Hasta hace no demasiado tiempo, el antiguo Frente para la Victoria era la fuerza política más votada entre los jóvenes, mientras que Cambiemos se imponía en los segmentos de mayor edad. Las imágenes contrapuestas de los militantes juveniles en el Patio de las Palmeras y la asistencia predominantemente «boomer» (los nacidos entre 1945 y 1965) a los cacerolazos anticristinistas ilustraban la idea de la «grieta etaria», fuertemente instalada en el análisis político. Pero hoy en día podemos estar ante una nueva realidad. La generación de votantes que se incorporó al padrón en los últimos 10 años ya no es seducida por el kirchnerismo. Según las encuestas, en el segmento que va de los 16 a 29 años están los mayores niveles de indecisión electoral, desconfianza hacia la dirigencia y pesimismo sobre el futuro del país -de hecho, varios de ellos dicen que emigrarían si pudieran. Están menos politizados o, en todo caso, más permeables a discursos antipolítica, como el de los libertarios. Y el FdT perdió espacio en los centros de estudiantes de la UBA, las universidades nacionales del conurbano,y los colegios secundarios del AMBA, donde avanzaron la izquierda, las agrupaciones de Juntos por el Cambio y los independientes.


A la actitud esquiva de los sub-29, habría que agregar el repliegue político de los que hoy tienen alrededor de 30. Es decir, de quienes tenían 20 en 2010, en plena efervescencia del kirchnerismo juvenil, y se entusiasmaron con el gobierno del Frente para la Victoria entre la muerte de Néstor Kirchner y el nacimiento del cristinismo. Entre el fin del segundo gobierno de CFK, los cuatro años de Macri y el comienzo confuso y pandémico de la gestión frentetodista, al kirchnerismo se le extravió esa generación de jóvenes que se habían asomado a la política con entusiasmo. Como si se hubiese roto la cadena de incorporación de nuevas camadas. El ciclo actual vio el ascenso de los dirigentes kirchneristas de entre 40 y 50 años, que hoy son importantes funcionarios nacionales y provinciales, pero ello se combinó con una etapa de restricción presupuestaria y cuarentenas prolongadas, con pocas oportunidades para esa generación olvidada, que se había preparado para sumarse al gobierno o las estructuras partidarias del oficialismo.


Para los sub-29, el kirchnerismo es la política que conocieron. El movimiento político que nació para renovar al peronismo tras la crisis de 2001 ya está próximo a cumplir dos décadas de presencia ininterrumpida en la política nacional. Con esa trayectoria acumulada, lo que podría ofrecer a los más jóvenes ya no es la novedad de la promesa, sino seguridades y certidumbres. Y eso no es posible en tiempos de crisis y depresión económica. La dirigencia encumbrada del kirchnerismo, nacida y criada en los años ’70, desarrolló una idea de sí misma que probablemente nunca tocó a los más jóvenes: que durante los 4 años de Cambiemos estuvieron enfrentando el ostracismo con una mística de la resistencia, lo que de alguna forma renovaba su compromiso político. Pero a pesar de esa autopercepción de la dirigencia, para los centennials el kirchnerismo es poder y autoridad.


En esa dificultad para ofrecer un modelo de progreso a quienes recién se incorporan a la vida económica, los libertarios y la nueva derecha encontraron una oportunidad. No son masivos, pero se hacen escuchar en algunos sectores, incluso hijos de las clases medias bajas y familias pobres. La pobreza y el desempleo entre los sub-29 es altísima, y aunque los libertarios no ofrecen soluciones, tienen un discurso que legitima y da sentido a las penurias de los centennials. Por un lado, parecen explicar lo que pasa, con clima de época y frustración: los políticos del sistema tienen la culpa. Pero por el otro, se acomoda a las pocas opciones que tienen de conseguir trabajos. Frente a los servicios de mensajería, las economías de plataforma o el telemarketing, el proteccionismo kirchnerista tiene críticas. Libertarios y emprendedoristas, en cambio, brindan una mirada que sacraliza la autonomía y la pequeña propiedad. El celular de uso laboral y la bicicleta no son una condena: pueden ser herramientas para mejorar, sobre todo si pedaleo más rápido. Ese es un discurso en el que los kirchneristas no pueden objetar. La única opción del kirchnerismo para recuperar el apoyo de esos nuevos votantes es dar respuestas concretas a sus demandas insatisfechas.