Si algo define a la última novela de Leila Sucari es la voluntad de decir lo indecible, aquello que está más allá de las palabras, lo que no se puede verbalizar, el deseo de disolver lo humano que se define a través del lenguaje para alcanzar la animalidad más pura. Esta voluntad y este deseo, paradójicamente, sólo pueden hacerse evidentes a través del lenguaje. En esta tensión de opuestos inconciliables se despliega Casi perra (Tusquets), la breve e intensa novela de la autora. 

Como si retomara el relato homérico del viaje, piedra angular de la literatura, la mujer que protagoniza esta novela también emprende un viaje que comienza con un desplazamiento de cabotaje en un vagón de tren que la aleja de su propio mundo. Ya en el asiento del vagón en el que lleva como único equipaje un bolso de su madre, sus sentidos comienzan a exacerbarse.

Esa progresiva exacerbación la llevará muchísimo más lejos del incierto lugar a que la conduce el tren. El desplazamiento es más bien un proceso de transformación a través de una verdadera orgía de los sentidos que no está en otro sitio más que en ella misma. No es casualidad que en la novela se lo cite a Ovidio, autor de Las metamorfosis.

A través de este proceso orgiástico lo animal irá ganando terreno en ella hasta disolver casi del todo su naturaleza humana. Esta capacidad de disolución, sin embargo, no es una pérdida, sino más bien una conquista de la animalidad perdida, de esa sensorialidad sepultada por la cultura, especialmente por la capacidad de lenguaje que es lo que nos define como humanos.

En Casi perra Sucari acepta un desafío que parece imposible: valerse de la palabra para deshacerse de ella. Afortunadamente, hay veces, como ésta, en que lo imposible deja de serlo.

Casi perra es una novela de los sentidos cuyo desafío, me parece, es decir lo indecible. ¿Es así?

–Sí, tal cual. Creo que el punto central de este libro es intentar poner en palabras lo que no se puede poner en palabras. En este sentido, la novela es una pregunta sobre el lenguaje: qué es decible y qué no lo es. Creo, también, que es un trabajo sobre el silencio, sobre la no palabra. Paradójicamente, es una suerte de investigación sobre el silencio y la no palabra hecha a través de la escritura, de la palabra.

–¿Cómo fue el proceso de escritura?

–Es una novela breve que, sin embargo, tardé bastante en escribir porque tomó distintas direcciones hasta encontrar por dónde quería entrar. La escribí, fundamentalmente, durante los dos años de pandemia y creo que también tiene que ver con eso, con una manera de mirar diferente y también de percibir el tiempo de otro modo.

–¿De qué otro modo?

–Percibirlo de un modo más pausado. Creo que en la novela hay una relación entre el tiempo, el espacio y el silencio. El trabajo fue, sobre todo, intentar saber cómo se dice lo indecible. Creo que no se puede llegar a tocar el núcleo de esto de verdad, porque todo el tiempo se está escapando. Fue como intentar abordarlo desde diferentes lugares y estar todo el tiempo rozando ese fulgor imposible.

Foto: Diego Martinez @ildieco_diegomartinezph

–Me parece que Casi perra es una novela muy de esta época en el sentido de que hay un cuestionamiento del antropocentrismo, un cuestionamiento filosófico de cuál es el lugar de los seres humanos y el de los animales. ¿Vos lo ves de ese modo?

–Sin duda, creo que la novela está muy influenciada por el momento incluso en la forma. El comienzo, nudo y desenlace, la trama y el sentido tal como los conocíamos ya están caducos. Algo de eso se refleja en la estructura o en la ausencia de estructura de la novela. Por otro lado, está la pregunta por lo animal, por la naturaleza, por la manera de habitar el espacio, el mundo saliendo de la mirada «humanocéntrica» y también patriarcal. De hecho, durante los dos años de la pandemia, salía a caminar por Parque Chas, que era donde vivía en ese momento, a robar gajos de plantas por todos lados. Llené mi casa de verde. Tuve el tiempo para observar una planta, me subía al techo de mi casa con mis gatos, me tiraba al piso como siguiendo la filosofía de Derrida de El animal que luego estoy si(gui)endo, en el que, ante la observación de su propio gato, él plantea algo de esto, de animalizarse en vez de humanizar al animal. En esos años de la pandemia creo que hubo una apertura enorme de los sentidos. Al menos en mi experiencia fue algo muy importante que creo que se relaciona con el tiempo abierto y el espacio reducido, con el poder habitar tu casa en cada rincón, mirando cada detalle y con ese tiempo completamente abierto. Recuerdo que en una entrevista David Lynch dijo  que cuando somos niños la cuadra de nuestra casa puede ser infinita porque la podemos recorrer desde miles de perspectivas distintas y que luego eso se va perdiendo. Durante la pandemia yo encontré algo muy fuerte ahí y también comencé a buscar otros lenguajes que no eran la palabra escrita.

–¿Cuáles, por ejemplo?

–Empecé a hacer danza, volví a pintar mucho, hice collage, hice canto. Salí de la palabra para empezar a mirar de otra manera. De todos modos, creo que estamos arruinadísimos. Ahora estoy escribiendo una novela que es una especie de distopía apocalíptica, porque no creo que nos hayamos vuelto veganos y cultivemos plantas, sino que estamos en un momento tremendo. Pero en ese momento era distinto. Leí un libro del filósofo italiano Emanuele Coccia que se llama La vida de las plantas que es muy espectacular y que creo que tuvo mucha influencia en la en la novela.

–¿Cómo fue el trabajo de imaginar una mujer casi perra?

–El otro día me preguntaron si había salido a mirar perros.

–¿Y saliste?

–No, la verdad es que no. Quizá les presté un poco más de atención, pero no es que hice un trabajo de ir a observar perros, sino que me pregunté acerca de cómo es percibir de otra manera, esto que te contaba de tirarme al piso, por ejemplo, y percibir el espacio de otro modo. Eso me pareció muy interesante como proceso, como exploración.

Es que cuando el ser humano es desplazado del centro, todo cambia. Y ahí también hay un cuestionamiento sobre lo real, que no existe «en sí», sino a través de la percepción. En tu novela hay algo del asombro filosófico que se produce al descubrir esto hecho.

–Creo que hay algo de ese asombro que mencionás que es clave y que recorre todo el libro. Hay un dejarse asombrar por lo que a uno lo rodea y también por el otro. Eso genera un extrañamiento. Lo sensorial, tanto como el tiempo y el espacio, insisto, producen una ilusión. Enrealidad no existe eso de tener o no tener tiempo. Hay puntos donde el tiempo se abre y deja de tener un sentido cronológico. Lo mismo pasa en relación a lo sensorial. Yo quería explorar la frontera entre ambas cosas. Por eso la protagonista en un momento se encuentra con una chica, Diamela, y puede entrar a su memoria con la mano porque algo de la frontera entre las dos se disuelve, dado que la frontera también es una ilusión que se puede quebrar. Hay intersticios o puntos de fuga que rompen el orden rígido por el que nos guiamos. Esto tiene que ver con la presencia total, con estar percibiendo en una especie de presente absoluto que es lo que sucede con los animales. Creo que lo que sucede ahora con las redes y con toda esa vorágine es que creemos estar en miles de lugares y no estamos en ninguno aunque creamos que sí. Mirar una película de los años ’50, por ejemplo, o leer a un clásico es entrar en otra lógica temporal. Durante la pandemia estuve leyendo mucho a Ovidio. Creo que ese tipo de cosas es cada vez más difícil de hacer y, a la vez, cada vez más necesario. Es preciso salir de la rueda y la exigencia de productividad que nos tiene completamente desquiciados.

Foto: Diego Martinez @ildieco_diegomartinezph

–La escritura de Casi perra es muy poética y creo que la poesía nace de la desesperación por hacerle decir al lenguaje lo que no puede decir. Es un corte con él para utilizarlo de otra manera. Me parece que eso también está en la novela.

–Sí, esa fue un poco mi búsqueda. Leí mucha poesía durante estos años. El lenguaje poético tiene que ver, por un lado, con el asombro, con desarmar el sentido de la lengua y por otro, con la desesperación por decir lo indecible. Claro que eso es imposible, que no se llega nunca a eso. Es un intento de ir hacia un universal a partir de lo pequeño y cotidiano, de armar una unidad con todo lo fragmentado del mundo. Hay algo también de las relaciones entre especies, del crear lazos con un animal que no sea una relación de dominación. Si bien nunca escribo pensando en el feminismo, creo que en esto de establecer con otras especies lazos que no sean de dominación hay un planteo contra el sistema patriarcal, porque esta dominación tiene que ver con el sentido de la autoridad y las jerarquías que el hombre humano extiende también a los animales. Creo que en la novela también está el deseo y el planteo de la necesidad de que haya otro tipo de encuentros.

–¿Hay en esto también un cuestionamiento de las clasificaciones tan arraigadas que creemos que son naturales, de los conceptos cristalizados de lo que son un animal o una planta respecto del ser humano, ?

–Sí, creo que sí. Hay una pregunta sobre qué puede un cuerpo cuando se lo deja ser. Ésa es la búsqueda de la narradora, deshacerse de lo que se supone que es ser una persona en este mundo.

–¿Recordás de qué modo surgió en vos la idea de esta novela?

–El comienzo fue, como siempre, medio extraño y no tuvo mucho que ver con el resultado final. Yo me estaba haciendo unos estudios. Me hice un ecodoppler, escuché el sonido de mi corazón en el aparato y me pareció que se parecía al de un mar. A partir de allí comencé a pensar en un hombre que se separaba y empezaba a hacerse estudios. Entonces empecé a narrar desde la voz de este hombre que había sido dejado por su pareja. Luego me interesó más lo que pasaba con ella, con la que se va, e invertí las cosas. Me pregunté a dónde iba y fue como ir desenvolviendo muy lentamente algo hasta encontrar el territorio, hasta entender de qué estaba hablando. Al principio escribo algo que no sé muy bien qué es, de qué va. Luego comienza un trabajo de ir escarbando, de practicar una arqueología: ir encontrando huesos hasta que se va formando algo que todavía no se sabe bien qué es. No escribo nunca pensando estructuras previas o temas. Escribo cuando me surge el impulso de hacerlo. No me impongo horarios ni nada de eso. En el acto creativo creo que el tiempo no puede ser medido. Esta novela que es muy cortita me llevó mucho tiempo de búsqueda. Terminarla fue algo muy fuerte, aunque siempre me conmueve ponerle fin a lo que escribo porque me produce una incertidumbre enorme. Siempre, mientras escribo, hay un ir y venir, pero los finales suelen aparecer rotundos y claros. Creo que este libro fue una necesidad vital más que un proyecto.

Contra los límites

–Si tuvieras que definir sintéticamente Casi perra, ¿cómo lo harías?

–Creo que fue una novela quizá más arriesgada que las otras, menos lineal y menos clara, con mucha experimentación.

–¿Y si tuvieras que decir de qué habla?

–De muchas cosas. Me interesa el tema de la metamorfosis y del otro. Creo que es un libro sobre el amor en el sentido de arriesgarse a un encuentro profundo y sísmico con el otro a tal punto que la identidad misma pueda modificarse. El otro puede ser un hombre, una mujer, un animal o un árbol. Creo que ése es un poco el centro de la novela, esa transformación que ocurre frente a ese encuentro descarnado. Esto va en contra de la idea de los vínculos tan cuidados, de los límites bien delineados, del otro como un peligro que es una secuela de la pandemia. Creo que estamos en un momento histórico muy terrible, porque no sabemos cómo relacionarnos, cómo vincularnos. Hay una propuesta general de distancia, de límite, de que el otro no nos invada, de cuidar el territorio propio, de cuidar el yo, del conocer primero antes de estar con otra persona, de no abrirse demasiado, de marcar, de hiperclasificar. A mí me interesaba romper, cuestionar esto y abrir la idea del encuentro como una posibilidad de expansión y no de limitación, como una oportunidad de abrirse al mundo, de abrirse al universo y de mirarse a uno mismo de otra manera y transformarse. Hace poco leí un libro de François Jullien, Lo íntimo, que me encantó y dije, claro, de esto habla mi novela, de que el encuentro y lo íntimo abren, posibilitan y potencian.