Caminan por Avenida Patricios los que son de Boca desde la cuna. Se amuchan en el Parque Lezama los que militan que “el sentimiento no se termina”. Se acercan por Paseo Colón los que son de “la gloriosa banda de Boca Juniors”. Los primeros que entran a La Bombonera después de 578 días lo hacen en soledad, como locos malos. Algunos se sientan en el escalón de la popular, otros se sostienen de los paravalanchas. Uno llora, otro mira el cielo quizá recordando a los íntimos que ya no están. Desde el campo de juego, la cámara de Javier García Martino, fotógrafo de Boca, capta los momentos: tiene las fotos que ve. A las 19:52, la voz femenina del estadio, antes de dar la formación del “primer equipo masculino” de Boca que enfrentará a Lanús, anuncia: “Les damos nuevamente la bienvenida a su casa. ¡Bienvenidos a La Bombonera!”.

El Boca que vuelve a ser alentado por sus hinchas -ese zarandeo de La Bombonera cuando sale el equipo- termina, no sin sufrir más de la cuenta, a puro gol, con la marca registrada de la casa. O de “Boca Predio”, la vida paralela a Brandsen 805 que sucede en Ezeiza, donde entrenan (también) las inferiores. Los goles de Marcelo Weigandt, Agustín Almendra y Luis Vásquez después del 0-1 de Lanús -definición cruzada de Ignacio Malcorra- no sólo dan vuelta el resultado. También dan vuelta una página, después de la derrota en el Superclásico, y ya de vuelta en el calor del hogar.

Weigandt, Almendra y Vázquez habían avisado lo que vendría con pequeñas intervenciones que podrían haber pasado sin historia en el partido. Weigandt pateó mordido en el amanecer. Almendra la acomodó con distinción y siguió con un pase-caño, good show en La Bombonera. Y Vázquez, simplemente, ingresó por el lesionado Nicolás Orsini. En el entretiempo, después de las charlas intrascendentes entre los plateístas, se le había sumado Aaron Molinas, reemplazante de Edwin Cardona. El 3-1 de Vázquez a los cinco minutos del segundo tiempo activó el “vamos vamos los pibes”. Los hinchas como termómetro anímico de un equipo. Porque cuando Diego Braghieri puso a un gol a Lanús, salieron al frente. Hasta Marcos Rojo dejó el vidriado en el que estaba con sus compañeros y se entreveró un rato entre la gente, como para sentir de cerca el aliento. El gol de penal de Cristian Pavón -no fue falta a Weigandt- puso el punto final.

Para poner en perspectiva: la última vez que Boca había jugado con hinchas por el torneo en La Bombonera, el 7 de marzo de 2020, Diego Maradona vivía, y había estado ahí, sentado en el banco visitante como entrenador de Gimnasia La Plata. Ese día Boca salió campeón de un torneo que ya no existe (la Superliga, con un entrenador que ya no está más, Miguel Ángel Russo). A los diez minutos ante Lanús, entonces, La Doce cantó: “Oh oh oh oh/ hay que alentar a Maradó/ Oh oh oh oh/ hay que alentar a Maradó/ Hay que alentarlo hasta la muerte/ porque yo al Diego lo quiero/ porque yo soy un bostero/ lo llevo en el corazón”. Y del otro lado, de la popular baja, la de socios, se desplegó una bandera celeste y blanca con Maradona y la Copa del Mundo: “Oleee, olee, olee/ Diegooo, Diegooo”. Los hinchas de Boca fueron los últimos en ver a Maradona en una cancha.

No somos los mismos. Boca no es el mismo. La Bombonera no es la misma, por la nueva iluminación brillante, por el cartel que marca “La Bombonera” en lugar del reloj que contaba los años, meses, días y segundos sin descensos. En el medio, en esos 18 meses y 29 partidos de local con el silencio en primer plano, pasaron cosas, y no fue joda. Es un lugar común, una frase hecha, pero como apuntó el escritor estadounidense David Foster Wallace en Esto es agua, “en las trincheras donde tiene lugar la lucha diaria de la existencia, los lugares comunes pueden tener una importancia de vida o muerte”. Esto es fútbol. Se trató -se tratará, de a poco- de volver a los lugares donde fuimos felices.