Un grito sale desde la platea ante la falla en el sonido y cruza el aire del estadio Nuevo Francisco Urbano: “¡Ni el micrófono quiere que te vayas!”. Unos metros más allá, adentro de la cancha, Damián Akerman habla en una conferencia pública después de haber cerrado su carrera como futbolista en Deportivo Morón. “Nunca tomé dimensión de lo que significaba para todos ustedes -dice-: yo simplemente me dediqué a ser futbolista durante 21 años, y casi 20 los pasé en el club, acá. Me han dado muchísimo más de lo que yo les he podido brindar”. El último domingo, Akerman, un superhéroe del Ascenso, jugó nueve minutos -como el número de su camiseta- en el 1-1 entre Morón e Independiente Rivadavia por la fecha 32 de la Primera Nacional, y entró en la eternidad.

Damián Emilio Akerman se retiró a los 42 años. Lo había decidido cinco días antes, el inicio de una pequeña revolución que reunió a casi 25 mil personas en el Nuevo Urbano. Un hincha de Morón recorrió 639 kilómetros de ida y otros de vuelta hasta Porteña, Córdoba, y buscó a la madre y a los hermanos del ídolo para darle la sorpresa. Y el 9 entró a la cancha con su madre, sus hijas y, sí, su nieta. Akerman debutó en Morón -con un gol- el 1 de marzo de 2003, 3-2 ante Central Córdoba. Y, cinco etapas después, se despidió como goleador histórico (160). Como goleador en el Viejo Urbano (79), antigua cancha, y en el Nuevo Urbano (30), inaugurado en 2013. Como goleador (10) del equipo campeón tras 27 años que ascendió a la B Nacional en 2017. Y como el jugador con más cantidad de partidos (431) en la historia del club del Oeste del Gran Buenos Aires.

Chicos que fueron llamados “Damián Emilio” por él. Otros que se tatuaron su cara, un festejo de gol. Banderas y hasta una figurita propia. Hinchas de clubes rivales que respetaron a Akerman, una institución dentro de una institución. Hinchas del Gallo que viajaron hasta Porteña para conocer sus orígenes. Una canción: “Buena persona, jugador, inteligente/ el superhéroe de la gente del Oeste/ Con los colores rojo y blanco dio la vida/ porque Morón es lo más grande de Argentina”. Una campaña ya iniciada para que tenga su estatua en el Nuevo Urbano. Y tres futboleros neerlandeses que acudieron a vivenciar su adiós. “Akerman -sintetizó el paraguayo Enrique Cuenca Zaldívar, segundo en cantidad de partidos en Morón con 284 entre 1987 y 1998- es Morón”.

Nicolás Salinas nació en 2002, un año antes de que llegara Akerman a Morón. “Mi ídolo antes de que existiera. Me puse mi primera camiseta y mi viejo me llevaba a la cancha para verte a vos”, le escribió. “Cuando empecé a crecer no escuché hablar de Messi ni de Cristiano. Fuiste el superhéroe de mi infancia. Cada vez que pude elegir un número elegí el 9 porque soñaba con ser Damián. Como todo amor, estuviste en las buenas y en las malas, te bancaste jugar sin sueldos, te duchaste con agua fría en la vieja cancha y volviste las veces que fueron necesarias para poder darnos el título que tanto queríamos”. Otro hincha, Augusto Alderete, recordó que en 2003, año en que llegó Akerman, estaba de viaje. Y que su padre, ya fallecido, le envió -todo un signo de época- un mail con el asunto “El Gallo 3 – Central Córdoba 2” que aún atesora. “Augusto -le escribe Omar, su padre-: el sábado no fuimos a ver a Morón porque nos suspendieron la cancha por dos fechas. Jugamos en Tristán Suárez y debutó Damián Akerman, que según dicen la rompió”.

Akerman dejó Porteña a los 15 años. Jugó en las inferiores de Newell’s pero debutó en Argentino de Rosario. Emigró a La Serena de Chile (de ahí llegó la primera vez a Morón). Jugó sus cuatro partidos en Primera División con Gimnasia La Plata, en 2005. Pasó por Ferro, Gimnasia de Mendoza y Tristán Suárez en el Ascenso. Y en Blooming de Bolivia ganó el Clausura 2009. Pero Akerman, como dijo Cuenca Zaldívar, es Morón.

Y fue un centrodelantero talentoso, cerebral y técnico, descubridor de los secretos del área, de apenas 1,73 m pero fuerte, con pique corto y, sobre todo, con goles high-definition mientras quedaba atrás el VHS. Una leyenda del Ascenso. “¡Qué gol le hiciste a Cubito Cáceres, Dami!”, le gritó un hincha desde la platea. “¡El doblete allá en Casanova!”, sumó otro. Akerman había pasado la noche en vela, ayudado con una pastilla para dormir. Un periodista le hizo la última pregunta antes de abandonar el Nuevo Urbano por última vez como futbolista: cuáles eran sus tres mejores goles en Morón. “Bueno, si quieren que digan ellos, que vamos a estar de acuerdo”, dijo, mirando hacia la platea. Y eligió los goles que le habían gritado, el de malabarista ante Estudiantes de Caseros (a Cubito Cáceres) y los dos en el clásico ante Almirante Brown (en Casanova). Un hincha más, arropado por una bandera con la figura del superhéroe, lo esperaba a centímetros para que se la firmara. Lloraba sin consuelo.