En una escena de La sociedad de los poetas muertos, el profesor de literatura John Keating, en la piel de Robin Williams, se sube a un pupitre con el objetivo de mostrarles a los estudiantes que cada tanto hay que ver la vida desde otra perspectiva. Sergio Hernández recordó esa escena para describir los últimos meses, cuando decidió frenar, subirse a un pupitre y observar: «Tomé la decisión de no dirigir Liga Nacional y tomarme un tiempo luego de Río 2016. La búsqueda del resultado te pone un poco tonto, el éxito y el fracaso no los vinculo al ganar o perder. Y tras 25 años de carrera hoy no encuentro lugar más importante para estar que en esta Selección Argentina».

El Oveja, bahiense de 53 años, extendió su vínculo al frente del equipo nacional hasta los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 y se siente renovado. En charla con Tiempo dijo que los logros son parte del pasado y destaca la coherencia de la Confederación de no cambiar y probar. Su filosofía: «El conocimiento y la autenticidad es la base de todo».

–¿Cómo conviven técnicos de una misma competencia en un seleccionado?

–El gran disparador de todo fue la Liga Nacional, que históricamente siempre dio grandes entrenadores. Lo importante fue la coherencia de la CABB de no estar cambiando y probando fórmulas. Julio Lamas fue asistente de Rubén Magnano en Atenas 2004, yo lo fui de Julio en su mandato, y él, el mío en Beijing 2008. Se sumaron Gonzalo García, Nicolás Casalánguida y Silvio Santander. Funciona así, yo quiero estar rodeado de los mejores. Lamas y Magnano son la élite a la que solo pertenecen 15 entrenadores en el mundo. Si yo veo que García se levanta y viene hacia mí es porque tiene algo importante para decirme. Necesitás a alguien groso a tu lado, alguien que haya pasado por esas situaciones miles de veces y sepa cómo resolverlas. Lo veo como algo lógico. Uno nunca sabe si es buen entrenador porque supo formar un equipo o porque los que te rodean te hacen un buen entrenador.

–Pero no es normal que ocurra algo así en el deporte…

–Confío en la gente que está conmigo. En Argentina suena todo como milagroso, pero no es así. Nosotros miramos mucho a los Estados Unidos, y en su selección, dirigida por Mike Krzyzewski, un coach universitario, estuvo Gregg Popovich, una gloria, como asistente. Buscan la excelencia.

–Vos tenés cosas de Popovich…

–Te agradezco, pero exagerás. Lo admiro como profesional y también en lo privado porque lo vi en acción. Sí lo veo como un modelo a seguir. Tenemos una linda amistad. Pero no sigo solo al básquet, me gusta estar en contacto con todos los entrenadores. De Julio Velasco (técnico Selección de Vóley) y me puedo tomar diez cafés con él compartiendo y debatiendo de liderazgo o de lo que sea, como hice cuando estaba en Boca y a Carlos Bianchi lo volvía loco, lo llamaba casi todos los días por teléfono. También están Gabriel Milito, Chapa Retegui, me gustan las personalidades de líder, los estudiosos.

–¿Y vos te considerás un líder?

–Es fácil que el líder elegido por el grupo sea admirado, no es tan fácil con el líder impuesto. El entrenador es un líder impuesto. Yo no te admiro todavía, no lo sé, el jugador es reacio al principio. Soy de consultar y de utilizar muchas cosas de libros, series o películas, soy de salirme de lo formal muchas veces y a veces las pongo en práctica en la vida. Hace años que veo una serie de televisión española, Cuéntame cómo pasó. En una escena, el personaje principal, que lo hace Imanol Arias, está sentado en la mesa con sus hijos adolescentes y uno de ellos menciona la palabra «epicentro» y todos se ríen. El más chico le pregunta qué significa esa palabra, pero entre risas, hace que se ahoga y se levanta para ir al baño. Sin embargo, va hacia su habitación. Su mujer se da cuenta, lo sigue y lo encuentra con el diccionario en la mano: «Es una vergüenza que no sepa qué significa epicentro, mis hijos crecen y me siento mal por eso». «Pero ellos te aman», le responde la esposa, a lo que Arias insiste al decir que «con eso no alcanza, soy el padre y necesito que me respeten y admiren». Para ser un líder hay que ser un guía, eso genera admiración.

–Ya no están Ginóbili, Nocioni, Prigioni, la Generación Dorada no existe más. ¿Cómo se sigue?

–Hace poco recordaba la medalla dorada de 2004, yo no estuve. Cuatro años después fuimos bronce en Beijing con seis jugadores diferentes, si no parece que en la Generación Dorada estuvieron siempre los mismos doce jugadores. La Selección Argentina fue muy grande en los útlimos años, hubo mucho recambio: Prigioni arrancó a los 28 años en Japón 2006 y tal vez algún jovencito piense que Facundo Campazzo es parte de la Generación Dorada. El recambio se hizo siempre de manera permanente, hoy es más fuerte. En Río se despidieron Chapu y Manu y eso hace que la sensación del recambio sea aún mas fuerte.

–¿Y cómo se sostiene la presencia en podios?

–Me parece que no solo la Selección es la responsable del recambio, no soy el único entrenador responsable. El básquet acá se juega en clubes, en otros países es muy fuerte en los colegios. La Selección es un eslabón muy importante, yo lo que hago en estos casos es llamar a una toma de conciencia entre todos para colaborar en mejorar las estructuras, la detección de talentos, planes de altura para conseguir que la Selección siga con estos talentos e individualidades que nos lleven a lugares de felicidad. Creer que eso nos va a seguir llevando a medallas todo el tiempo es utópico. Países donde el básquet es una religión como Serbia o Lituania, tuvieron que ser invitados a Mundiales o Juegos. Es una visión exageradamente optimista pensar que vamos a estar en todos lados.

–¿Cómo nos ven en el mundo?

–Con mucha admiración, saben que nos cuesta mucho, que somos un país lejano, con un biotipo no ideal para este deporte, con una política deportiva pobre, pero que siempre la peleamos de alguna manera. Es un estudio sociológico para hacer: ¿porque existen Los Leones, Las Leonas, la Davis, el vóley en un lugar donde el deporte no está contemplado como actividad importante? Es bastante extraño.

–¿Te gustaría dirigir en la NBA?

–Sí, claro, pero no voy a dirigir en la NBA, no me van a llamar. Sí haría algo como le sucedió a Ettore Messina (italiano, DT de Ginóbili en Bologna y tres años asistente en los Spurs). Eso es casi como que te llamen para dirigir. Las demás no las aceptaría, no quiero empezar de nuevo un camino en asistencia técnica, ser uno de los diez del staff, con visualización de videos o scouting. Necesito más acción. Ojo, tal vez cambie de idea, pero hoy sería difícil. Tuve contactos, charlas con gente importante de esa liga, acercamientos también, pero propuestas no. «