A Marcelo Gallardo no le gustan los futbolistas que jugaban como él. Gallardo era un enganche clásico en los 90 y 2000. “El Muñeco siempre me ha parecido un jugador sensacional, muy completo, por manejo, por habilidad, por pegada, por panorama y por guapo, muy guapo”, lo describe el Negro Roberto Fontanarrosa en No te vayas, campeón (2001). Y aprovecha para definir: “El enganche es el que está destinado a perder la pelota, porque es el que debe arriesgarla, el que debe meterla por el ojo de una aguja, el que debe hacerla pasar de perfil entre una maraña de botines, medias y canilleras, el que debe jugarse en la gambeta buscando el desequilibrio o la falta cerca del área. El enganche es, en suma, el que debe tallar el diamante”. El Gallardo entrenador, en verdad, no come vidrio. Agustín Palavecino, Juan Fernando Quintero, Nicolás de la Cruz, Enzo Fernández, Esequiel Barco, José Paradela, Santiago Simón y Tomás Pochettino integran el actual plantel de River y son, desde la óptica de Gallardo, “un montón de 10”.

Desde que Juan Román Riquelme es la cabeza del Consejo de Fútbol de Boca hay una línea en las divisiones de las inferiores: que todas jueguen con un enganche. Pero el fútbol profesional es otro mundo. El equipo de Primera de Boca a veces juega con un enganche clásico y muchas otras, no. Ahora sumó al paraguayo Óscar Romero, un mediapunta con cambio de ritmo, gambeta y pegada. Y en la última fecha de la Copa de la Liga, ante Estudiantes en La Plata, Aaron Molinas metió un pase de enganche para que Sebastián Villa conectara el centro con la cabeza de Luis Advíncula. Molinas jugó recostado sobre la izquierda, como evidenció su mapa de calor. Desde ahí colocó el estiletazo al fondo para Villa que terminó en el 1-0. En Boca es una pieza clave Guillermo “Pol” Fernández, que supo jugar por delante de los demás mediocampistas y ahora hizo pie por detrás, como único volante central. Las características antes que las etiquetas. El fútbol moderno convirtió a los enganches en “interiores” y mediocampistas centrales. Los que poco a poco quedan de lado, hundidos en el arcón de los recuerdos, son los 10 “librepensadores”.

La selección argentina campeona en la Copa América jugó con tres enganches devenidos en mediocampistas “funcionales”: Giovani Lo Celso a la izquierda, Leandro Paredes en el centro y Rodrigo De Paul a la derecha. Los tres, en Rosario Central, Boca y Racing, debutaron como enganches. El nombre clave en la historia de Paredes es Marco Giampaolo, el entrenador italiano que lo invitó a retrasarse en la mitad de la cancha cuando llegó en 2015 al Empoli, al que fue a préstamo desde la Roma, donde jugaba Francesco Totti, un 10 trequartista. Paredes era “un vago que no corría”. Así se lo dijo el Negro Héctor Enrique, su DT en la selección Sub 15. “Y acá -le aclaró- el único vago soy yo”. Cuando jugaba en el baby fútbol de Brisas del Sud, se relataba así mismo que era Zinedine Zidane. Y Riquelme. Víctor, su padre, le había vaticinado que terminaría jugando de 5. Paredes aceptó el desafío de Giampaolo: se transformó en un regista, un 10 retrasado a la Andrea Pirlo. “Fue el gran cambio de mi vida”, afirmó Paredes, ahora el 5 de la selección.

En la última Liga, la primera que ganó Gallardo como entrenador de River, Palavecino fue el máximo asistidor, con ocho. Y River, el equipo con más asistencias: 39. En los 84 partidos de las seis fechas de la actual Copa de la Liga es, en cambio, un delantero: Francisco Pizzini, de Defensa y Justicia (4). Y con tres asistencias lo siguen otros delanteros: Federico González, de Newell’s; Villa, de Boca, y Cristian Rotondi, también de Defensa. Recién después aparece un mediocampista creativo: Franco Cristaldo, de Huracán. El centro-gol por encima del pase-gol. La formación más utilizada por los equipos en lo que va de la Copa es el 4-2-3-1 (57 veces). Es el triunfo del “doble cinco” y los “extremos”. “En el fútbol argentino -dijo Néstor Ortigoza- no hay enganches porque se mete mucha gente en la mitad de la cancha”. El 4-3-1-2, el dibujo que saca a la luz la preponderancia del enganche, sólo fue utilizado en ocho ocasiones.

En 1998, casi tres décadas y media atrás, coincidían en el fútbol argentino Ariel Ibagaza (Lanús), Gallardo y Pablo Aimar (River), el Mago Rubén Capria (Racing), Riquelme y César “El Leche” La Paglia (Boca), Néstor “Pipo” Gorosito y Leandro “El Pipi” Romagnoli (San Lorenzo) y Daniel “El Rolfi” Montenegro y Sixto Peralta (Huracán). Había muchos más. Para los memoriosos y fans de los 10 y sólo por citar un puñado: Darío Cabrol (Unión), Federico Insúa (Argentinos), Ezequiel «Equi» González (Central), Damián Manso (Newell’s) y Mariano Messera (Gimnasia La Plata).

“El protagonismo del 10 es evidente pero su mayor virtud consiste en mejorar a los demás, que se esmeran por recibir sus pases -escribió Juan Villoro en Balón dividido (2014)-. Si el rival anula a este estratega, el equipo sufre muerte cerebral. El verdadero sentido del número en su espalda consiste en indicar cuántos jugadores dependen de él”. En perspectiva, alejados del área y abocados a nuevas tareas, esos jugadores que perfila Villoro son las excepciones.

El fútbol cada vez le da menos cabida a los enganches clásicos. A los Gallardo. A los Riquelme, “el último 10”, retirado en 2014, final simbólico de ese “1” detrás de los delanteros en el 4-3-1-2. “El enganche está en extinción -dijo Emiliano Vecchio, el de Rosario Central, hoy el enganche más enganche en el fútbol argentino-. Hubiese sido un placer hablar con Gallardo y Riquelme”. No sólo parece estar en extinción el viejo 10. En el juego se impone una nueva moda, un salto estratégico: el Manchester City de Pep Guardiola, acaso el equipo que mejor juega al fútbol en la actualidad, sale a la cancha sin una referencia de área, sin un N° 9, y a veces ni siquiera con ese “falso 9”. “No usa delanteros. Yo -dijo el Kun Agüero- jugaba de pedo…”.