijón, que reúne a escritores de policiales. Pero, sobre todas las cosas, es un implacable analista de la realidad.

Paco Ignacio Taibo II

¿Cómo se encontró con la figura de Mordejái Anilevich y qué desafíos le planteó contar algo de la historia del Holocausto, un tema del que se ha escrito tanto?

-Me planteó todos los desafíos, todos. Fue un libro de cocina muy lenta. Descubrí la historia de Mordejái Anilevich cuando tenía 16 años. Leí en algún lugar la frase que le da título y lógica al libro, “sabemos cómo vamos a morir”, y fui siguiéndola durante más 40 años, fui buscándola: aquí un pedacito, allá otro, siempre con la idea de que escribir sobre el Holocausto no era mi intención, me quedaba sobrado el tema, había demasiados libros, demasiada información. Lo que me interesaba era el fenómeno de la insurrección armada de los jóvenes, de los 13 días en el gueto de Varsovia.

-¿Por qué le interesaba tanto esa historia?

-Entre otras cosas, porque contradecía la muy manida y criminal teoría de que los judíos se dejaron llevar al matadero.  La historia del levantamiento armado en el gueto demuestra que lo que se afirma no es generalizable. Fue un libro que se fue haciendo lentamente a partir de curiosidades: hombres  y mujeres en la organización judía de combate, la igualdad, el origen de los clubes de scoutistas que le da unidad a este grupo de adolescente y postadolescentes, la voluntad de enfrentar, la cocina lenta en que se prepara la insurrección, la desigualdad brutal entre las cuatro pistolas con que empiezan a organizarse y los dos batallones, tanques, cañones y aviones nazis…En los adolescentes y jóvenes que se levantaron en el gueto había algo más potente que el heroísmo, había una racionalidad terrible en el hecho de saber que iban a morir y en elegir cómo hacerlo. Esta idea es puesta en marcha por adolescentes y jóvenes que se reunían en un sótano. En el gueto les decían que iban a morir si hacían lo que planeaban, a lo que ellos contestaban, razonablemente,  que los iban a matar de todas maneras y por eso eligen quedarse a pesar de que tienen la posibilidad de salir para sumarse a los grupos de combatientes que estaban en los bosques de Polonia. Se quedan en el gueto para demostrar dignidad, capacidad de resistencia, voluntad.

Foto: Pedro Pérez

En el libro le pone rostros concretos a la historia, lo que no hace la macrohistoria en la que se diluyen las identidades particulares.

-Sí, me interesaba que los números y las descripciones no hicieran desparecer la cotidianidad del panorama. Escribí con la lógica del periodismo histórico narrativo, no hay ficción, en ningún momento dice, por ejemplo, “pensó esto”, a lo sumo digo “qué habrán pensado”. Elegí lo que me interesaba. Si me interesaba poner un personajes de tercera línea en la primera, lo hacía. Escribí la historia de la policía del gueto, del contrabando del gueto, de la red que van creando y la historia de la insurrección. ¡Lloré tantas veces escribiendo este libro!  A las dos de la mañana, escribiendo, me caían unos lagrimones enormes, porque creas una empatía tremenda con los muchachos y yo quería crearla, no quería huir de ella, restarle calidad emocional. A veces pensaba para qué carajo un escritor mexicano se mete a escribir  con tantas dificultades informativas.

-¿Cuáles eran esas dificultades?

-No hablo polaco, no hablo alemán. Tuve que apelar a amigos polacos y alemanes. Aproveché un viaje a la Feria del Libro de Varsovia para ver las ruinas del gueto…

-¿Cómo encontró la carta de Mordejái Anilevich que recordó tantos años?

-De manera casual, a los 16 años como dije. Yo no soy judío, pero en esa época tenía una novia o  medio novia que era judía y los clubes judíos tenían muy buenas bibliotecas en ciudad de México que pude frecuentar. Fue así que encontré un folleto argentino de unas diez paginitas que fue mi primer contacto con Mordejái Anilevich. Lo seguí durante 40 años. Cuando llegó la pandemia, me dije: “este libro está listo para ser escrito, si eres capaz de rehuir la vista macro, la visión de conjunto, el intento de explicarlo todo para explicar sólo algunas cosas, las que me diera la gana. Y eso hice.

-¿Por ejemplo?

-Por ejemplo, hablar del asesinato de los gitanos, porque me molesta profundamente que haya pasado a la historia como una nota a pie de página.

Claro, usted señala en el libro, que es un pueblo que no tiene historia escrita y por eso se los menciona como  una nota a pie de página, porque no pudieron escribir su propia historia.

Sí, me costó un trabajo enorme reunir las 40 líneas que les dedico. La decisión de escribirlas fue  arbitraria, porque no hubo gitanos en el alzamiento. Pero me dije que no quería colaborar con la desmemoria. ¿Por qué me interesó tanto, por ejemplo, el jefe de la policía judía al que le dedico varias páginas? Porque tenía una mentalidad distorsionada muy común que hemos visto en nuestras sociedades. Por ejemplo, en la sociedad argentina sometida al horror de la dictadura.

-Su libro se publica en un momento que en que muchas sociedades, como usted también señala, están girando a la derecha. Reaparece el fantasma del fascismo y su libro es como una advertencia.  

-Sí, el mundo está girando a la derecha, pero también a la izquierda. En México vamos a ganar las elecciones. Seguimos girando a la izquierda. Te lo aseguro, te doy garantías, te firmo papeles (risas).

-¿Cómo ve usted el renacimiento del fascismo?

-Como un fenómeno secundario, lateral, que no va a prosperar. Lo que sí prospera y es más preocupante es la penetración del pensamiento fascista en las oligarquías conservadoras de toda América Latina. Frente a los gobiernos progresistas hay un cerco triple que, por un lado, es mediático; por otro, judicial: los viejos aparatos judiciales hacen vieja justicia reaccionaria; el tercer cerco es el gran dinero, los grandes capitales. Este fenómeno de la triple alianza sucede en toda América Latina cuando, además,  los partidos conservadores en América Latina están muy destruidos, desprestigiados, debilitados. Es esta triple alianza la que sostiene el andamiaje de esta crisis conservadora partidaria. Lo que preocupa es la influencia del pensamiento autoritario y fascista en estos sectores, la presencia de racismos ocultos, de clasismos verdaderamente infames. “Pinches pobres, pinches indios!” Esa frase la oí gritar desde un automóvil  frente a las manifestaciones que llevaron al poder a Andrés Manuel (López Obrador)  en México. Las condiciones de indio y de pobre no podían ser desligadas, estaban tomaditas de la mano, eso es fascismo, lo llamen como lo llamen. Es racismo y clasismo. Y hay un componente asociado que es el autoritarismo machista en relación con al tema de la pobreza.  Acaba de salir en Netflix una serie basada en una de mis novelas. El primer capítulo es la historia de un asesino de mujeres nietzschiano y loco. ¿Cuál es la percepción de este primer capítulo? Es que las mata porque son mujeres, pero sobre todo las mata porque son mujeres y pobres. Este es un componente del autoritarismo machista asociado al tema de la pobreza. Tenemos unas oligarquías que no tienen problema en tener sirvientas de origen indígena en sus casas, pero que no voten.

-Justamente, usted resalta en el libro que lo que pasaba en el gueto sucedía ante la indiferencia de una población polaca conservadora y racista.

-Sí, era una población conservadora y racista. Por eso los actos de resistencia polaca de apoyo al gueto se vuelven tan importantes. Un año después, se levantaría Varsovia dirigida por el ejército secreto que, sin embargo, en el momento del gueto no actúa, conserva las armas escondidas. Los polacos progresistas tienen una deuda tremenda con el gueto.

Usted marca muy bien cómo en el gueto se reproducen los esquemas sociales de afuera.

-Si miras por las ventanas del gueto hacia afuera, ves al guardia nazi que, si está de mal humor te puede pegar un tiro y no pasa nada. Si miras hacia adentro, ves al muerto de hambre, al contrabandista, ves los teatros, la historia de la orquesta.

Asesinaron sucesivamente a cuatro de sus directores.

-Es una historia maravillosa, como la de asilo de los niños. Cuando la descubrí fui a buscar la historia del maestro que marchó voluntariamente a la muerte con ellos y le di cuatro líneas porque no le podía dar más. Si lo hacía, el libro se me volvía otros libros y yo lo que quería era apretar la historia lo máximo posible, condensarla.

También  resalta que gran parte de la población polaca decía que eran rumores, que en realidad los campos de concentración no existían. Aquí pasó algo similar durante la dictadura y aún hoy hay quien se anima a ponerla en duda.

– Sí. Creo que quien mejor ha contado eso es Jorge Semprún que estuvo en un campo de concentración, no es Treblinka ni en Auschwitz, sino en Buchenwald  y lo cuenta al regreso (se refiere a la novela La escritura o la vida). Narra la llegada a una casa donde pregunta a sus habitantes acerca de si no habían visto el humo negro que salía de los crematorios y ellos responden “y bueno es que…” y están ahí, cultivando patatas. Nadie como Semprún para contar eso. La literatura, cuando está bien hecha,  tiene la virtud de enfrentarte a las maneras de confrontar el horror: la ignorancia, la apatía, el desprecio, la subinterpretación, la interpretación fascistoide, el miedo a saber. Cuando me preguntaron para quién escribí este libro contesté que para cualquier adolescente inteligente de América Latina.

Foto: Pedro Pérez

-“Sabemos cómo vamos a morir”, personaliza la historia. Suele hablarse de “los judíos” en abstracto, como se habla de “los argentinos” o de “los franceses”…

…sí, como si fuera una condición universal y no lo es. Hay judíos y judíos. Judíos que no son judíos y  judíos como yo, que no soy judío.

-Claro, el jefe de policía es  judío y atenta contra los propios…

No atenta contra los propios, atenta a favor de sus intereses que son ejercer una sub-dictadura dentro de una dictadura porque piensa que eso lo va a salvar de la muerte y lo va a hacer millonario. Esa doble perversión hace de él el monstruo que es. Afortunadamente, le pegan un tiro. Si conocieras a un mayordomo muy de la escuela inglesa descubrirías que son así (se ríe). Piensan que servir  es un fin en la vida,  un espacio prestado, un punto de acercamiento a Dios. Los mayordomos piensan cosas muy raras. Un tema que me ha preocupado desde siempre es hasta dónde las situaciones límite hacen de ti otro diferente al que eres y la respuesta es: no culpes a un torturado por no resistir después de 72 horas de tortura porque después de esas 72 horas de tortura no es él, es otro, alguien a quien rompieron. Miguel Bonasso dice sobre los torturados argentinos en “Recuerdo de la muerte”: “quienes habíamos leído  “Los tres mosqueteros” aguantábamos 72 horas más”. Creo que lo dice por la solidaridad del “todos para uno y uno para todos”. Esa frase se me quedó en la cabeza. Ahí está la pastilla de Rodolfo Walsh, la pastilla del último momento

– Su libro es despojado. Casi no tiene adjetivos, aunque cuenta una historia muy intensa¿Por qué?

-Es que los adjetivos ocultan la información. No hay que hacer demagogia con la verdad, hay que hacer verdad con la verdad.