Martín Ríos vive en la pensión de Boca en Parque Sarmiento. Tiene 19 años. Tres días a la semana se entrena con la Primera en el predio de Empleados de Comercio en Ezeiza. Con Maradona. Elvio Paolorosso, el preparador físico de Carlos Bilardo, llama al teléfono fijo de la pensión. “Vénganse: Diego quiere practicar penales”, les dice a Ríos y a Sergio Schulmeister (Maradona, finalmente, errará cinco penales seguidos durante el Clausura 1998). Los arqueros Ríos y Schulmeister y el PF Paolorosso todavía lo esperan en Ezeiza.

“Imaginate, en México 86 tenía nueve años, y Maradona era como hoy Messi -cuenta Ríos-. No me daba cuenta de la magnitud, era cotidiano, venía a saludarnos a nuestro vestuario aparte, hacíamos definición… Aunque cuando llegaba había una diferencia, no sólo por la vez que llegó con el Scania: iba cantidad de gente a ver los entrenamientos, y nosotros, el equipo, los compañeros, queríamos dar un plus, impresionarlo para que te felicite, te nombre. Cuando hay una estrella, como Messi en el Inter Miami, los comunes intentamos dar un plus. Es lo que generaba Maradona en nosotros”.

Martín Ríos se había incorporado a los 16 años a la Séptima de Boca desde su natal Arrecifes: desde Villa Sanguinetti, el club de su barrio. Hoy tiene 46. Y es el futbolista más veterano del fútbol argentino, de la A a la D. Figura desde que volvió después de una lesión -un año sin jugar-, sacó del descenso a Deportivo Merlo: el 20 de mayo, en la derrota 2-0 ante Acassuso por el Apertura, Merlo estaba último en la tabla general de la B Metropolitana, cuatro puntos abajo de Ituzaingó, y ahora está cuatro arriba. Faltan nueve fechas del Clausura.

Ríos debutó en el siglo pasado, en 1998, en un Huracán condenado al descenso a la B. Descendió, pero ascendió en la temporada 1999/2000. Y volvió a la B en 2003. Ríos pasó a Ferro. Y continuó en Universidad Católica de Ecuador, Juventud Alianza de San Juan, Deportivo Maipú de Mendoza, Estudiantes de Caseros, Brown de Adrogué y, ahora, en Deportivo Merlo (761 partidos, según el sitio BDFA). Sigue atajando, dice, porque aún disfruta mucho los entrenamientos con los arqueros.

-“No soy un fenómeno -dijiste-. Soy un arquero común que cumple siempre”.

-No soy el estereotipo, que mide más de 1,85 m. Mido 1,79 m. No soy ágil, no saco pelotas impresionantes, no soy tan técnico, de esos que podés decir: “Mirá qué bien tiene la toma baja, mirá cómo sale a descolgar”. Me siento un arquero común porque no tengo virtudes físicas. “Bueno, no es alto pero tiene mucha saltabilidad”. No. “No es rápido pero cuando vuela llega del palo a la mitad del arco”. No. Por eso trato de hacer todo lo más sencillo posible, serle útil al equipo y resolver de la manera menos complicada.

-¿El futbolista que arranca en Primera piensa que siempre va a estar en Primera?

-Piensa que siempre va a convivir con Primera. En Boca iba y tenía mi canasto con la ropa, te daban botines, zapatillas, todo. Y ahora, en el Ascenso, nos tenemos que traer la ropa para lavar, nuestros botines. Cuando estás ahí, pensás que va a ser eterno. En la profesión de futbolista, la mayoría de las cosas cuestan mucho y se sufre más de lo que la gente se imagina. En el Ascenso, el primer objetivo es ascender, y en base a eso se trabaja, se planifica, y después la realidad te prepara. Es un mito que hay clubes que no quieren ascender. También se disfrutan las experiencias, como en Juventud Alianza de San Juan, donde había mucho compañerismo y el club hacía muchos esfuerzos, y los hinchas nos traían bolsas de papa, de comidas, vinos. Hay muchas historias así en el Ascenso.

También, en el Ascenso, hay denuncias de arreglos de partidos por las apuestas.

-No me gusta apostar a nada. Me pasó escuchar de “jugar para empatar” y favorecer o perjudicar a otro, y decidimos que no. Jugar para no ganar, no me tocó escuchar. Pero claro, en el fútbol se apuesta todo. Las camisetas de Boca y de River tienen publicidades de las casas de apuestas, imaginate en el Ascenso. Duele a los que nos gusta el Ascenso, porque de jugar a perder por las apuestas no hay vuelta atrás, una vez que te caratulan, no te lo borra nadie. Sabemos que puede suceder. Hay que tener muchos cuidados. Los jugadores tienen otras distracciones con el teléfono, pero la mayoría son inteligentes. Con las denuncias y con la información que hubo, nos enteramos de que a muchos jugadores les agarraron el celular para ver las conversaciones. Llegar hasta ese punto es preocupante. Nos tocó hablar con el plantel en el inicio con Deportivo Merlo, junto al cuerpo técnico, para saber cómo manejarse, cómo cuidarse.

-¿En 2010, entre Ecuador y Juventud Alianza de San Juan -y antes de que jugaras seis años en la B Nacional con Brown de Adrogué- llamaste a clubes para poder jugar?

-El fútbol es una máquina de picar carne pero de jugadores. Cuando un jugador le sirve a un proyecto o a un club se siente contento, tiene llamados, mensajes. Y cuando está del otro lado, ya no sirve, y sentís que ni siquiera te conocen. Te das cuenta con el tiempo, con los aprendizajes. Se repite. Hay que preocuparse cuando no te nombran. Cuando vas a un entrenamiento y no te dicen “tenés que hacer esto, lo otro”. Y cuando aparecen los rumores… El futbolista, a veces, es material de descarte, suena fuerte decirlo, pero es así. Y los jugadores del Ascenso solemos siempre ir por un año a un club.

Foto: Gentileza de Yésica Gloriosso / Merlo Viaja.

-¿Qué cambios experimentaste en el fútbol en estos 25 años de trayectoria?

-La preparación. Nos tocaba hacer amistosos con equipos de la C o de la D y hacíamos una diferencia. Ellos llegaban todos con diferentes vestimentas. Hoy tienen un cuerpo técnico completo, nutricionista, concentran, se cuidan más. La Copa Argentina es un reflejo que marca cómo creció el Ascenso, porque cualquier equipo le hace partido a uno de Primera. En 2013, con Estudiantes de Caseros, eliminamos a River y llegamos hasta las semifinales. Y en 2018, con Brown de Adrogué, eliminamos por penales a Independiente. El fútbol de Ascenso se profesionalizó y se emparejó, más allá del don distintivo del jugador de Primera. (Ezequiel) Lavezzi debutó en Estudiantes y después jugó un Mundial, y hay más casos.

Si en 2019 Martín Ríos terminó el colegio en una nocturna en el Barrio Aeronáutico de Ituzaingó, donde vive, durante los 12 meses sin atajar en Deportivo Merlo ayudó a los arqueros de las inferiores en los entrenamientos. “El estudio es la base para todo -dice Ríos, ya recibido de DT-. Por ahí el jugador piensa que no tiene tiempo, pero es un error que me ha pasado y que pasa, porque la mayoría de los futbolistas no terminan la escuela. Abocarse al estudio, y no focalizar el 100% del día al fútbol, ayuda a la cabeza. Cuando me tocó cursar tenía otras distracciones y me ayudó incluso en el rendimiento futbolístico”. El 4 de junio pasado, en la última fecha del Apertura de la B Metro, Merlo perdió 5-1 de local ante Dock Sud. Ríos pensó en retirarse. Cuando entró a su casa, la familia le dijo que se arrepentiría toda la vida de despedirse con una goleada en contra.

-¿Qué encontrás en el entrenamiento con los demás arqueros que te hace seguir?

-Corregirse, aprender, aggiornarse, sufrir cada gol, apoyarse, mandar un mensaje cuando uno no está bien. Eso es lo que hace lindo al fútbol. Jugar o no es una decisión del entrenador, de momentos, de muchos factores. El jugador no lo puede cambiar. Sí puede cambiar en el entrenamiento. Pero no debe ponerse mal. En general los arqueros estamos juntos y sufrimos lo mismo. Agustín Alonso, uno de los arqueros de Merlo con los que entreno, tiene 18 años. Es más chico que Iván y Hernán, mis hijos, de 25 y 22. Por ahora, no pienso en mi último partido. A veces me siento egoísta, porque no les dejo lugar a los más chicos. Pasó todo muy rápido en el fútbol.