El morbo es taquillero. Detrás de los guiones que se escribieron sobre los presos, hay un tabú funcional a la industria cinematográfica. Pronunciar palabras relacionadas a la prisión teletransporta, a la gran mayoría, a series y películas que basaron su éxito en el desconocimiento del público: a quien nunca fue detenido, la ficción le hizo creer que sabe cómo se vive tras las rejas.
La Ley 24.660, sancionada y promulgada en 1996, contempla que las personas privadas de libertad tienen derecho a que se respete su dignidad, a estudiar, trabajar, comunicarse y recibir visitas. Además, que se les garantice el acceso a actividades recreativas, deportivas y de esparcimiento. Por eso, desde hace décadas, el Servicio Penitenciario Bonaerense (SPB) incluyó canchas de fútbol dentro de los penales.
Walter Bertolotto, director de Cultura y Deporte del SPB, explica: “Se organizan torneos entre internos de la misma unidad como así también entre detenidos de distintas. Antes de la pandemia, a muchos se los llevaba a competir en las ligas amateurs de la localidad donde queda ubicado el penal donde cursan sus condenas y se los mezclaba con personas que están en libertad”.
El Sistema Penitenciario Bonaerense cuenta con 57 unidades a su cargo donde la vida útil de una pelota de fútbol es de solo un mes porque los métodos asegurativos y de contención hacen que se pinchen con frecuencia. En el 98%, hay al menos un profesor de educación física que se encarga de armar los equipos de cara a los partidos.
Los penales se dividen en regímenes: abierto, semiabierto y cerrado. Los internos que se alojan en los abiertos, circulan con libertad por los pabellones y, en muchos casos, gozan de salidas transitorias. Aquellos que se encuentran en los semiabiertos, deben desplazarse acompañados por personal del Servicio Penitenciario y, en estos lugares, la estructura edilicia ya es diferente: hay alambrados. Por último, quienes cumplen sus condenas en penales de régimen cerrado, están acompañados de manera permanente por los guardiacárceles y conviven rodeados por muros de contención porque son considerados peligrosos. Tanto en el semiabierto como en el cerrado, los detenidos deben esperar a que un profesor vaya a buscarlos para disputar los partidos mientras que, en el abierto, el interno solo debe dar aviso y bajar al patio. Sin embargo, una vez que comienza la actividad, se trabaja con todos los detenidos por igual, sin que pese el delito que hayan cometido.
Sergio López Mandri, un exdetenido que pasó 23 años preso en un penal de máxima seguridad, recuerda: “En un momento pensé que me iba a morir robando arriba de un blindado. Perdí a mis padres estando preso. El deporte me ayudó a encontrar disciplina y contención. También a erradicar mi lado más violento. Jugando descargaba la impotencia que me generaba el encierro”.
Cuando se arma un torneo desde la Dirección de Deportes generalmente se realiza una eliminatoria por pabellón para que surja un equipo por unidad que represente a su respectivo penal en el torneo provincial. A veces también, con ayuda de los profesores, se vota por consenso a los que mejor juegan y se forma un equipo sin importar si jugaron juntos antes, como si fuese un Seleccionado.
En el 2006, se montó un simulacro de Mundial, donde cada unidad penitenciaria representaba un país y disputaba la Copa. La final, se jugó en el Estadio Único Ciudad de La Plata y Carlos Salvador Bilardo, el último técnico campeón del mundo con la Selección Argentina, fue a verla. Producto de un choque, un detenido se cayó y se luxó el hombro y el Doctor, con conocimiento de causa, se lo colocó nuevamente para que el muchacho pueda seguir jugando. López Mandri, rememora: “Me hubiese gustado participar, pero fueron únicamente los chicos de régimen abierto. Nosotros teníamos menos acceso a este tipo de actividades por riesgo de fuga. Yo era un rebelde, no cuadraba para estar ahí”.
A través de una estadística realizada por el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS) se determinó que, en el 2020, la provincia de Buenos Aires registró 42.821 detenidos en cárceles y alcaidías mientras que la capacidad total declarada por el SPB es de 24 mil plazas.
“Cuando los internos juegan -confiesa Bertolotto- brindan un montón de información porque se muestran tal cual son y eso nos permite elaborar estrategias tratamentales para provocar un cambio positivo en sus conductas fuera de la cancha”. El fútbol es el deporte con mayor aprobación entre los detenidos: cerca de 25 mil lo practican a diario. Aunque en pandemia buena parte de los detenidos eligió no realizar actividades deportivas por precaución y, desde el SPB, se evitó mezclar presos de distintos pabellones para evitar la circulación del coronavirus.
Sumergirse en este mundo implica deconstruir creencias impuestas, por ejemplo, en la relación detenidos-guardiacárceles. En época de Mundiales, los internos de régimen abierto miran los partidos con el personal del Sistema Penitenciario y, en ocasiones, hasta organizan torneos con ellos. En 2019, en la Unidad 24 de Florencio Varela, hubo uno en el cual participaron detenidos, guardias y un equipo conformado por empresarios que tuvo mucho éxito. En esa oportunidad, como en tantas otras, hasta hubo público.“Por momentos -finaliza Bertolotto- se sigue pensando que todo es a fuerza de golpes y tiros, pero no es así. Este tipo de eventos nos ayudan a demostrarlo. De a poco la sociedad empezó a naturalizarlo, aunque siempre hay algo de morbo”. «